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discursos y hechos

Somos todos desiguales

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Asamblea. El Presidente volvió a plantear cambios judiciales profundos y a criticar duramente la gestión de Macri y a la oposición. | prensa senado

Cristina Kirchner escupió dos adjetivos para calificar el sistema judicial. Dijo que era “podrido y perverso”. Tiene razón, porque un fiscal quiere llevarla a juicio precisamente a ella, una salvadora de la patria. En las movilizaciones opositoras le gritan “chorra”. Los insultos no tienen más relevancia que quien los emite y los motivos reales o imaginarios que los originan. Acostumbrada al vituperio, Cristina se defiende como sabe hacerlo. Mientras tanto, hay sucesos más importantes.

Sueños y pesadillas federales. Gildo Insfrán, el gobernador de Formosa, se sacó la careta. La policía local reprimió con balas de goma y gases a quienes ejercían su derecho a protestar contra una vuelta más estricta al confinamiento. A Insfrán, si se lo deja seguir actuando a sus anchas, la gente se le puede enfermar por un balazo del que será responsable. Insfrán, que hace poco fue valorado por el presidente Fernández, representa el autoritarismo, el verticalismo, el caudillismo.

Salvo el Presidente, que busca el apoyo de los gobernadores para hacerse un poco más fuerte, quienes han seguido la trayectoria de Insfrán no tienen dudas sobre sus métodos de gobierno, que los medios expusieron en estos días. Una manifestación que se oponía al retorno a la Fase 1 fue reprimida como en los tiempos más oscuros de dictaduras que este país cree haber dejado atrás. Digámoslo sin vueltas, Insfrán gobierna como un dictadorzuelo. ¿Qué otro nombre merece quien es responsable de manifestantes ensangrentados, heridos con balas de goma, corridos por la policía que obedece sus órdenes?

La historia de los diversos autoritarismos prueba que alguien así puede ser elegido por el voto popular. Las razones de ese voto son múltiples y diferentes: carisma, fraude o clientelismo son las más comunes y vienen mezcladas. Comparten los métodos de un populismo verticalista y arcaico que hace décadas el país lucha por dejar atrás en las provincias donde todavía subsiste.

Los autoritarismos pueden ser votados, ya sea por carisma, fraude o clientelismo. O una mezcla de ellos

Ese es precisamente el caso de Formosa. Desde hace más de treinta años, Insfrán es jefe de esa provincia, primero como vice y luego como gobernador. Cuando se cantan las glorias del federalismo, antes de entusiasmarse en exceso, conviene recordar a personajes como Insfrán o Alperovich. Los sueños del federalismo también producen monstruos.

Hoy, la pobreza y la peste. Una pandemia no es un jubileo de errores. Muchas cosas podrían haber pasado y no pasaron. Alberto Fernández las mencionó en su discurso del 1 de marzo ante el Congreso. Entre ellas, que no se saturó el sistema de salud y las ciudades argentinas no fueron un escenario donde fotografiar cadáveres o moribundos apilados en la vereda. Nadie pudo acusar a nadie de esas imágenes tenebrosas, aunque el gobernador Insfrán, tan querido y valorado por el Presidente, puede ponerle la firma a algunas situaciones dramáticas en las rutas de su provincia. Las fuerzas de seguridad respondieron a las necesidades, y también aportaron lo suyo las fuerzas armadas. Escribo esta frase y tengo la impresión de que me estoy refiriendo a otro país. Pero no, amigos escépticos, se trata de este.

Aumentó la pobreza, claro está. De incluir al 35 % de los habitantes de nuestra agotada tierra de promisión, hoy el índice incluye a más del 40. Las cifras fueron proporcionadas por Fernández en su discurso. No tiene mucho de qué orgullecerse pero, por lo menos, Chequeado.com no lo desmintió, sino que lo corrigió con precisión metodológica (https://chequeado.com/ultimas-noticias/alberto-fernandez-sobre-el-primer-semestre-de-2020-en-esta-crisis-inmensa-la-pobreza-crecio-menos-que-entre-2017-y-2019-).

Hay que reconocer que aquí no se saturó el sistema de salud ni se apilaron cadáveres en nuestras calles.

Se lo acusó a Fernández de criticar a la oposición y señalar los errores y falencias del gobierno de Macri. A esos insospechados cultores del buen trato, solo les pediría que no juzguen excepcional esta actitud. Basta leer discursos de Biden sobre Trump. Comparado con lo que se dijo en Estados Unidos, Fernández parece un moderado. Por supuesto, los discursos de Biden fueron en campaña y los de Fernández defendiendo su primer año de gobierno. Macri mismo dio ejemplo de esas costumbres criollas mencionando los desastres que encontró después de luchar denodadamente por la presidencia, un trabajo que le resultó mucho más difícil que gobernar la simpática Ciudad de Buenos Aires. La gestión de la deuda  tomada por Macri, según afirmó el actual presidente en su discurso, recién terminará de pagarse en 2024, si hasta entonces la Argentina se abstiene de endeudarse. Lindo desafío le dejó Cambiemos, que no se privó de endeudarse, de ser ciertos los datos del Indec.

Se criticó el discurso pronunciado por Fernández porque incluyó señalamientos negativos sobre su antecesor en la Casa Rosada. La política es controversia. Si ustedes consideran democrático a Raúl Alfonsín, examinen el estilo duro que usó en la Sociedad Rural frente a sus dirigentes. Quien en 1988 encaró de ese modo a los grandes productores fue nuestro mayor demócrata. Y los ruralistas, que compartían palco, no se inmutaron cuando el público lo silbó a Alfonsín duro y parejo.

