Empiezo con una metáfora futbolística (perdón, lectoras). El equipo económico arrancó para “jugar de igual a igual”. Poco a poco se fue dando cuenta de que, aferrado a su táctica y con los jugadores que tenía, iba a perder por goleada. Intentó entonces retrasarse y jugar de contragolpe, con un solo delantero. Y ahora pone a todos los jugadores atrás, en su propia área. “Se cuelga del travesaño” y espera que pasen los minutos, para lograr terminar el partido 0 a 0.
Pasado a la economía, esta “involución” se refleja en la profundización de restricciones, prohibiciones, cuotas, regulaciones tendientes a combinar una emisión de pesos que crece a un ritmo del 40% anual, para
financiar el déficit fiscal, con baja capacidad de endeudamiento y escasas reservas en dólares, sin que la situación explote.
En efecto, sin toda esta clase de cepos y cepitos, la fenomenal emisión de pesos se hubiera traducido en una escalada aún mayor del tipo de cambio, una pérdida aún mayor de reservas, crisis bancaria y crisis inflacionaria.
De lo contrario, evitar la crisis hubiera implicado el tan temido “ajuste fiscal” para compatibilizar el monto de reservas en dólares con los pesos en circulación, o un arreglo “políticamente incorrecto” del conflicto con los llamados fondos buitre para poder reforzar las reservas del Banco Central con
endeudamiento.
Pero aun en ese hipotético escenario, la caída de los precios de la soja, el fortalecimiento del dólar y el ajuste brasileño hubieran hecho difícil evitar reconocer un tipo de cambio más alto y eludir un ajuste fiscal, al menos parcial.
Por lo tanto, para disfrazar la crisis, quitarle los síntomas más evidentes y barrer bajo la alfombra la pésima administración de la bonanza de la década despilfarrada, se decidió impedir que los pesos sobrantes se transformaran en dólares.
Por supuesto que esta política no ha sido gratuita. La administración de los pocos dólares existentes limitó la capacidad de producción de la industria argentina. (La industria argentina necesita importar hoy más dólares per cápita que en el máximo de los 90. El éxito de la sustitución de importaciones.) Mientras que no reconocer la devaluación del peso en el tipo de cambio oficial, una pésima política de precios en el sector energético, combinados con el escenario externo descripto, llevó a una fuerte caída de exportaciones. (El éxito de la política de “sustitución de exportaciones”.)
Por otra parte, el cepo frenó el poco ingreso de capitales, al tiempo que se generaba una brecha creciente entre el precio del dólar que compra y vende el Banco Central y el precio que registran los mercados “semilibres” que quedaban, sea el implícito en la compraventa de bonos y acciones que cotizan en pesos y en dólares, sea en el mercado informal.
En síntesis, “el empate” es una crisis postergada, a cambio de estancamiento en la actividad económica y descapitalización del sector productivo. (Supongo que cuando el ministro dijo que “la inversión vuela” quiso decir que “los inversores volaban de la Argentina hacia otro lado”.)
Por otra parte, el Gobierno goza, de alguna manera, de los beneficios de que ya se va. Es decir, faltan pocos minutos para que termine el partido. Y, además, se espera que el nuevo equipo, con otro técnico y con otros jugadores, sea claramente superior al actual (espera como sinónimo de “esperanza”).
Sin embargo, a un mes de la elección, el equipo económico consideró que, dada la cantidad de pesos sobrantes y todos los que van a emitir antes de irse, la brecha podría crecer aún más, presionando sobre la tasa de inflación, dado que muchos precios ya se fijan con la mirada puesta en el precio del dólar semilibre y no en el dólar oficial. Entonces, decidió completar el cerco pesificador, extendiendo el cepo al mercado de bonos y acciones que cotizan en pesos y en dólares.
Faltan cinco minutos y metió otro defensor más para aguantar.
Mirado desde el punto de vista de los que se van, y de su aspiración por no mostrar el evidente fracaso de su gestión, el supercepo suena racional.
Mirado desde la economía hacia adelante, el problema, claramente, no es frenar la demanda de dólares; el problema es volver a generar oferta. Y esa oferta sólo se logrará con un programa integral que despierte confianza y con los precios donde tienen que estar. Otra cosa es fantasía.