COLUMNISTAS

¿Sirve o no sirve?

Un análisis de la violenta situación de diversos países del mundo árabe que no han podido asentar un mecanismo democrático.

Gadafi terminó ametrallado por el propio pueblo libio.
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Alejado de las efemérides y de los aniversarios y tratando de discurrir por otros terrenos, me propongo plantearme ante ustedes esta inquietud: lo que solemos denominar “la democracia”, palabra que en muchos sentidos ha sido desacreditada y está generando en todo el mundo cierta fatiga, ¿es un sistema adecuado para todos los países? ¿O en algunos países es intrínsecamente imposible de ejecutarse?

En este sentido, hay varios ejemplos, más allá del espacio reducido de América del Sur, dignos de ser atendidos, considerados y analizados. Hace aproximadamente no más de tres años, en los medios de comunicación de todo el mundo y en varias cancillerías, se hablaba de una supuesta “primavera democrática” en el mundo árabe. En verdad, consideradas las cosas desde la mirada de estos fines de abril de 2014, hay que llegar a la conclusión de que tal primavera nunca se consumó. Hubo un intento, desafortunadamente abortado. Hoy, de los 22 países que integran la Liga de Naciones árabes, solo uno, Túnez, en el norte de África, tiene un gobierno surgido de elecciones. En el resto de los casos, la situación es francamente deprimente, peor o simplemente igual de lo que era hace tres años.

Hay mucha gente que, en ese sentido, se pregunta si es cierto que ese modelo que se aplica en Bélgica, Colombia, Argentina u Holanda, puede aplicarse en los Emiratos Árabes Unidos. Hace pocos días veíamos cómo llegaba al país uno de los jeques más ricos del mundo, representante de un país donde no hay ni va a haber en ningún momento un sistema de toma de decisiones que surjan de la voluntad de la gente, que por lo menos aquí, en la Argentina, ha sido una conquista de la que nadie pretende bajarse. Sería inimaginable retroceder a épocas en las cuales en nuestro país y en América Latina, el sistema para llegar al poder era el de los golpes militares o el de las revoluciones hechas por grupos minoritarios.

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Sin embargo, cuando uno analiza el mundo árabe, ¿qué encuentra? Dictadores militares, monarcas ancianos, dictadores, jeques súper millonarios, una longevidad monumental en el ejercicio del poder. Ese país que es hoy el único democrático del mundo árabe, Túnez, se sacó de encima a comienzos de 2011, un régimen en el poder desde 1987 y que gobernó durante 24 años. Peor todavía, además de ser un dictador espeluznante, Zine El Abidine Ben Ali fue un ladrón de dimensiones colosales, escapó con su sideral fortuna a principios del 2011 a Arabia Saudita, que le dio refugio, monarquía cuya dinastía reinante ostenta una senectud notable. Los hombres que dirigen Arabia Saudita no son elegidos por nadie. La casa real maneja este país, uno de los más poderosos del mundo en materia de petróleo, cuyos jeques y herederos principales promedian una edad de 75/80 años.

¿Qué pasó? ¿Por qué fracasó este modelo democrático que permitía imaginar que los pueblos habrían de gobernarse según su propia voluntad y no por orden de un ser “divino”? Hubo guerras civiles. El caso de Libia es en ese sentido paradigmático. Libia no era una monarquía en sentido tradicional, era un régimen extraordinariamente corrupto y totalitario de conducido por Muamar Gadafi desde 1969 has 2011, durante 42 años. Terminó ametrallado por el propio pueblo libio. Pero lo que siguió luego en Libia no fue una maravillosa primavera democrática, hoy el país sigue asistiendo en todo momento a enfrentamientos armados entre diferentes grupos milicianos. Jefes vitalicios y corruptos, países que según la imaginación occidental podían cambiar.

El caso de Egipto es el más impresionante de todos. Egipto tuvo una dictadura que duro desde 1981 hasta 2011, treinta años, comandada por Hosni Mubarak, autócrata corrupto que aseguraba un determinado orden e impidió nuevas guerras con Israel. Cayó Mubarak, en medio de una gran efervescencia democrática tras la cual llega al poder por via electoral la Hermandad Musulmana, que termina ejerciendo un poder despótico e igualmente antidemocrático, derrocado, a su vez, por los militares.

Esta semana se concretó un acuerdo entre las dos grandes facciones del movimiento palestino: la Autoridad Palestina, que gobernaba hasta hace pocos días exclusivamente en la ribera occidental de río Jordán; y Hamás, que conduce desde hace varios años la franja de Gaza. Este acuerdo surge al cabo de ocho años sin elecciones en los territorios palestinos. Nadie ha elegido recientemente a Majmud Abás, el presidente palestino; tampoco a Ismail Haniyeh, el hombre fuerte de Gaza.

¿Es cierto que hay países que nunca van a poder reconciliarse con la democracia? No tengo una sola respuesta. Hay países que han recorrido el camino que ve de las dictaduras más terribles a la democracia moderna: Taiwán, Corea del Sur y, desde luego, la Sudáfrica de Nelson Mandela, en donde una minoría blanca gobernaba a una sociedad de mayoría negra. Estos países demuestran que era posible salir de esos sistemas tan retrógrados y antidemocráticos, e ir hacia un equilibrio que no será una maravilla, porque no son paraísos, pero cuando se recuerda que eran dictaduras militares y ahora son repúblicas democráticas, hay que pensar que el cambio es posible.

En algunos países del mundo eso no ha sido factible. El mundo árabe es, por ahora, muy recalcitrantemente reacio al sistema democrático. Pero, en definitiva, hay que pensar que el sistema democrático tiene una nítida superioridad moral, política y funcional. Con sus aspectos positivos y sus flancos negativos, y a pesar de sus zigzagueos, sigue siendo, con todas sus limitaciones, el mejor sistema que se podría admitir hoy, y en que se podría depositar la confianza de un país como el nuestro.

 

(*) Emitido en Radio Mitre, el lunes 28 de abril de 2014.