David Lowenthal fue un historiador estadounidense especialmente interesado en dilucidar los efectos que la interpretación de la historia imponen sobre el análisis del presente. Formado en la Universidad de Harvard y en la Universidad de Columbia, sostenía que aunque los hechos del pasado son inmutables pueden ofrecer distintas acepciones de acuerdo a la lente con la que sean examinados en la actualidad. En base a esa tesis, Lowenthal publicó en 1985 La historia es un país extraño, ensayo que se convirtió en un faro para el estudio de la disciplina porque advierte sobre el peligro de acercarse a los acontecimientos del ayer, intentando establecer conexiones con el día de hoy para dar cuenta del interés, oculto o manifiesto, de justificar una posición política. En 2016, poco antes de morir y cuando tenía 93 años, el autor que desarrolló su carrera en la Universidad de College de Londres, recibió la Medalla de la Academia Británica por La historia es un país extraño que, según el jurado que entregó el galardón, significa “un logro académico histórico que ha transformado la comprensión de las humanidades y las ciencias sociales”, por tratarse de un libro que explora “las múltiples formas en que la historia nos involucra, ilumina y engaña en el aquí y ahora”.
Es importante recuperar a Lowenthal y a esa imagen de la historia que distorsiona el pasado cuando es leída desde el presente, especialmente, en la semana en la que se han cumplido dos décadas desde la irrupción del kirchnerismo a nivel nacional. Porque el debate sobre el análisis que el legado que Néstor Kirchner y Cristina Fernández han sembrado en la Argentina remite por estas horas a una polarización extrema, algo que solo es comparable con la violenta discusión generada en torno a las figuras de Juan Domingo Perón y de Eva Duarte en el siglo pasado.
Pocos actores de la vida política argentina han suscitado una controversia mayor en la opinión pública que Perón y Eva. Han pasado ocho décadas desde el 17 de octubre de 1945 pero la exégesis de los fundadores del peronismo aún se mantiene abierta.
¿Quién fue Perón? ¿Fue un gran demócrata que llegó al poder para impulsar la justicia social en favor de las clases trabajadores que eran sometidas e invisibilizadas y logró darle voz a los que no tenían voz en la Argentina, o fue un militar que inició su carrera con un gobierno de facto y más tarde encabezó una presidencia autoritaria, antidemocrática y de tinte fascista? ¿Qué fue el peronismo? ¿Fue el principal movimiento de masas argentino que abrió una etapa virtuosa para la industrialización y el desarrollo económico autónomos de los centros del poder mundial gracias a la nacionalización de los servicios y a la generación de una estrategia positiva de sustitución de importaciones, o se trató de un mandato que atravesó un periodo incongruente hasta desaprovechar una oportunidad histórica abierta para la demanda de las exportaciones argentinas tras la Segunda Guerra Mundial? ¿Y quién fue Eva? ¿Fue la gran Capitana de los descamisados a los que ayudó a mejorar significativamente sus vidas gracias a la generación de una inmensa tarea social (enfrentando a “la oligarquía”) y a la implementación de una histórica obra política (incorporando el voto femenino), o fue una mujer que utilizó los recursos del Estado para cederlos sin discrecionalidad ni fiscalización con el objeto de alimentar su propia imagen de benefactora y de protectora de los más humildes?
Hay bibliotecas enteras provistas de rigurosas investigaciones científicas, contundentes papers académicos y hasta imaginativas obras literarias de ficción que alimentan cada una de aquellas miradas tan contrapuestas. Porque Perón y Eva representan la encarnación política de todo lo que está bien y de todo lo que está mal en la Argentina.
No se produjo ese fenómeno de legado en disputa con los radicales Hipólito Yrigoyen, Arturo Frondizi o Arturo Illia. Con sus más y con sus menos, hay coherencia en reconocer que sus presidencias tuvieron errores pero alcanzaron logros significativos. Tampoco existe debate sobre la gestión de los militares Pedro Eugenio Aramburu, Juan Carlos Onganía o Alejandro Agustín Lanusse. Son nulos los aciertos que la sociedad les reconoce a tan limitados dictadores. Y no caben dudas, afortunadamente, sobre el rechazo al terrorismo de Estado desatado por Jorge Rafael Videla. Hay coincidencia en torno al horror de las violaciones a los derechos humanos cometidas y sólo se le depara el peor de los umbrales a semejante genocida.
Pero mientras aparece cierto acuerdo sobre lo realizado por los gobiernos de los principales protagonistas del siglo veinte, cuando se trata de establecer el balance que la historia le depara al accionar de Perón y de Eva, surgen muchas discrepancias. Y es en el espejo de esta singularidad política donde Néstor Kirchner y Cristina Fernández se ven reflejados.
