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La sección de sociales

Se refería a los vinos sencillos, con poca intervención, sin adornos ni concesiones al mainstream enológico

Marcos Loayza
Marcos Loayza | CEDOC

Hoy es un día importante en la Argentina y es imposible no pensar en la asunción presidencial de Javier Milei. Pero gracias a las dos fechas del periodismo, cuando escribo esta nota todavía es martes y puedo permitirme el lujo de pensar en otra cosa. De todos modos, todo lo que diga sobre el gobierno de La Libertad Avanza será una mezcla de conjeturas desinformadas, prejuicios mal canalizados y deseos que serán insatisfechos. Además, para qué agregar tonterías a las muchas que ya se han escrito.

  De modo que empiezo esta pequeña crónica social de los últimos días diciendo que el viernes pasado (o acaso fue el jueves) pasé por lo de Musu, el mítico vendedor y divulgador del vino a quien no visitaba desde hace mucho. Al rato, mientras degustábamos una pequeña selección de la casa, se nos unió Andrés, a quien Musu me presentó como “uno al que le gustan los mismos vinos que a vos”. Se refería a los vinos sencillos, ligeros, con poca intervención, sin adornos ni concesiones al mainstream enológico. Poco después se nos unió el dueño de un restaurante paquete, al que traté de convencer sin éxito de que los vinos de su carta no eran lo suficientemente excéntricos. El restaurador no lo era de las leyes ni tampoco estaba dispuesto a serlo de su menú, pero sí era amigo y rival al tenis de Gonzalo Castro, un amigo en común al que el vino ni fu ni fa pero que suele concurrir al restaurante de marras. Mientras el cuarto interlocutor nos hablaba de las costumbres poco edificantes de algunos funcionarios públicos que había podido conocer por su profesión y que solían ser sus clientes, se me ocurrió que ese gusto por los vinos simples, para ponerle un nombre al sesgo que compartíamos con Andrés y, en buena medida, con Musu (que habló de los “vinos que tienen la belleza de lo auténtico”), era paralelo a la necesidad de huir de la sensación de pesadez que la política ha provocado en mi vida reciente. 

  Se me ocurrió también que los vinos ligeros, empezando por la mayoría de los blancos o rosados y siguiendo por los elaborados con cepas criollas y otras no tradicionales, gozan de poco prestigio entre el gran público. Pero el gran público no se da cuenta de algo que descubrí al día siguiente de esa reunión motivadora. No digo que sea la piedra sobre la que se pueda construir nuestra iglesia, pero creo que es interesante. Contrariamente a las supersticiones vigentes, que indican vinos ligeros solo para pescados y mujeres, los vinos pesados van bien con pocas comidas y especialmente mal con las que consumen seguido los argentinos, como asado o pizza. En cambio los vinos ligeros (y esta es la piedra filosofal) se adaptan a cualquier plato. O sea que los ligeros deberían ser la regla y los otros, la excepción. 

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Y por último, antes de internarnos en un período de nuestra historia lleno de peligros y acechanzas, quería concluir diciendo que en estos días hice más vida social que en todo el año. El sábado estuve con el programador Marcelo Alderete y Luna, su mujer coreana, y el lunes con el cineasta boliviano Marcos Loayza y su mujer rusa. Fue algo de lo más internacional, casi un viaje a la ONU. Pero más que creerme un ciudadano del mundo, sentí que el mundo padece de males muy parecidos a los de nuestros ciudadanos. Pero como ocurre con los vinos, las ideas respiran mejor cuando se abren.      n