La serie documental En el nombre del pueblo** fue una verdadera locura. El proyecto surgió de la necesidad de darle a la comunicación política una mirada más densa de la que tiene. Creíamos que era un acto necesario porque le cabe una comprensión más integral, más compleja que la de simplemente visibilizarla reducida generalmente a la idea del marketing político y la manipulación descendente desde la política hacia los ciudadanos.
Quizás en esencia quisimos acercarnos a la esencia, a la búsqueda del alma de la comunicación política y no quedarnos solamente en un rescate estético de la política, que es importante pero no es todo.
Sin duda alguna, la serie significó un antes y un después para todos los que fuimos parte. Recorrimos más de 65.000 km y tuvimos más de 400 horas de rodaje. Su director, Lucas Combina, siempre bromeaba respecto a que hizo un doctorado en comunicación política. Y en realidad creo que todos los que fuimos parte y viajamos tanto tiempo expuestos a situaciones inéditas y profundas hicimos una verdadera investigación y un proceso de inmersión en la realidad de la región, que nos permitió conmovernos a cada rato. Desde las favelas brasileñas a Tepito, en México; desde San Telmo, en Argentina, a Las Condes, en Chile; en las alturas de La Paz, en Bolivia, y de Quito, lloramos, lloramos mucho en muchas circunstancias y quedamos muy dolidos. Hubo eventualidades muy chocantes. Pero también nos llenábamos de optimismo en cada país.
Fueron contrastes muy duros pero la serie documental se convirtió así en un aporte pedagógico sin igual para aquellos a quienes les gusta América Latina, a quienes les gusta la política y especialmente para conocer y aprender de comunicación política. Es algo así como una clase abierta, una clase televisada de comunicación política y cultura latina.
Y a lo largo del viaje vimos aparecer muchos demonios constantes de la región. Desde los demonios de la retórica populista como polémica constante, hasta el fuerte drama de la inseguridad, el dolor constante de la pobreza y las insatisfacciones de la mentira política, son todas constantes en la región. Hay países que tienen contextualmente mayor intensidad en el enojo, que se presenta con más violencia, pero no hay diferencias significativas en el sentir ciudadano de país a país. El punto de contacto más fuerte en toda la región es que no hay actores de la política que sean buenos buenos ni malos malos para las mayorías. La mirada es de acuerdo a cada ciudadano, de acuerdo a su filtro ideológico y a su experiencia de vida, buenos y malos hay en todos lados. Amores y odios, héroes y villanos, esperanzados y defraudados.
Tal como enseña buena parte de los estudios académicos, la serie también da cuenta de que la activación política, aún en su esencia más clásica y territorial representada en la calle, depende de la capacidad organizativa y la expansión que hoy posibilitan las redes.
Hablar de las calles hoy es hablar también del poder de las redes, por lo tanto cualquier acción de cercanía, cualquier acción de proximidad, sirve y seguirá sirviendo en tanto y en cuanto sea una excusa mediática y expandible. La idea de sustitución de una práctica por otra no parece ser la realidad, la idea de comunicación de prácticas y acciones convergentes parecía ser la dinámica
Tras recorrer la región por dos años, quizá la verdadera dinámica será la inclusión, y cuánto excluye o incluye la política, y en esencia la comunicación política. En la favela El Molino de San Pablo, en Brasil, cuando le preguntábamos a una líder social si se sentía orgullosa de ser brasileña (porque cada ciudadano, aun enojado con sus gobiernos o sus políticos y políticas, se siente orgulloso de ser parte), brutalmente ella respondió: “Nosotros no somos ciudadanos, somos otra cosa, somos brasileños pobres”. Por lo que el verdadero desafío de la comunicación política es aportar un debate más allá de lo procedimental, para entender la convergencia de medios y que esta comprensión permita legitimar rumbos en los gobiernos y achicar la brecha entre gobernantes y gobernados. El aporte del documental es que la comunicación política sea un elemento ciudadano y no tan solo una acción meramente publicitaria. Hoy la comunicación política se ha convertido en una verdadera cláusula gatillo que se dispara automáticamente ante los excesos de frustración, y eso aumenta los niveles de desafección ciudadana, eleva el estrés de la democracia y ratifica la sensación de que en toda América Latina, y en realidad en el mundo, asistimos a una dramática era de consensos precarios.
Por eso, descifrar cuándo el discurso es mentira pasa básicamente por entender y ver las reacciones de desencanto y enojo de las mayorías ciudadanas. Porque aun negando la complejidad de la gestión en la política, subestimando los problemas y generando falsas ilusiones, más allá de que se tenga buena voluntad, eso es mentir. La sobriedad también es democrática, la sobriedad también es ciudadana, la sobriedad es pura responsabilidad, y si no pregúntenselo al pueblo, o bien a las mayorías... eso es comprender la comunicación política en una región que ha sido una verdadera usina de frustraciones.
Es un viaje de seis capítulos por la cultura política de América Latina, sus costumbres, su gente y sus líderes, vista desde el foco de la comunicación política, sus polémicas y sus pasiones.
*Director de la Maestría en Comunicación Política de la Universidad Austral.
**En el nombre del pueblo ya está disponible en Cablevisión Flow.