La época del año, el pasaje de un verano recalcitrante y polémico a un otoño que todavía no sabemos cómo habrá de configurarse, pero sobre todo la calma chicha de una nueva y larga vacación que nos hemos dispensado los argentinos, me colocan en una situación muy propicia para intentar hoy una mirada que pretenda alejarse -aunque tan luego sea someramente- de las urgencias de la agenda cotidiana.
No es que no sucedan cosas: para mal o para bien, la Argentina sigue generando noticias, para nosotros mismos, desde luego, todo el tiempo, y muchas de ellas no son ciertamente promisorias. Apenas está terminando el fin de semana y arrastramos los ecos del discurso presidencial en elk Congreso, la situación deprimente creada con la ocupación de tierras en Villa Lugano, la sucesión de asesinatos y la percepción cada vez más acrisolada de que los argentinos estamos amaneciendo a una época en la cual el crimen grave e importante está instalado entre nosotros.
Es sobre este escenario y en este contexto, jugando con los elementos que nos dispensa la realidad, que resulta particularmente revelador y hasta asombroso, el hecho de que la presidente de la Nación, que tras el discurso del sábado volvió a subirse al avión presidencial para irse a El Calafate, haya tenido la gentileza de divulgar a través de su cuenta en Twitter una foto de ella acompañada de su perro, el mundialmente célebre Simón Kirchner, que ha crecido. Parece que es el mismo perro que tuvo notoriedad cuando ella lo mostró por televisión en una primera oportunidad.
Aparece sentada, con un coqueto atuendo de bombachas criollas y botas, y rodeada de unas formidables expresiones de ese bello y perfumado arbusto que es la lavanda. Así se presenta ella ante el país, gozando de su lugar en el mundo y disfrutando con un perro de prosapia racial.
¿Qué tiene que ver esta foto de la sonriente señora Presidente, con prendas al uso tal y como marca la corrección de la moda, con lo que el país vive cotidianamente? En las últimas horas, por ejemplo, era posible escuchar y ver por televisión los desgarradores testimonios de los vecinos del barrio de Saavedra, cuyas casas fueron vandalizadas por una turba de personas que provenían, aparentemente, del barrio Mitre.
He visto mujeres llorando, hombres desesperados, padres consternados, bienes destruidos, propiedades violadas e incendiadas, en el marco de una completa y absoluta impunidad. La impunidad puede no ser proclamada de manera formal. No podría yo demostrar, ante este micrófono, que en la Argentina se ha proclamado formalmente la impunidad. Pero la desaparición del poder de policía, la inexistencia funcional de esa policía, el deliberado, explícito y formal principio de no hacer nada por parte de la policía establece el principio de tierra liberada que vándalos y delincuentes aprovechan con enorme rapidez.
¿Cómo compatibilizar ambas fotos, la depredación con la escena pastoril, idílica, el perro, las lavandas y las bombachas de gaucho? ¿Todo es posible en la Argentina? ¿No correspondería a una conducción política que se jacta de interpretar las necesidades del pueblo, acompañar, aunque tan luego sea, los estados de ánimo de la sociedad?
Acaso lo que sucedió en Villa Lugano, más allá de las denuncias, acusaciones y dilemas judiciales, las mutuas imputaciones que se hacen entre el Gobierno de la Ciudad y el del país, ¿no están revelan como mínimo una imperante necesidad social no satisfecha?
¿Cómo asociar en el álbum de las fotos del país esta imagen sonriente de profesional exitosa, rodeada de lavandas y con un bellísimo perro -naturalmente blanco- con los desheredados, “los condenados de la tierra”, como los llamaba Frantz Fanon, levantando apresuradamente casuchas de nylon y cartón en tierras irreversiblemente contaminadas. ¿Tengo derecho a preguntarme qué Argentina? ¿Cuál Argentina? ¿Qué década ganada?
No pretendo que el poder adopte una actitud evangelizadora y que la presidente le lave los pies a los pobres, como hacen los dignatarios de la Iglesia en Semana Santa. Pero, ¿no es una afrenta aviesa, cruenta, dolorosa, mezquina, hiriente, exhibir esta artificial felicidad pastoril en un Calafate fastuoso sobre el fondo de un país que no ha resuelto el tema de la vivienda, como muchos otros asuntos claves tampoco resueltos? ¿Sabe, acaso, la Presidente que la semana pasada, con la huelga del personal de salud en la provincia de Buenos Aires, millares de carecientes de servicios de salud tuvieron que volverse a sus casas porque no fueron atendidos en los hospitales de la provincia de Buenos Aires? ¿No hay un mensaje para ellos? ¿No hay una elemental admisión de responsabilidad por las cosas aun conseguidas, si es, como reza el catecismo oficial, que todo ha sido maravilloso y exitoso? No ha habido en el mensaje presidencial del sábado una sola propuesta que merezca llamarse de esa manera de cara al futuro. Todo fue pura organización del repliegue final, explicar las maravillas que la historia dirá de este Gobierno.
Como saludo, tras el nuevo vuelo en el Tango 01, que ha sumado miles de millares de kilómetros yendo y viniendo de Santa Cruz para complacer los caprichos imperiales de una mujer que se siente esencialmente una reina más que una presidente de la Nación, lo que queda es esta foto risueña, una mueca histriónica inaceptable.
En un país que sufre, la señora Presidente está en su “lugar en el mundo”, rodeada de lavandas, y con un perro que ¿quieren que les diga? es precioso…
(*) Emitido por Pepe Eliaschev en Radio Mitre.