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realismos

Un debate literario

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Desconozco (ya me dirán) qué debates se han suscitado en torno de El punto idiota, la novela de Pablo Farrés. Aunque apareció en 2010, la leí recién ahora. Y encuentro en ella (más concretamente, en la segunda de sus tres partes) una intervención fundamental para la lucha por la legalización del aborto que algo después entraría en auge y sumaría a muchos que estaban ajenos.

Hay en El punto idiota una madre que, empuñando resueltamente dos agujas de tejer, se practica a sí misma abortos. Y como queda embarazada continuamente, también aborta continuamente. La agobiante recurrencia promueve la evolución de los fetos, en el mismo sentido en que hay evolución de las especies. Vienen cada vez más desarrollados y más crecidos.

Así llega Pablo Farrés a esa escena desbordada en la que el feto lucha con la madre para no ser extraído. Se aferra al cordón umbilical (pues, aunque recién concebido, ya tiene manos), patea desde adentro las manos de la madre (pues, aunque recién concebido, ya tiene piernas y pies), le muerde los dedos como una piraña (pues, aunque recién concebido, ya tiene dientes. Y voluntad). En la mejor tradición lamborghiniana, Farrés se vale de una sarcástica desmesura grotesca para cuestionar todo un estado de cosas. El desborde expresionista de su relato perturba y corroe, sacude visiones estancas.

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No obstante, si hay algo que a los conservadores nunca les falta son reflejos de estabilización. Y el realismo puede funcionar como antídoto contra la poderosa subversión de Farrés. Yo leo con atención las declaraciones de Amalia Granata. Y he visto con mis propios ojos, en la esquina de Yrigoyen y Entre Ríos, ese muñeco algo siniestro que se enarbola entre pañuelos celestes: está más cerca del preescolar que del recodo intrauterino. Si allí se lee El punto idiota, les parecerá una novela realista.

El debate, como se ve, es literario. Y por lo tanto, ideológico y político.