Los cambios tecnológicos que genera la revolución digital impulsan nuevas y sorprendentes conductas sociales que modifican nuestra forma de vivir. La alta tecnología disponible cambió nuestro modo de consumir los productos culturales, especialmente la música, uno de los que más velozmente han cambiado en los últimos tiempos.
En 1948, la aparición del disco de vinilo marcó un hito en la incipiente historia de la industria musical. Un año más tarde, la compañía RCA Víctor lanzó los discos singles que impulsaron el mercado de la música popular. Durante décadas el vinilo dominó, hasta que en los 80 llegó la revolución digital.
En pocos años aparecieron múltiples soportes digitales alternativos. En el mundo de iTunes, YouTube, Spotify, los reproductores de mp3 y los smartphones, la música se almacena y se escucha de otras formas.
Los formatos físicos tradicionales como el CD y el DVD continúan retrocediendo, y la compra y el consumo de música digital siguen creciendo a velocidad asombrosa. En la Argentina, donde más de 17 millones de usuarios están conectados a internet a través de la telefonía celular, el teléfono móvil es el dispositivo más usado para el almacenamiento y la reproducción de música. Así, las compañías telefónicas han sido las aliadas naturales de la industria discográfica (¿hasta cuándo podrá denominarse así?).
El sistema de descargas de música (downloads) dominaba el mundo digital, pero está siendo arrasado por el streaming y los servicios de música por suscripción. Por esa razón, las empresas telefónicas cerraron distintas alianzas con proveedores de streaming y de contenidos. Telecom Argentina integró a la líder Spotify en su oferta de contenidos, lo que posibilita que sus clientes de Personal y Arnet accedan al servicio de streaming con una tarifa diferencial. Por su parte, Telefónica se asoció con Napster para que sus clientes de Movistar y Speedy accedan a él. También la telefónica Claro implementó Claro Música, su servicio por suscripción.
De Apple a Google, todas las mayores compañías del mundo digital están entrando en el negocio de la reproducción de música online. Este segmento es el de mayor crecimiento en un mercado que estuvo dominado por iTunes. En junio pasado se lanzó Apple Music, una mezcla de sitio de streaming y radios globales disponibles 24 horas con contenidos especialmente seleccionados. El servicio es por suscripción, pero se iba a dar gratuitamente a prueba durante los primeros tres meses. Esto generó un serio entredicho con las discográficas, que no estaban dispuestas a pasar noventa días regalando sus contenidos. Apple tuvo que dar marcha atrás y aceptó pagar los derechos correspondientes a los sellos musicales durante el período de prueba. También los artistas independientes hicieron oír sus protestas, porque para ellos el sistema de descargas de iTunes es una parte fundamental de su sostén económico. Si Apple se dedica más al streaming, estos artistas verán disminuir dramáticamente sus ingresos. Además, muchos artistas consideran que no es conveniente que sus obras se comercialicen a través de estos nuevos soportes. Sostienen que sus contenidos terminan dispersos y banalizados a cambio de un bajísimo porcentaje de regalías. Artistas consagrados como David Byrne y Thom Yorke han hecho escuchar sus quejas. Y la estrella femenina Taylor Swift retiró todas sus canciones de Spotify para continuar comercializando su música a través de los medios tradicionales, como los discos físicos y las descargas digitales. Tuvo razón: su nuevo álbum 1989 vendió 1.300.000 discos en la semana de lanzamiento. Nadie había logrado esa cifra desde 2002, cuando el rapero Eminem lanzó The Eminem Show, y alcanzar esos números habría sido imposible si el disco hubiera estado en el servicio de streaming. Para Taylor Swift, Spotify es por ahora un experimento, y declaró: “No quiero contribuir con el trabajo de mi vida para un experimento que no compensa justamente a los creadores de música”. Otra crítica importante es la de Beck, que está indignado porque su música, grabada con la mejor tecnología sonora, termina siendo reproducida en un pequeño teléfono celular. Hay voces a favor, como la del líder del grupo Foo Fighters, que dice que no le importa el sonido ni el dinero sino que su música llegue a la mayor cantidad de gente posible. O Bono, que apoya el sistema de streaming de Spotify y asegura que retribuye adecuadamente a los músicos y compositores, y cuestiona a las compañías discográficas como las responsables de que los artistas no reciban el dinero correspondiente.
Esta guerra digital recién comienza, pero ya nada parece detener el crecimiento de los servicios de música on demand. La palabra clave hoy es “freemium”, la combinación entre servicios básicos gratuitos y contenidos exclusivos pagos. ¿El futuro? Imposible predecirlo.
*Periodista especializado en música.