Los animales no conocen el spoiler, los seres humanos estamos condenados a saberlo ni bien empezamos a entender algo. Yo me la pasé un tiempo pensando en la evolución humana: bebé, niño, joven, adulto, viejo ¿y? Mi padrino era tallista y tenía un taller en el patio delantero de mi casa. Ese taller era de madera y lo habían construido mi viejo, mi padrino y Eusebio, un amigo íntimo de ambos. Yo pasaba muchas tardes en ese taller hablando con mi padrino sobre los ovnis, sobre Uri Geller, sobre la fábula de Jesús.
Mi padrino tenía una respuesta adecuada para todo. Una tarde le hice la gran pregunta: ¿después de viejos, qué viene? Mi padrino me dijo que después de viejos nos moríamos, que nos íbamos al cielo. Me liquidó. Le agradezco aún hoy que me haya liquidado a tan temprana edad. Después me hizo conocer a Los Beatles. Creo que toda la vida se resignifica a partir del spoiler. Sin embargo, en las conversaciones banales cuando recomendamos un libro o elogiamos una película, siempre aparece ése que dice: “Por favor no me cuentes el final”, y a la par que dice esto, se tapa los oídos. Yo creo que las verdaderas obras intensas e importantes soportan el spoiler sin problemas. El juego de las lágrimas, una película que estaba sostenida porque en algún momento (ojo que acá viene el spoiler) el espectador y el protagonista se daban cuenta de que estaban enamorados de un travesti y no de una mujer, era insostenible si antes de verla, ya se sabía ese dato clave. No era una gran película. La mejor novela de Ernesto Sabato, El túnel, empezaba con el spoiler, no la tengo a mano, pero era algo así: “Soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne”. La persona que me la prestó, me dijo, “Fijate que en el principio ya te dice qué va a pasar y sin embargo, la leés de un tirón”. Hace un tiempo que vengo agarrando en el cable una película que no sé cómo se llama y no sé completamente de qué va. La vi tres o cuatro veces, en diferentes momentos de su trama. El cable y la repetición producen que uno vea las películas como si armara el cubo de Rubik. La película, creo, habla de un hechizo que le hacen a Nicolas Cage y quien mediante este recurso fabuloso pasa de vivir una vida hedonista y solitaria a una vida como padre de familia. En una escena en que guarda objetos para mudarse, se ve que pone dentro de una caja el libro Cuna de gato, de Kurt Vonnegut.
No es casualidad, los guionistas querían mostrarnos una de las fuentes de su inspiración. Le conté esta escena a Luciano Alonso –a quien conocí en una librería– y él me regaló un libro que escribió que se llama Kurt Vonnegut, manual para el usuario, coeditado por Nova y Milena Caserola. No es un Vonnegut para principiantes, es una obra crítica superior, de un bajo perfil notable pero cuya apuesta es total: explica los argumentos de todas las novelas de Vonnegut de manera minuciosa e inteligente. Acá hay spoilers a granel. En un sentido es un libro de ficción: se podría leer sin ir a leer los libros de Vonnegut. Pero sabiendo que el referente existe, y dado la prosa hipnótica y envolvente de Alonso, uno quiere más y ese más es Vonnegut. ¿Quién es Kurt Vonnegut? Un escritor que tiene la suerte de no ser tomado en serio por nadie. Pero leído con devoción por muchos. Tiene en su prosa algo del stand up de Lenny Bruce (que muestra como la mayoría del stand up que escuchamos es una basura del tipo: “El no quiere ser tu amigo, te quiere garchar!”) y también el pesimismo de Louis-Ferdinand Céline pero narrado por nuestro difunto capo cómico Juan Verdaguer (otro maestro del buen stand up). La Bestia Equilátera publicó en nuestro país Cuna de gato, Payasadas y Desayuno de campeones. Minotauro publicó: Matadero cinco, Las sirenas de Titán y Galápagos (Alonso me dijo que esta última es su preferida). Vonnegut tiene la costumbre de empezar las novelas –que pueden dispararse a la ciencia ficción y al chiste– con prólogos realistas, muy hermosos. El prólogo a Payadas es extraordinario: cuenta la muerte de su hermana –para quién él dice que escribía– y la forma en que se hizo cargo de adoptar a los hijos que ella dejó al irse al spoiler. Vonnegut, como Rexona, nunca te abandona.