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Mirar en la sombra

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Como ocurre con la Luna, también cada uno de nosotros tiene su cara oscura. La cara visible se llama ego o personalidad, es el traje que vestimos para salir al mundo, el modo en que nos presentamos, nos ven y, en muchos casos, deseamos vernos. La otra cara, inconsciente, es nuestra sombra. Ahí se oculta lo que negamos o desconocemos de nosotros mismos. Existe, está allí, y muchas veces actuamos y nos expresamos desde nuestra sombra. Desde ella proyectamos sobre otros lo que no advertimos o lo que rechazamos como características propias. El viejo dicho sobre ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio lo describe muy bien. El concepto de sombra es un aporte esencial del gran psicólogo suizo Carl Jung (1875-1961), padre de la psicología profunda, a la comprensión del ser humano. Cuando entendemos su mecanismo podemos empezar a descifrar muchos fenómenos, conductas y actitudes que nos rodean y de los que participamos. Connie Zweig y Jeremiah Abrams, dos psicoterapeutas especializados en el tema, la denominan “el lado oscuro de la naturaleza humana” en Encuentro con la sombra, un libro en el que compilan numerosos trabajos de autorizados autores (entre ellos el mismo Jung) acerca del tema.
En esos textos se advierte que, así como Mr. Hyde vivía en el Dr. Jeckyll, en todos los seres y los acontecimientos humanos existe la sombra, del mismo modo en que es emitida por todo cuerpo iluminado. Se la puede registrar en los individuos, en las naciones, en las instituciones, en el trabajo, en la religión, en el arte. Aparece en los sueños. Y está en la política. En el capítulo especialmente dedicado a la sombra en la política (La construcción del enemigo), varios autores, empezando por ese lúcido filósofo Sam Keen, autor de Amar y ser amado, Fuego en el cuerpo, A un Dios desconocido y otras obras sutiles) muestran de qué modo al crear un enemigo se traza una línea infranqueable y se pone al mal del otro lado. De ahí a la paranoia hay un paso. Y si, siguiendo la línea, se deshumaniza al enemigo creado, todo lo que se le haga y lo que se diga de él estará justificado. Sólo que ese enemigo está construido con abundante materia prima del propio creador. Como las personas, también las sociedades y las naciones paranoicas construyen sistemas de mentiras compartidas, en las que se escudan para actuar contra “ellos”. A ese enemigo se le atribuye omnipotencia, por lo cual todo está permitido en el afán, o la “misión”, de destruirlo. Todo tipo de masacres que tiñen la historia mundial, así como miles de historias personales, se deben a este patológico mecanismo de negación.
El tema de la sombra está siempre vigente, pero existe poca conciencia sobre él. Nunca es inoportuno y siempre resulta necesario explorarlo y traerlo a colación. En el caso específico de la política, es algo que un nuevo gobierno debería tomar en cuenta. La pregunta que sus integrantes tendrían que enfrentar, aunque resulte incómoda e inquietante, es: ¿cuánto hay en mí de eso que me propongo cambiar? ¿Estoy dispuesto a admitirlo? ¿Qué haré a partir del momento en que lo asuma? De lo contrario hay un riesgo. El de que, a la luz, todo quede en un cambio de sillas y de trajes mientras las sombras siguen bailando entre sí. Quienes hoy se desempeñan en la conducción del país, hasta los funcionarios de las categorías más bajas, harían bien en mirar en la propia sombra para no repetir aquello que sus predecesores hicieron: construir un relato heroico bajo una luz que encandila para que no vean las miserias.
El presente es un momento delicado y decisivo. Todos tenemos nuestra sombra. Si quienes gobiernan, si quienes toman decisiones, si quienes asumen cargos y funciones que en la década perdida ocupaban otros olvidan o desconocen esto el peligro de un neoautoritarismo sobrevolará sobre el país. Y sólo será necesario que se constituya en sombra colectiva para que la sociedad argentina siga girando en la penosa noria de la que no escapa hace décadas.

*Escritor.