En los países en vías de desarrollo, los desastres, las situaciones de emergencia y los grandes siniestros en medios de transporte son cada vez más frecuentes. Influye el cambio climático –cuyas causas están lejos de ser revertidas–, pero también la aplicación de un modelo político-económico que pone como condiciones el relajamiento o la ausencia de controles, el “ahorro” en la seguridad (lo que a veces incluye la corrupción) y el empeoramiento en las condiciones de trabajo.
Pensemos solo en hechos ocurridos en la Argentina: grandes inundaciones rurales y urbanas, voladura de la Embajada de Israel y de la AMIA, incendio de la discoteca República Cromañón, explosiones en la fábrica militar de Río Tercero, empetrolamiento de pingüinos, erupciones de los volcanes Hudson y Copahue, brotes de cólera y de hantavirus, contaminación de propóleos y de vino, muerte de siete personas en Avellaneda por escape de gases tóxicos, explosión y derrumbe de un edificio en la ciudad de Rosario, incendios de bosques en el sur, sequía en el noroeste, incremento de accidentes de trabajo y en ascensores, aumento de siniestros viales, caída del avión de Austral, etc.
Pero también los países desarrollados sufren desastres y emergencias, a veces de otro tipo: terrorismo, terremotos, tormentas de nieve, huracanes, grandes siniestros en medios de transporte. Todavía tenemos en la memoria catástrofes devastadoras, como el huracán Katrina, que inundó la ciudad de Nueva Orleans (Estados Unidos) en 2005; el tsunami que arrasó las costas del sudeste asiático en diciembre de 2004; las caídas de grandes aeronaves de pasajeros; los atentados terroristas incluso en países europeos; las multitudinarias migraciones de poblaciones que huyen de la guerra civil, como en el caso de Siria.
La cobertura de desastres es una de las más complejas en el periodismo, entre otras razones porque: afecta varios planos de la vida de una comunidad y, a veces, de un país o de toda una región; la emergencia se prolonga y va modificándose a lo largo de varios días e, incluso, a lo largo del mismo día; lo dramático de las circunstancias implica situaciones de caos, urgencia y estrés; cuando el desastre tiene una extensión geográfica importante, a menudo hay obstáculos para la realización y la transmisión de las notas (problemas de transporte, falta de electricidad, inconvenientes en las comunicaciones, desabastecimiento).
Aunque parezca una perogrullada, los desastres ocurren en cualquier lugar. En función de una cobertura periodística, les toca cubrirlas tanto a un diario de tirada nacional como a la FM de un pueblo, a la corresponsalía en provincia de un canal de aire de la capital del país o al portal de noticias de una pequeña comunidad. Algunos desastres de menor magnitud pueden no merecer una cobertura tan amplia en los grandes medios, pero sí la tienen en los medios locales o regionales. Dicho en otras palabras, ningún medio, por más pequeño que sea, está exento de cubrir un desastre.
Y como también ocurren a cualquier hora, a cualquier periodista que se encuentre en ese momento en la redacción o en la oficina de producción puede tocarle salir de apuro a relevar las primeras informaciones; no podrá escudarse en que se ha especializado en deportes, espectáculos o economía: si no hay otra persona, tendrá que arreglárselas. Pero incluso un o una periodista que se dedica a deportes puede enfrentarse con el derrumbe de la tribuna de un estadio en medio de un partido; y un crítico o una crítica de espectáculos, estar cubriendo un concierto en el momento en que se incendia un teatro.
En los países en vías de desarrollo, los grandes medios tienen que cubrir por lo menos un desastre por semana. Aun en la Ciudad de Buenos Aires, una lluvia torrencial requiere ser cubierta –aunque no sea por más de dos días– con la misma complejidad de un desastre.
Existen algunas publicaciones en español dedicadas a la comunicación del desastre, la mayoría disponible en internet. En cambio, los textos que abordan la cobertura periodística del desastre son escasos y adolecen de ciertas fallas y/o carencias: algunos confunden comunicación del desastre con cobertura periodística; otros están planteados como guías de buenas prácticas, con objetivos muy loables, pero de difícil aplicación por no tener en cuenta la realidad comercial de las empresas periodísticas y de medios; y ninguno relaciona ni analiza los elementos en común con las coberturas de otras situaciones de emergencia, como las epidemias y brotes epidémicos, y los grandes siniestros en medios de transporte. Es por eso que, a través de este trabajo, he buscado sistematizar mi experiencia en la cobertura de este tipo de hechos y ponerla al alcance de las y los colegas de todo tipo de medios, y de las y los estudiantes de Periodismo, así como de quienes trabajan en el área de la comunicación oficial, institucional y empresarial.
Cabe señalar que este libro tuvo una primera edición en 1999, bajo la cuidada supervisión de Andrés Telesca. Desde entonces han cambiado muchas cosas en la gestión de riesgo y, en consecuencia, también en el abordaje periodístico de los desastres y las emergencias; es por eso que he revisado palabra por palabra el texto original, para incorporar las correcciones necesarias. En estos años, yo misma continué ampliando mi aprendizaje acerca de cómo hacerlo; además, integré la perspectiva de género, imprescindible en esta profesión. Por otra parte, la difusión masiva de internet y de la telefonía móvil, así como el surgimiento de las redes sociales, no solo expandieron el área de las fuentes de información, sino que además modificaron profundamente casi todos los aspectos de la cobertura. Esta nueva edición, por lo tanto, está enriquecida con todos esos enfoques, que además tienen en cuenta las nuevas tecnologías.
*Autora de Periodismo sobre desastres, editorial Eudeba (fragmento).