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Toco y me voy

Shannon o Chávez? Peronismo profundo: ni yanquis, ni marxistas, sino todo lo contrario, una vieja historia. A fines de 2007, Cristina Kirchner descerrajó un ataque formidable contra los Estados Unidos porque la Justicia de Florida se puso a investigar la valija de Antonini llena de dólares. Tras alegar que le habían armado una operación basura contra ella, ordenó limitar los movimientos de Earl Anthony Wayne, el embajador de George W. Bush en Buenos Aires.

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Shannon o Chávez? Peronismo profundo: ni yanquis, ni marxistas, sino todo lo contrario, una vieja historia.
A fines de 2007, Cristina Kirchner descerrajó un ataque formidable contra los Estados Unidos porque la Justicia de Florida se puso a investigar la valija de Antonini llena de dólares. Tras alegar que le habían armado una operación basura contra ella, ordenó limitar los movimientos de Earl Anthony Wayne, el embajador de George W. Bush en Buenos Aires.
Wayne bate récords de activismo: es el representante diplomático más conspicuo enviado por el Departamento de Estado en décadas. Designado por Bush en abril de 2006, presentó cartas credenciales el 6 de noviembre de ese año. En 17 meses, ha mantenido el más alto perfil, moviéndose incluso en los intersticios de un Gobierno que, obsesionado por su imagen y por su propia narrativa, se presenta como administración progresista y muy afín a los movimientos antiimperialistas y revolucionarios.
Historia llamativa la de Wayne. Ingresó al Departamento de Estado en 1975 y su biografía oficial detalla que de junio de 1991 a junio de 1993 perteneció al Consejo Nacional de Seguridad, y de 1989 a 1991 a la Oficina Especial de Contra Terrorismo, “formulando y poniendo en práctica políticas de cooperación contra el terrorismo” durante la primera guerra de Irak y la caída de la Cortina de Hierro. De 1987 a 1989, con licencia del State Department, trabajó en el Christian Science Monitor como columnista de “seguridad nacional”. Antes de 1981, fue “oficial político” en la sensible embajada norteamericana en Rabat, Marruecos, y perteneció al Buró de Inteligencia e Investigación de la cancillería norteamericana.
Afable, estudioso y “entrador”, Wayne no es un perejil. Debe haber sido extenuante su esfuerzo de adecuación en un caso de impresionante ambigüedad política. Su jefe, Thomas Shannon, vino a la Argentina en plan de recuperar un poco de normalidad en las relaciones de Washington con los Kirchner, una tarea ciclópea. Bush fue especialmente generoso con Néstor Kirchner, a quien recibió en la Casa Blanca enseguida después que el santacruceño asumiera la Presidencia argentina.
Este país respiraba con dificultad en ese invierno de 2003, cuando la Casa Blanca le tiró un salvavidas a la Casa Rosada. Kirchner necesitaba un arreglo con el Fondo Monetario Internacional, pero en Washington le habían dado turno para septiembre.
Bush resolvió abrir la puerta al argentino el 23 de julio. Exultante, aunque sin hablar una palabra de inglés, Kirchner entró en la Casa Blanca, palmeó a Bush y le pidió que no se preocupara, que a la Argentina la gobernaba el peronismo, no la izquierda.
Después empezaron las jugarretas. Primero, el bochorno de la “anti” Cumbre de Mar del Plata, en noviembre de 2005, avalada por Kirchner, con Chávez, Bonafini y Maradona arengando a las masas contra el imperialismo yanqui, y después el acto chavista en la cancha de Ferro en Buenos Aires para escarnecer a Bush, que estaba en tierra uruguaya. Ambigüedad calculada, sí, pero también una deliberada estrategia de sinuosidad con cálculo político explícito. Ser y no ser, estar y ausentarse, ir e irse, toco y me voy.
