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Lenguas naturales

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| Cedoc

Sabemos que sabemos poco y nada del Paraguay. Así lo han querido la historia y las fronteras. Este año que está de moda (una tardía revisión aquella guerra fundante) me encuentro interrogando a Rodolfo Prantte acerca de su lengua guaraní para un espectáculo sobre traducción que preparamos en el próximo Filba.

Esta lengua hecha de trinos no es patrimonio sólo del Paraguay, si bien allí fue oficializada en 1992 y en nuestras provincias fronterizas no hizo falta. Para la vida urbana paraguaya, el guaraní sigue siendo no obstante un signo campesino y anti-industrial y seguramente un sello de marginalidad y de pobreza. Si bien hay adultos -o alemanes- que aprenden guaraní universitario para comunicarse con otra cosa alternativa (ya que toda comunicación es bien posible a través del castellano), el verdadero problema del guaraní es que no parece ser un conjunto de reglas o gramáticas sino una forma de estar naturalmente en un entorno. Creo entender que hace falta haber sido arrullado de bebé, haber sido amado en guaraní, haber aprendido matemática contando con el corazón en guaraní.

Cada vez que un colonizador de los que llamaríamos occidentales intenta acercarse a una lengua que desconoce lo hace a través del emporio de su lógica: pregunta por una frase y la descompone en las unidades mínimas (las palabras) y supone que cada una señala alguna cosa diferente. Pero el guaraní -como el chaná, como el pilaguá- se resiste a ese pasaje traductivo, ya que aquí se habla fundamentalmente con imágenes. Es necesario actualizar un pequeño poema, un haiku desechable, cada vez que se abre la boca. Prantte nos cuenta que para “ándate de acá” podemos decir “inflá tu camisa”, o sea: dejate llevar por el viento. Así pensado, debe haber cientos de formas “andate” y cada vez que la lengua va a fonar, el cerebro elige del entorno una imagen propia y por vez primera. Hablar así es estar en la naturaleza, en un contexto que se debe actualizar permanentemente. Es la pesadilla de las lenguas occidentales, que quieren estabilizar el entorno para no tener que acarrearlo en las espaldas.

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Escribo para Prantte una fábula futurista, tecnológica, donde Panambí, su heroína, está al borde de inferir la cibernética, y le pido que nos la lea en guaraní. No entendemos nada pero es un extraño placer culposo –estar en el umbral prohibido de la poesía más pura y más secreta– oírlo rechinar pájaros, crepitar chozas, ulular como los niños asesinados en la guerra.