Por razones de deformación profesional (es decir: soy un deforme profesional) suelo leer las contratapas de los libros, género menor sobre el que ya se ha escrito mucho, desde el concepto de paratexto en Gérard Genette hasta la célebre fórmula de César Aira en la contratapa por él firmada de Ema, la cautiva (“una contratapa es una tapa en contra”). En este caso, leí la contratapa de De ganados y hombres, de la escritora brasileña Ana Paula Maia, recientemente editado por Eterna Cadencia, después de haber leído la novela. Es un escrito pertinente, que describe muy bien la trama y la atmósfera del texto. Pero si yo hubiese sido el editor del libro, o mejor aún, si conociera personalmente al editor o la editora, le diría que se olvidó de resaltar un dato central, un adjetivo: el de “extraordinaria” para la traducción de Cristian De Napoli (por suerte no soy editor ni conozco a ninguno de ellos: soy una persona de bien). Quiero decir: De Napoli no sólo acierta en cada construcción, en el ritmo del relato, sino que, en el límite del virtuosismo, pone en valor, resalta los pequeños detalles del texto, giros sutiles para los que encuentra la palabra justa (como “berrar”, que propone, ya desde el primer párrafo, un contrato, un pacto de lectura no carente de riesgo del que, sin embargo, sale airoso).
Alegre por la lectura placentera, no sé por qué, me dio hambre. Entré a una casa de comida rápida y me clavé dos hamburguesas. Doblemente satisfecho, alcancé a divisar que en la mesa de al lado se habían olvidado el diario. Lo levanté y resultó que era Folha de São Paulo. En un pequeño recuadro se informaba la programación de la FLIP (Feria Literaria de Paraty), que termina hoy –entre otros, con la presencia de Beatriz Sarlo– y que este año homenajeó a Mário de Andrade. De repente me vino a la memoria una gran visita en 2002 al Sebo do Messias, en San Pablo, donde compré Paulicéia Desvairada en una vieja edición de José Olympo, que leí inmediatamente y que releí en 2012, en una también extraordinaria traducción de Arturo Carrera y Rodrigo Alvarez, con el título de Paulicea Desvariada, para la editorial Beatriz Viterbo (y que voté como “libro del año” en una de esas encuestas que antes hacía Ñ, con más de cien participantes; al ver el recuento final, el libro había obtenido… un voto. La democracia no entiende nada de literatura).
Publicado en 1922, el mismo año en que se realizó la Semana de Arte Moderno de San Pablo, en el corazón mismo del modernismo brasileño –movimiento en el que participó con un pie adentro y con el otro en la relectura de la tradición folclórica brasileña–, Paulicea Desvariada puede leerse como una “rosa entre las tinieblas”, frase de Mallarmé que preside uno de los poemas, llamado Tristura, en el que De Andrade exclama a favor de “¡Las insistencias de ser uno en la fiebre!”. Quizás allí resida una clave para leer el libro, en ese yo que tambalea –hasta el abismo de dejar de ser uno– ante la novedad de la ciudad: asfalto y cables de telégrafos, rascacielos recién elevados, camiones rodando, la llegada de la cultura de vanguardia europea (“San Pablo es un palco de ballets rusos”), el odio al burgués, y la reivindicación de la nueva identidad urbana (“¡¡¡Este orgullo máximo de ser paulistamente!!!”).