La ambigüedad es también duplicidad, camino infestado de peligros imprevisibles. El Gobierno argentino le pega a los EE.UU., pero luego se regodea en cercanía inaudita. Wayne recorre ministerios y secretarías de Estado locales con regularidad semanal: no es habitual ver a un diplomático visitante tan dinámico y ostensible, sobre todo en un país cuya administración no condena el terrorismo de las FARC, paradigma de la izquierda retardataria de América latina.
En París, Cristina Kirchner se puso una boina inolvidable en su cabeza y marchó por las calles pidiendo la liberación de Ingrid Betancourt. El problema es que tal liberación no se la exigió al grupo terrorista, sino al gobierno de Alvaro Uribe. Es como pedirle a Israel que libere a su soldado Gilad Shalit, secuestrado por los fundamentalistas islámicos de Hamas y en cautiverio en Gaza.
La ambigüedad deliberada siembra desconfianza y recelo, jamás serenidad. Disfrazada de preocupaciones “humanitarias”, esta asfixiante “corrección” ideológica parte de la base de que es necesario aceptar condiciones y exigencias de una fuerza irregular que secuestra y extorsiona, para que –a cambio de esta genuflexión– la guerrilla tenga la bondad de aceptar la transa.
Francia reveló el fracaso de la misión para liberar a Betancourt. “Es una gran decepción”, pero sin la aprobación de las FARC la misión “no tenía posibilidades” de éxito, confesó el canciller Bernard Kouchner. Uribe responsabilizó a las FARC por el fracaso de la misión humanitaria y acusó al grupo armado de no tener respeto por los derechos humanos. Para Uribe, “estos señores de las FARC comprueban nuevamente que el único interés que tienen es mantener a unos rehenes como escudos humanos para que el mundo no se olvide totalmente de las FARC”.
Negro sobre blanco, al exigir la desmilitarización de una zona del país para negociar allí el canje de unos 39 secuestrados por unos 500 integrantes de las FARC presos, la guerrilla busca “restablecer el poderío terrorista que el Estado colombiano le ha estado menguando”. Betancourt fue brutalmente secuestrada hace seis años, su cautiverio es penoso y su salud está debilitada.
¿Cómo se explica el tono comprensivo y permisivo de la Presidenta para con las FARC, cuando todo patentiza que se trata de un conflicto en donde no pueden caber ambigüedades tan clamorosas? En Plaza de Mayo, la Presidenta se abrazó con Hebe Bonafini. En el palco VIP de Parque Norte estuvo Luis D’Elía. D’Elía y Bonafini defienden con pasión a las FARC y miran con ternura al régimen de Irán. Misma matriz: mirada tolerante y comprensiva para fenómenos de radicalización extrema fatalmente violentos.
Más allá del rumbo de los EE.UU. luego del ataque de septiembre de 2001 a Nueva York y Washington, Kirchner buscó a Bush cuando las tropas norteamericanas ya habían ocupado Irak y se habían desplegado en Afganistán. Bush le respondió con creces a Kirchner. El pago anticipado de la deuda con el FMI fue muy bien visto por la Casa Blanca.
Chavismo explícito y sinuosa ambigüedad con Colombia se conjugan con esta sospechosa cordialidad de la que ahora se ufana el Gobierno con los EE.UU., vínculo que quiere reencauzar luego de los daños del “fuego amigo”.
País mediano, la Argentina es menos importante que Brasil y México, pero no es desdeñable para los EE.UU. La duplicidad de este progresismo reaccionario que emana desde Buenos Aires no estará exenta de costos, no sólo con los pragmáticos norteamericanos sino de cara a la situación intrínseca de la Argentina. El malestar en sectores medios urbanos y rurales es inocultable, sobre todo después de la última gran confrontación. Esa misma desazón produce situaciones internacionales en las cuales la Argentina aparece diciendo cosas diferentes o perfilándose de modo contradictorio, sabor de izquierda para adentro y pragmatismo de paladar negro para afuera. Al final, todos se dan cuenta.