Veo en la tele las escenas de inundación, veo los gritos (las caras deformadas por la ira), las colas de la gente, el modo en que los políticos o algunos políticos, o más bien deberíamos decir funcionarios, creen que la responsabilidad civil se atenúa o disipa recorriendo las zonas después de la catástrofe y alegando el imperio de la fatalidad –cuando hay una catástrofe, la culpa es de la naturaleza; cuando sobreviene un beneficio, es mérito del país, el proyecto, el modelo o milagro divino–, veo el modo en que todo se somete a la idea del designio, lo inmodificable, lo imprevisible, para luego convertirse en objeto de estudios, consideraciones, busca de culpables: el acto de presencia como dos avemarías, tres padrenuestros y ego te absolvo.
El espectáculo en continuo del testimonial televisivo tiene tres partes o tres momentos: en la primera el cronista de a pie recorre cada casa, examina cada colchón, entrevista a cada evacuado/afectado/indignado, se indigna, se identifica, se afecta, mide el nivel del agua, la línea en la pared, la suma de los daños, fomenta la experiencia del dolor como un ciclo interminable, mientras lenta o rápidamente la pantalla comienza a encenderse con el espectáculo del bien, la solidaridad de cada alma individual que siente llegado el momento de hacer algo. Es la ofrenda contra la crueldad del destino y su disputa, porque no hay acto sin representación y sin refuerzo de la identidad del actuante: pecheras/distintivos/insignias trocan el efecto en marca: quien beneficia se beneficia en principio a sí mismo, y el colectivo se exalta.
En el tercer momento el periodismo se examina a sí mismo y a su prístina misión o función. La lucha de prontuarios reemplaza a la lucha de clases adoptando los clichés de los miserables programas de chismes de la tarde. Entretanto, la santidad local que exportamos y va a cambiar el mundo vestida de blanco se conduele, abraza, saluda, sonríe, gira dos mangos para que nadie crea que Dios tiene algo que ver en el asunto (es la naturaleza) y promete a los hinchas del Cuervo que va a hablar muy a fondo con Dios para favorecer a su equipo.