En Brasil, los presidentes asumen el 1º de enero siguiente a la elección. Es la fecha que impone el artículo 82 de la Constitución brasileña. Un día incómodo, sin dudas. Tanto, que es habitual que los presidentes argentinos falten a las inauguraciones de sus pares más importantes. Duhalde estuvo firme en la primera asunción de Lula, en 2003. Pero Néstor Kirchner faltó a la segunda, el 1º de enero de 2007, y Cristina Kirchner hizo lo mismo en las dos asunciones de Rousseff; en la primera mandó a Timerman y en la segunda, a Boudou. Ni Macri ni Michetti irán a la de Bolsonaro, que tendrá lugar el próximo martes; el canciller Faurie será el encargado de representarlos.
Pese a estos antecedentes, el doble faltazo de la fórmula del PRO fue visto con particular suspicacia. Los Kirchner podían “darse el lujo” de desairar al PT –que también anunció, de paso, un faltazo masivo de todas sus autoridades y representantes a la ceremonia– porque había una alianza natural e implícita en varios aspectos. En cambio, es entendible que haya varios ojos pendientes de la gestualidad entre Macri y Bolsonaro, porque esta relación incipiente –se encontrarán por primera vez el 16 de enero– nace plagada de incertidumbres. Washington y Beijing sobrevuelan sobre ella.
En la Cumbre del G20 en Buenos Aires ocurrió algo fuera de agenda, aunque previsible. Donald Trump le hizo saber al gobierno argentino que su relación con China tiene límites. Con China se puede comerciar, las empresas pueden invertir, los swaps ayudan a la estabilización financiera, pueden firmarse acuerdos varios, pero nada en los temas que Washington considera “estratégicos”, como defensa, seguridad o desarrollo nuclear. Estados Unidos es un apoyo clave en el FMI, ya que buena parte de los países europeos se oponía al acuerdo firmado con la Argentina (o, por lo menos, al alcance amplio finalmente logrado). La palabra de Trump tiene peso aquí.
Y esto que viene sucediendo entre Washington y Buenos Aires es apenas un reflejo de la relación entre Estados Unidos y Brasil. Que es algo que interesa más aún a la Casa Blanca. La presencia de China en Brasil es mucho más importante que en Argentina, y además nuestro vecino estableció relaciones políticas más intensas con la República Popular. En principio, porque forma parte del grupo Brics. Y porque las inversiones chinas en Brasil sí llegaron a realizarse en industrias relacionadas con los mencionados “intereses estratégicos”.
La nueva hipótesis de una excelente relación entre Trump y Bolsonaro, que resuelven todo entre ellos, deja a la Argentina en un posible lugar incómodo. Sin la opción filobrasileña y sin relaciones carnales. La Argentina puede quedar relegada por una buena relación entre Trump y Bolsonaro. ¿Y ahora?
Jair conducción. Bolsonaro no vino al G20 en Buenos Aires, aunque pudo haberse dado una vuelta. Durante la cumbre, recibió en su casa de Río de Janeiro a un colaborador clave de Trump, John Bolton, quien dijo que ve con mucha esperanza una América del Sur liderada por Bolsonaro, Macri y (el nuevo presidente de Colombia, Iván) Duque. El ala política de la Casa Blanca, representada aquí por Bolton, espera que una región alineada con Washington permita contrabalancear la influencia de sus rivales geopolíticos ya declarados, Moscú y Beijing. Y nos quiere obligar a elegir.
Bolsonaro fue explícito durante su campaña electoral: quiere que Brasil reconstituya una alianza fuerte con Estados Unidos. Más fuerte que la que viene teniendo desde la democratización de 1985. Washington será uno de los primeros lugares que planea visitar como presidente y su visión de las relaciones internacionales es explícitamente occidentalista.
Naturalmente, el gobierno chino no piensa quedarse de brazos cruzados. La diplomacia china tiene otros modos, pero también se manifiesta. Mientras tenía lugar la cumbre del G20, el entonces embajador de China en Brasil, Li Jinzhang –que acaba de ser reemplazado por Yang Wanming, quien no casualmente estuvo designado hasta el 7 de diciembre en Buenos Aires y partió el mismo 8 de diciembre hacia Brasilia–, aprovechó para hacer sus últimas declaraciones a la prensa de su país. Dijo Yang Wanming que en su país hay muchos empresarios dispuestos a invertir “pero para ello quieren saber si hay una dirección muy positiva en las relaciones entre los dos páíses”.
Mensajes. China lanzó así su advertencia: no quiere que las cosas cambien en el Brasil de Bolsonaro. Y mandó allí a su mejor diplomático para América Latina a supervisar las cosas. Bolsonaro asegura que no lo hará. Pero aún no terminan de creerle.
Es que Trump y Bolsonaro lucen muy parecidos entre sí, y dejan a todos la sensación de que se van a llevar estupendamente. Cuando el nuevo gobierno de Brasil amenaza con una revisión del Mercosur, suena a tener manos libres para una relación directa con Washington. Un Brasil que tiene esos planes no necesita a la región, y por lo tanto no necesita a la Argentina.
Esta idea merece un desarrollo. La política exterior brasileña durante los años de Cardoso y Lula llevó adelante una intensa actividad de relacionamiento con América Latina (luego transformada en “América del Sur” en los conceptos brasileños) bajo la convicción de que Brasil se fortalecía ante el mundo si se mostraba como un “líder regional”. La vieja teoría del Brasil benevolente es una tradición del pensamiento brasileño en materia internacional. En esa visión, el lugar importante de la Argentina estaba dado por su acompañamiento. Desde los 80 hasta nuestros días no hubo casi ideas brasileñas para la región que no hayan contado con el acompañamiento automático de la Argentina. Fuimos el socio regional perfecto. Pero si Brasil rechaza la idea de ser un “líder regional” y decide jugar solo en su relación con Estados Unidos y los grandes países del planeta, entonces Argentina ya no es tan importante para Brasil.
Pretensiones. La sociedad con un Brasil aspiracional tenía su contracara. A ciertos sectores de Washington nunca les agradaron demasiado las pretensiones brasileñas. Y ahí es donde Argentina adquiría otra valoración. Washington cada tanto quiere llevarse bien con Argentina para compensar las pretensiones brasileñas. Buenos Aires osciló entre acompañar las pretensiones del vecino y aprovechar la desconfianza del poderoso del barrio.
Esa oscilación estratégica fue la política exterior argentina desde los 90. Algunos enfatizaron la necesidad de acompañar las ganas de Brasil (Duhalde-kirchnerismo) y otros, de acompañar más al Estados Unidos que mira con desconfianza los planes ambiciosos de Brasil (menemismo). Pero la nueva hipótesis de una excelente relación entre Trump y Bolsonaro, que resuelven todo entre ellos, deja a la Argentina en un posible lugar incómodo. Sin la opción filobrasileña y sin relaciones carnales. La Argentina puede quedar relegada por una buena relación entre Trump y Bolsonaro. ¿Y ahora?