El presidente Barack Obama lanzó esta semana dos órdenes ejecutivas: la primera establece el plazo de 2011 para poner en ejecución lo resuelto por la Ley de Energía de 2007, que fija un estándar de 27,5 millas (1 milla = 1.600 metros) por galón (1 galón = 3,7 litros) para los automotores fabricados en Estados Unidos.
La segunda dispone que la Agencia de Protección Ambiental (EPA) le otorgue a California autorización para fijar su propio estándar de eficiencia energética automotriz. Significa que, como el Estado ha determinado la obligatoriedad de reducir en 30% la emisión de dióxido de carbono (CO2) de su parque automotor para 2016, el nivel californiano será en adelante –a la cabeza de EE.UU.– 49 millas por galón, el doble que el estándar nacional.
Obama ha comenzado a ejecutar elementos fundamentales de su agenda energética. Lo central –la necesidad que trata de satisfacer– responde a la decisión de eliminar de la oferta estadounidense la totalidad del petróleo importado de Medio Oriente y Venezuela dentro de los próximos 10 años. Se trata de 60% de la demanda nacional (Obama–Biden, New Energy for America, 2008).
“EE.UU. ha llegado a una encrucijada. Enclavados en el suelo americano, en el viento y en el sol, tenemos los recursos para cambiar. Nuestros científicos, empresarios y trabajadores tienen la capacidad para movernos hacia adelante (…). Se trata de construir una nueva economía energética”, señaló Obama el 26 de enero.
Su línea fundamental de acción tiene un plazo de tres años; en ese período, Obama aspira a duplicar la capacidad de generación de energías alternativas, lo que implica crear 460 mil puestos de trabajo de alto nivel de calificación; y construir 3 mil millas de líneas de transmisión superconductivas, capaces de llevarlas a todos los rincones del país, desde Alaska a Florida, y de California a Nueva York.
Obama afirmó el 22 de octubre de 2008: “El motor del crecimiento económico de los últimos 20 años no va a estar presente en las próximas dos décadas. Ese motor fue el gasto del consumidor individual. Básicamente, incentivamos (turbocharged) una economía basada en el crédito barato (…) Ahora no tenemos ningún impulsor potencial del crecimiento capaz de abarcar todos los aspectos de la estructura económica, más que una nueva economía energética. Esta va a ser mi prioridad número uno cuando llegue a la Casa Blanca” (Joe Klein, Why Obama is Winning, Time, 22/10/2008).
Atrás de Obama y su equipo –ante todo Lawrence Summers, principal consejero económico– parece haber una idea de carácter estratégico. Es la convicción de que una nueva ola de crecimiento económico en EE.UU., tras experimentar la mayor recesión de los últimos 60 años, sólo puede surgir de la fuente que impulsó la revolución tecnológica de la información –y dentro de ella la biotecnología– a partir de la década del ‘70, y sobre todo desde los 90: la innovación. Ahora, de lejos, la más poderosa, inmediata y catalítica innovación es la energía alternativa.
Dice Lawrence Summers: “No hay que desperdiciar una crisis seria. Es una oportunidad para hacer cosas que no se podían hacer, gracias a que ha explotado el statu quo. Esta recesión es una crisis. Cuando millones de personas están desempleadas, y el gobierno federal puede tomar prestado dinero a largo plazo con tasas de entre 0% y 3%, es también la oportunidad para hacer inversiones en el futuro del país”.
Obama y Summers saben que nadie conoce –y ellos tampoco– cuál será la ecuación definitiva de la nueva economía energética en el país situado en la frontera del mundo, que establecerá, a su vez, el estándar más elevado de la nueva matriz energética mundial.
Lo que saben es que el camino para impulsarla es a través de una estructura de incentivos que desate una nueva ola de innovación, tanto en lo inmediato como en el largo plazo, con estrategias de transición y con tecnologías que transformen el sistema de acumulación en sus raíces.
El programa de financiamiento de EE.UU. para el desarrollo científico y tecnológico de energías alternativas, supera los 12 mil millones de dólares. Obama planea invertir en ese ámbito 150 mil millones en un plazo de 10 años; su objetivo es reducir en un 50% para 2030 la intensidad energética (energía por unidad de producto) de la estructura productiva y de servicios norteamericana. Una reducción semejante implicaría un salto de productividad de al menos el doble que el nivel actual.
“El capitalismo es un sistema autoinducido de acumulación, que se desarrolla a través de la absorción y el despliegue de sucesivas revoluciones tecnológicas (…) que a su vez son gigantescas olas de innovación”, dijo Joseph A. Schumpeter.