La política internacional de la administración Macri se ha caracterizado por muy altos niveles de actividad y de visibilidad, destacándose por lo gestual, lo ceremonial y lo simbólico. Sin embargo, al analizar los frutos obtenidos como consecuencia de esta política, estos tienden a ser escasos. En particular en cuanto a los aspectos materiales de lo que el ex canciller Dante Caputo definía como un objetivo crítico de nuestra política exterior: el “aumento del bienestar nacional”. Esto hace que la impresión que da la Cancillería sea la de actuar en el campo de las relaciones públicas internacionales, más que la de ejercer una efectiva política exterior.
En efecto, Caputo afirmaba que al diseñar una visión de política exterior, esta no debía establecer objetivos de tipo abstracto, y que estos objetivos debían dar vital importancia al interés nacional, concepto no abstracto para Caputo, y que equivalía al “aumento del bienestar nacional”. Con ello se refería al bienestar de sus habitantes, que incluye el bienestar material, sumado a la posibilidad de ejercer todos sus derechos.
Sin poder ejercer un rol en el terreno estratégico-militar, es con respecto a aumentar el bienestar material de los habitantes que los resultados de la Cancillería han sido magros. Aunque sin duda se ha notado un alto nivel de actividad, y una sensación de urgencia por realizar actividades, no se han notado resultados significativos en cuanto al “ bienestar nacional”, ni se ha observado el necesario “sentido de urgencia” para obtenerlos.
Una de las causas ha sido la posición de los funcionarios que en la Jefatura de Gabinete lideran la diplomacia supraministerial de esta administración, sobre el rol de la Cancillería. Para ellos, el secretario de Asuntos Estratégicos, Fulvio Pompeo, y el jefe de Gabinete, Marcos Peña, han demostrado un considerable desconocimiento de temas económicos y de desarrollo, y no era vital que los temas de comercio exterior fueran liderados por la Cancillería. Así, durante la puja que comenzó antes de la asunción del presidente Macri, a Fulvio Pompeo le daba lo mismo si se le sacaba a la Cancillería el área de comercio exterior para dársela al Ministerio de Producción.
Una segunda causa ha sido la naturaleza y las circunstancias de los dos cancilleres de Macri. Susana Malcorra recorrería el mundo ejerciendo un rol dual: el de restablecer las relaciones de la Argentina con numerosos mandatarios y funcionarios extranjeros de altísimo nivel, y el de promover su candidatura a la Secretaría General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Aunque su enérgica y visible actividad sería importante para esa particular etapa, sus limitaciones de tiempo ante estas dos titánicas tareas no le dejarían espacio para impactar en el terreno económico internacional. El segundo canciller, Jorge Faurie, ungido por Fulvio Pompeo, se destacaría más por su expertise en protocolo y ceremonial que por sus conocimientos o afirmaciones con respecto a las relaciones económicas internacionales. Así, Faurie no lograría mantener el área de comercio exterior en la Cancillería, quedando en ella solamente lo ligado a las negociaciones económicas internacionales, sin existir una estrategia exportadora.
Una tercera causa sería consecuencia de la pérdida de protagonismo de la Cancillería en lo económico internacional: tener que participar sin liderar, en costosas pero no prioritarias ni urgentes iniciativas en este campo. Dos ejemplos de esto serían el “mini Davos” y la cumbre ministerial de la OMC, organizados en Buenos Aires. Estos requerirían de un enorme esfuerzo y atención por parte de la Cancillería, en momentos en que la ausencia de una clara estrategia exportadora y de desarrollo ponía en cuestión la razón de organizar estos eventos en suelo propio y atraer la atención internacional. En este contexto, la pérdida de protagonismo de la Cancillería también apagó una voz que defendiera políticas favorables a una estrategia exportadora, incluyendo el mantener un tipo de cambio real alto, la promoción comercial y el no exportar impuestos.
Una cuarta causa ha sido no aprovechar los éxitos visibles de la macridiplomacia, para traducirlos en resultados concretos. Aunque varios expertos han notado las similitudes entre los presidentes Macri y Menem para entablar relaciones directas y cálidas con mandatarios extranjeros, parece evidente que Menem tuvo un éxito mayor en traducirlas a resultados concretos. Ni la Jefatura de Gabinete ni la Cancillería han establecido los procedimientos y mecanismos apropiados para sacar provecho de la visible y positiva diplomacia presidencial.
A la impresión de funcionar como una unidad de relaciones públicas internacionales, se le ha ido sumando la característica que Winston Churchill definía como el peor error que se puede cometer en el liderazgo público: “El de alentar falsas expectativas que pronto serán barridas por la realidad”. Esto se ha notado en el caso de las negociaciones con la Unión Europea, entre otros. Aquí vale señalar lo que indicaba Churchill, en cuanto a que los pueblos “resienten amargamente el ser engañados, o descubrir que aquellos que son responsables por sus asuntos estén habitando en el paraíso de los tontos”.
Se convierte entonces en crítico que la Cancillería aumente sus grados de efectividad e impacto. Un paso puede ser dado en el campo comercial, donde debe aspirar a un mayor protagonismo y a liderar una política de Estado que nos lleve a aumentar las exportaciones al 25% de nuestro PBI –lo que producimos–, para eliminar la tendencia a gastar más de lo que generamos. Un segundo paso es que la Cancillería logre que la venidera reunión de líderes del G20 no sea solo un ejemplo de relaciones públicas internacionales, sino que también lleve, a través de las reuniones plenarias o bilaterales, directa o indirectamente al “aumento del bienestar nacional”.
*Autor de Buscando consensos al fin del mundo: hacia una política exterior argentina con consensos (2015-2027).