La política no es anulación sino tramitación del conflicto. Por eso hay temas más importantes que la oratoria de Alberto Fernández, como hubo temas más importantes que la verborragia de Cristina Kirchner cuando era presidenta, aunque a muchos nos resultara pedante, autocentrada y menos inteligente que lo que encendía la admiración de sus partidarios.

Reforma judicial. El más importante de todos los temas del discurso presidencial fue la reforma del Poder Judicial. Tiene aire de reforma institucional que toca a la Constitución. Fernández inauguró la ofensiva este 1 de marzo cuando acusó a ese otro poder del Estado de dar la impresión de vivir “al margen del sistema republicano”. La frase no puede ser más grave.

Políticos y juristas han dicho que discutir una reforma judicial implica una maniobra que, en realidad, busca consagrar la impunidad de la corrupción kirchnerista y evitarle malos ratos a la vicepresidenta. ¿Reforma para la corrupción o reforma para el perfeccionamiento de las instituciones? Alternativa difícil de evaluar por quienes no son expertos en la estructura burocrática e institucional.

La reforma del Poder Judicial tiene aire de reforma institucional que toca a la Constitución Nacional

Más clara en sus objetivos es la comisión bicameral que el Gobierno busca crear. Se haría cargo de investigar a jueces y fiscales, en nombre, como lo dijo Wado de Pedro, de perseguir el intachable objetivo de “igualdad y justicia”. Muchos traducen esa fórmula como escudo de impunidad para quienes puedan ser juzgados por delitos vinculados a la corrupción. Impunidad que necesita incluso Florencia Kirchner, según parece, no porque haya estado revoleando bolsos por encima de los cercos, como otros, sino por depósitos en el exterior y otros consuelos a sus padecimientos.

Florencia Kirchner, como los Báez junior, es hija del poder y mientras sus padres lo detentaron, se benefició con esa venturosa circunstancia biográfica. Nació en el año 1990. Cuando se volvieron intolerablemente públicas las acusaciones de corrupción contra el kirchnerismo, tenía edad suficiente para hacer preguntas y asumirse responsable de sus actos. Veinte años se considera edad suficiente para procesar a un muchacho que asalta a mano armada. ¿Por qué, a la misma edad, serían tololos irresponsables estos hijos de la política, criados como príncipes de casa real?

¿De qué unidad se habla? Repito, una pandemia no es un escenario solamente para mostrar los errores del pasado, pero tampoco es un jubileo donde se cancelan las deudas ni las responsabilidades. Quizá sea un momento de aprendizaje, como espera el Presidente: “La pandemia nos enseñó los peligros de las visiones mezquinas e individualistas”. Todo el mundo habla de la unidad nacional, porque es un tema fácil de decir, fácil de entender, si se pasan por alto las dificultades y las diferencias de ingresos, de escolaridad, de salud. Para alcanzar esa unidad nacional hay que explicar claramente quiénes se unen entregando qué cosas. No es seguro que la pandemia haya sido tan pedagógica.

Hay que entonar un himno a los impuestos y después votar gente que no se los lleven a las islas Seychelles

La unidad de un pobre de la villa con un rico es trucha hasta tanto, por una vía impositiva resistida como si fuera el nazismo, se tomen medidas para asegurar una distribución un poco más justa de los ingresos y un uso un poco más igualitario de los recursos. Sin establecer bases materiales, la unidad nacional es una suma abstracta.

En un país vocacionalmente anti impositivo como este, la unidad nacional no tiene buenas bases materiales. Los impuestos, eficientemente utilizados por una burocracia estatal incorruptible y bien formada para su trabajo, pueden contribuir en grande a la unidad: hospitales más o menos parecidos, viviendas que no tengan como disyuntiva Puerto Madero o las villas, educación sin abismales diferencias. Los impuestos pagan estos sueños.

José Nun, el gran sociólogo e intelectual que ha muerto hace pocos días, estaba obsesionado con este tema y escribió textos imprescindibles. No discutamos simplemente una alícuota ni las retenciones. Discutamos de qué modo, en un país profundamente desigual, es posible una imprescindible redistribución de ingresos. Nadie va a perder su empresa, porque nadie la pierde en otros países como Alemania o los escandinavos. Pero la ampliación de la casa en Punta del Este o el quinto auto de primera marca, son datos para evaluar capacidades impositivas.

En Copenhague me mostré asombrada por autos poco ostentosos que generalmente no encienden el deseo de los nuevos ricos criollos. Me miraron raro. También me miraron interrogativamente cuando les dije que nunca había pagado impuestos más altos que allí mismo. Al anunciarme el sueldo antes de mi llegada, pensé que me estaban sobrevaluando. Comprobé después que lo que llegaba a cobrar, deducidos los impuestos directamente en mi recibo de sueldo, era más o menos la mitad. Pero todo funcionaba y yo tenía la sensación de vivir en un país de novela utópica, aunque los dinamarqueses se apresuraban a informarme sobre discriminaciones a los inmigrantes que les llegaban de Turquía.

Por eso, el chiquitaje del que formo parte debe entonar un himno a los impuestos. Y después votar administraciones que no se los lleven a las islas Seychelles. Parece difícil, ¿no es cierto? Fernández ya lo dijo: “El Poder Judicial está en crisis”. Así no van a pagar sus impuestos ni los giles.

Para giles, nacionalistas o distraídos, en su discurso Fernández también agitó la histórica bandera del federalismo que ha gobernado con dirigentes tan ecuánimes como Insfrán y Alperovich. Tampoco olvidó el tema que nos llevó a una guerra estúpida en el Atlántico sur. Por eso dijo: “Prioridad del Gobierno será recuperar la soberanía de las Malvinas”. ¿De nuevo esa consigna a falta de otro recurso emocional?  

El discurso presidencial del 1 de marzo fue, como se ve, muy completo.