Este comienzo del Clausura 09 es una buena noticia para River.
El verano le dejó secuelas que le serán difíciles de revertir. La principal, es que no tiene un peso y que –peor todavía– acumula deudas que no podrá pagar en un futuro cercano. El incumplimiento en los pagos a Tigre por el pase de Martín Galmarini (entre muchas otras andanzas del tándem Aguilar-Israel) generó una gran desconfianza en los negocios propuestos desde Núñez. Tigre no tiene a Galmarini ni el dinero. Por eso Argentinos dio tantas vueltas por Mercier. Parece mentira, pero así están las cosas hoy. Esta dirigencia de River consiguió dar vuelta la historia. Logró que dos clubes chicos –históricamente vendedores– le nieguen jugadores al monstruo de Núñez, al del gran estadio, al de la gran historia, al de Labruna, Pedernera, Alonso y Francescoli, entre tantos ilustres.
Esta situación de precariedad económica es de difícil comprensión, si uno repasa apellidos que ya no están: Cavenaghi, Lucho González, Mascherano, Carrizo, Maxi López, Belluschi… Salas vino y se fue; Gallardo se fue y vino. Hay jugadores cuyos pases fueron vendidos total o parcialmente a grupos empresarios allegados al presidente Aguilar, llamados “Club Locarno de Suiza”: Belluschi, Juan Antonio, Mateo Musacchio y Augusto Fernández están involucrados en el contrato que el 29 de agosto de 2006 River firmó con el club suizo. La operación que trajo a Ojeda, Villagra y Rubén desde Rosario Central a River fue tan rara que, un día antes de que Marco Ruben fuera transferido a España, River vendió los derechos federativos a un grupo de pomposo nombre anglo. Y ni hablar de la gran cantidad de futbolistas del club cuyo pase River comparte con otro/s club/es o con particulares. Este pantallazo muy general es sólo un botón de muestra de una de las peores conducciones que River tuvo en su riquísima existencia.
Los detalles están, pero son engorrosos y aburridos como para exhibirlos en el inicio de un campeonato. El problema es que no está claro qué va a presentar River como expresión futbolística. El equipo de Gorosito no tuvo un buen verano, pero eso no hubiese sido tan grave sin el pésimo segundo semestre de 2008. Y no presentará, en esta inauguración ante Colón, a los “nuevos”.
Marcelo Gallardo llegó desde el D. C. United sin una campaña que llame la atención. Jugó 15 partidos, metió cuatro goles y dio tres asistencias. Hace bastante que no juega. Las lesiones lo persiguieron durante el 2008 y culminaron en una operación, de la que se está recuperando y que le llevará un mes más de ausencia. Si uno hace teorías sobre un papel y planifica teniendo en cuenta la mejor versión del Muñeco –enorme futbolista, visión de juego privilegiada, estupenda pegada– sobredimensionará las soluciones que River necesita. O sea, River precisa al mejor Gallardo dentro de la cancha. Después, habrá que ver en qué momento vuelve a ser aquel excelente estratega que alguna vez enterró silbidos con aplausos en la Selección argentina. Hasta que eso no pase, Falcao y quien lo acompañe en ofensiva seguirán esperando que alguien les dé la pelota como corresponde.
El acompañante de Falcao, parece, será Cristian Fabbiani. Escribo “parece” porque hasta que no se firme, hasta que Salcedo esto o Andrés Ríos aquello, lo del Ogro será una expresión de deseos a la que el directivo millonario Rodolfo Cuiña está intentando llevar a la realidad. Ayer se hizo la conferencia de prensa y Fabbiani hasta participó del asado con el plantel. Démoslo por hecho, aunque todavía no haya rúbrica. El delantero dice que está para jugar en la segunda fecha, pero la verdad, es que también le falta bastante. Fabbiani juega muy bien, pero la prensa lo trata como si fuera un superdotado. En el último torneo, se recuerda que sólo metió cinco goles. Ahora está sin pretemporada y excedido de peso. Más allá de actitudes simpáticas, hubo en el medio cuestiones que no merecen elogios. La primera es que el llamado de un dirigente de River la noche anterior a la revisación médica en Vélez hizo que Fabbiani se bajara del proyecto del club de Liniers. Eso no es amor por la camiseta de Fabbiani hacia River, como nos vendieron. Eso es falta de profesionalismo e incumplimiento de la palabra empeñada. Y esto no es solemnidad ni pacatería. A todos nos gusta que nos cumplan lo que acordamos. ¿Por qué suponemos que a Vélez no y lo explicamos a partir de un extraño “amor por la camiseta”? El día anterior, el mismo Fabbiani había dicho que “Vélez es tan grande como River”. No hay nada más que agregar.
El final es para Ariel Ortega. Quedó en medio de una lucha política feroz y, además, es claro que la dirigencia de River lo quiere bien lejos. Tampoco este Ortega hubiese sido solución. Su nivel actual está a años luz del que lo convirtió en ídolo.
Empezó un nuevo torneo. Es la única razón por la cual River se permite soñar con un futuro mejor. No tiene mucho sustento, necesita de algunos milagros. Pero el fútbol todo lo puede. Y la camiseta blanca con la banda roja cruzada en el pecho es muy grande.