Solo hay polarización en torno a Perón y Eva y a Néstor y Cristina.
¿Quién fue Kirchner? ¿Fue el último gran líder carismático que le puso freno al nocivo proceso neoliberal que comenzó con la dictadura, se profundizó con el menemismo y estalló en 2001 y, a la vez, fue el político que logró desendeudar a la Argentina de las ataduras del FMI para posibilitar un paradigma virtuoso de producción nacional “con la gente adentro”, o fue un dirigente que no supo o no quiso advertir la ventaja que el mundo le cedió a las materias primas argentinas en medio de un fenomenal crecimiento de la demanda asiática? ¿Fue el estadista que permitió la reparación histórica de los crímenes de lesa humanidad, impulsando la apertura de juicios contra represores, bajando cuadros y pidiendo disculpas en la ex ESMA en nombre del Estado y de la “generación diezmada”, o fue el dirigente que, una vez en la presidencia, utilizó a los organismos de derechos humanos para otorgarles el lugar que nunca les había concedido como gobernador santacruceño? ¿Fue el enemigo declarado de Héctor Magnetto, que desafió con la doble consigna del “Clarín Miente” y “¿Tenés miedo Clarín?”, o fue el hombre que abrió las puertas de la Casa Rosada a los directivos de “La Corpo” para invitarlos a selectos asados en los quinchos de Olivos, encuentros íntimos que garantizaban primicias y buen tratamiento periodístico y, a cambio, les ofrendó en su última decisión como presidente el beneficio millonario de la fusión de televisión por cable?
¿Qué fue el kirchnerismo, entonces? ¿Fue el último gran frente político transversal que llenó las calles de militantes a los que les devolvió la ilusión política luego del “que se vayan todos” porque continuamente se mostró desafiante frente a los “poderes reales” de los que siempre digitaron los destinos de este país, o se trató de una gestión sin un horizonte claro que solo se adecuó a su tiempo para estimular un capitalismo de amigos que enriqueció a nuevos-empresarios/viejos-conocidos a través de la concesión de negocios vinculados a la obra pública que fueron ideados, montados y financiados desde el poder?
¿Y, por último, quién es y, lo que es más importante, cómo será recordada Cristina Fernández? ¿Es la gran estratega de un gobierno nacional y popular que combatió a los medios concentrados, al partido judicial y a los sótanos de la democracia en defensa de los más necesitados, o es una dirigente que siempre privilegió su espacio político sin prestar atención a los errores cometidos para contener la escalada inflacionaria y la espiral devaluatoria que terminaron acrecentando la pobreza hasta niveles inmorales? ¿Es la líder de un sector que supo enamorar a miles de jóvenes que iniciaron la vida política de su mano y que, fascinados por su obra, prometen hasta el día de hoy ser “los pibes para la Revolución”, o es la dirigente que fomentó la creación de una estructura orquestada desde el Estado para administrar una caja millonaria solo controlada por camporistas? ¿Es la que recuperó la soberanía energética gracias a la nacionalización de YPF, o es la que se negó a actualizar tarifas de energía y terminó creando un festival de subsidios que beneficia por igual a los que viven en un barrio cerrado o en una villa miseria? ¿Es la mujer que posibilitó la ampliación de derechos a través de una ejemplificadora reforma progresista que llegó a convertirse en referencia mundial para organismos internacionales, o es la dirigente que sigue sosteniendo a figuras impresentables como Sergio Berni, que solo ofrecen retóricas de represión y de mano dura para enfrentar la delincuencia?
Es curioso advertir que los interrogantes abiertos sobre los años que caracterizaron a Néstor y a Cristina no se observan a la hora de presentar un balance sobre lo realizado por otros presidentes surgidos desde el fin de la dictadura. Porque aunque Raúl Alfonsín se destaca por la consolidación democrática y la miopía económica y Carlos Menem sobresale por la corrupción flagrante y la reforma económica, a medida que van pasando los años aumenta el consenso en torno a resaltar la figura de Alfonsín y a cuestionar la de Menem. Mientras que, por caso, son pocas las voces que se alzan para contrarrestar la idea de fracaso de las gestiones de Fernando de la Rúa y de Mauricio Macri.
En ese contexto y, especialmente en estas horas en las que se impone una relectura sobre las dos décadas kirchneristas, vale la pena recordar que, casi de forma imperceptible, la historia nos involucra, nos ilumina y, lo más importante, nos engaña. Por esa razón, y siguiendo a Lowenthal, ese extraño país que remite a Néstor y a Cristina no debería ser leído a través de un simplista lente en blanco y negro.