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¿Quién ató la campana al tigre?

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Prioridades. Para Beijing es prioritario que no se amplíen las sanciones a Rusia. | afp

El viernes pasado, dos pesos pesados subieron al ring e intercambiaron fintas sin llegar a un knockout. Biden y Xi Jinping conversaron más de dos horas por teléfono, luego de una previa sesión – tensa y maratónica– de siete horas entre sus representantes en Roma. Cruzaron mutuas advertencias relacionadas, en principio, con la posición que Beijing podría asumir frente a Rusia en el conflicto en Ucrania pero la conversación derivó hacia otros temas relevantes en la relación bilateral, como la posición de Estados Unidos frente a Taiwán. Xi, sin condenar la invasión rusa, no cedió un ápice frente a la posición china de que la OTAN había ido muy lejos pero que había que buscar una salida diplomática al conflicto en aras de la paz y la estabilidad mundial, percibida como una responsabilidad de ambas potencias, citando un antiguo proverbio chino: “Quien ató la campana al tigre debería ser el que se la quite”. Biden advirtió a Xi que un apoyo financiero o militar de China a Rusia en el conflicto iba a acarrear sanciones económicas para Beijing y eludió la oportunidad de que Xi pudiera actuar como mediador en el conflicto. Más allá de los limitados avances de la conversación –en la que los dos interlocutores mantuvieron sus posiciones–, los comunicados respectivos luego de la reunión son reveladores. La agencia china de noticias reaccionó inmediatamente con un breve comunicado insistiendo en la necesidad de promover la negociación diplomática en aras de la paz y de la estabilidad mundial. Cuatro horas después comenzaron a llover los comunicados estadounidenses reiterando la posición de Biden. En suma, aparentemente un round más en la disputa estratégica entre China y los Estados Unidos.

Si la Casa Blanca esperaba algún tipo de reacción inmediata por parte de Beijing, en realidad Xi no solo se mantuvo relajado en la conversación sino también impávido. La estrategia china puede parecer cautelosa y ambigua en la actual coyuntura: sin responder a las demandas de Washington pero, aparentemente, sin avanzar en el apoyo a su socio ruso, en una jugada de largo aliento muy propia de China. 

El trasfondo es, sin embargo, más complejo e implica una serie de jugadas en el ámbito euroasiático mientras que Estados Unidos y sus aliados continúan focalizados en la situación en Ucrania. La semana pasada la Unión Económica Euroasiática (conformada por cinco ex repúblicas soviéticas y liderada por Rusia) firmó un acuerdo con China para impulsar un espacio financiero desdolarizado que recurre principalmente al yuan y al rublo. China apeló, simultáneamente, a un llamado a la Organización de Cooperación de Shanghái de reforzar su cooperación en Eurasia no solo en términos de seguridad y comercio, sino también en diversos aspectos financieros. Arabia Saudita acordó con China el pago de sus exportaciones de petróleo en yuanes, mientras que la India aseguró a Moscú que el pago de sus importaciones (principalmente del armamento que le permite mantener un equilibrio estratégico con China) se haría con rublos, mientras que se deslindaba de la posibilidad de que el QUAD –uno de los principales instrumentos de la estrategia del Indo-Pacífico de los Estados Unidos que agrupa no solo a Nueva Delhi, sino también a Tokio y a Canberra– se convierta en una alianza militar. Está de más decir que, en este contexto, más allá de que hay otros jugadores que complejizan las relaciones euroasiáticas de Rusia, China apuesta a que Moscú siga siendo uno de sus proveedores importantes no solo de gas, petróleo y trigo, sino también de una cooperación militar creciente. 

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En este marco se hace evidente que para Beijing se imponen una serie de prioridades que parecen no ser percibidas en toda su dimensión desde Occidente. Por un lado, no dar pie a una ampliación de las sanciones económicas a Rusia que puedan afectar no solo a esta, sino que ya generan un efecto boomerang y tienen repercusiones negativas sobre la economía mundial y, eventualmente, pueden tenerlas sobre la economía china. Y por otro, seguir construyendo, sin demasiadas estridencias, los mecanismos e instrumentos euroasiáticos que fortalezcan su aspiración a una “globalización con características chinas” cuyo propósito es, en esencia, garantizar la continuidad del desarrollo y la modernización económica china.

En el fondo, la estrategia no solo está orientada por estos objetivos, sino que apunta a reducir toda turbulencia –doméstica, regional o global– que pueda afectar a Xi Jinping en la aprobación de un tercer mandato por el próximo pleno del Partido Comunista Chino. Es obvio que, en este contexto, tanto la prolongación del conflicto en Ucrania como una renovada atención de Washington hacia el Indo-Pacífico pueden conspirar en contra de este objetivo. Razón de más para proceder con cautela y generar ambigüedades que desorienten la lectura de cualquier actor que pueda amenazar esta aspiración.

*Analista internacional y presidente de Cries.