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la teoría de abraham maslow

Pirámide perversa

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En el ADN psíquico, espiritual y emocional humano existe un potencial que impulsa a los individuos a continuos procesos a través de los cuales buscan la autorrealización. Es decir, la conversión de aquellas potencialidades en actos. Esta es la hipótesis central de la psicología humanista, corriente que tuvo en el estadounidense Abraham Maslow (1908-1970) a uno de sus fundadores y principales mentores.

En El hombre autorrealizado, obra capital que condensa sus ideas, Maslow sostiene que “el ansia de destrucción, el sadismo, la crueldad, la malicia, etc., parecen hasta ahora no ser la naturaleza intrínseca, sino más bien reacciones violentas contra la frustración de nuestras necesidades esenciales, de nuestras emociones, de nuestras potencialidades”.

Consideraba, como lo afirma en Hacia una psicología del ser, publicado dos años antes de su muerte, que la psicología debe ahondar no solo en las zonas oscuras y enfermas de la mente, sino también en las luminosas y saludables. Con el estudio de estas últimas se proponía complementar la mirada de Freud, centrada en los aspectos sombríos.

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Hacia 1943, Abraham Maslow dio a conocer su célebre pirámide sobre la jerarquía de las necesidades humanas, basada en la observación del comportamiento de las personas y, en especial, de aquellas que alcanzaron altos niveles de realización. La pirámide tardó en ser comprendida y aceptada.

Quienes se aferran a dogmas y miran los fenómenos de la vida desde casilleros rígidos llegaron a tildarla de no científica.

Pero casi ochenta años después esa jerarquía de necesidades sigue vigente, apreciada y utilizada. En la base de la pirámide están las necesidades fisiológicas (aire, alimento, agua, descanso, sexo), en el siguiente escalón las de seguridad (física, de salud, de empleo, familiar, de propiedad), en el tercero las de afiliación (amistad, afecto, pertenencia, amor, intimidad sexual), en el cuarto las de reconocimiento (que incluyen no solo el de los otros, sino también el autorreconocimiento, la confianza, el respeto, el logro), y en la cúspide las necesidades de autorrealización (valores, moral, creatividad, libertad, criterio de realidad, capacidad de resolución de problemas, posibilidad de expresión de los propios recursos).

El orden del escalonamiento no es caprichoso. Si las necesidades de la base, es decir las fisiológicas, no están atendidas, será imposible hablar de las siguientes. Quien carece de alimento, agua, techo, abrigo o posibilidad de reposo ante todo lo previsible o imprevisto que lo acecha, no sobrevivirá para enfrentar la atención de las necesidades siguientes. Morirá en la base. Una necesidad se diferencia de un deseo en que no puede no ser atendida y en que su resolución trae como consecuencia el equilibrio y la armonía mental, física y espiritual.

Los deseos, en cambio, no quedan saciados con su atención, sino que disparan nuevos deseos. La función de la necesidad es recordarnos lo esencial para una vida digna de llamarse así. La función del deseo es desear. Por eso una se calma y el otro no. Ambos forman parte de la existencia humana, pero no deben confundirse.

Si alguna luz de conciencia, empatía, compasión, comprensión y compromiso con el prójimo se filtrara alguna vez, por casualidad o por milagro, en el modelo mental de quienes nos gobiernan (más allá de sus filiaciones partidarias o de coalición), quizá tomarían contacto con la idea que vertebra la pirámide de Maslow. Y sentirían vergüenza antes de presentar un modelo de retribución a los jubilados como el que, sin asomo de rubor en sus coberturas de amianto, menearon en los últimos días.

Esa propuesta encierra un cínico desconocimiento de las necesidades que están en la base de la pirámide. Pretender que con menos de 20 mil pesos una persona puede alimentarse, comprar medicamentos, pagar un alquiler y vestirse es insultante.

Y lo es mucho más cuando esa migaja es arrojada a la cara de quienes trabajaron y aportaron toda su vida y no merecen que en el tramo final de ese trayecto se los desprecie de manera vil tras haberlos utilizado con promesas electorales falsas y cínicas, que los mismos prometedores las sabían mentirosas mientras las pronunciaban. Y cuando, por fin, se les ofrece un sistema de aumentos que no serán tales, sino un constante decrecimiento.

Pero sería ingenuo esperar empatía, comprensión y respeto de quienes tienen una propia y perversa pirámide de necesidades, en la cual los casinos y el juego aparecen como prioritarios respecto de la escuela y la educación. Está claro. El juego provee fondos para la política mientras que la educación no es redituable en dinero.

Las escuelas pueden esperar, los casinos no. Ya explicó alguna vez alguien del actual oficialismo que “se necesita platita para la política”. Así, el fin justifica los medios.

Los chicos en las escuelas no generan usufructo monetario (y hablarles a los gobernantes de que el futuro y la visión colectiva se gestan desde la educación es desperdiciar margaritas). El juego, en cambio, enriquece arcas oficiales y privadas mientras destruye vidas y familias. Y así se derrumba la pirámide.

*Escritor y periodista.