Ahora que se discute la ley del “cupo femenino”, es oportuno recordar que con el transcurso de los años se fueron consolidando en el mundo numerosas líderes femeninas; algunas, además de influencia, alcanzaron el investment grade en términos electorales. Nunca se sabrá cuánto hubiera logrado Eva Perón en ese sentido.
Por caso, Indira Gandhi fue una líder positiva y popular de la India, aunque su promoción –por las particularidades de su país– no haya sido mediante el voto. Mal que nos pese, Margaret Thatcher, emblemática Dama de Hierro del Reino Unido, fue otra exponente positiva para su país. Así como lo están siendo Angela Merkel en Alemania y también, en su medida, Michelle Bachelet en Chile. Dilma Rousseff, en Brasil, tuvo su tiempo de gloria y también su ocaso. En diciembre se sabrá si Hillary Clinton incluye su estrella en la constelación de mujeres líderes nacionales. Nada menos que en la potencia número uno del mundo, Estados Unidos.
Tanto vigor ha tenido la presencia femenina, que en las Naciones Unidas ya se está exigiendo que el próximo secretario general sea una mujer; en ese caso, la canciller argentina, Susana Malcorra, está en la línea de largada.
Argentina ha tenido y tiene sus mujeres; no sólo Evita. Alicia Moreau de Justo inscribió su nombre en la historia por su temprano y notable desempeño en el Partido Socialista, pero especialmente porque en 1932 elaboró un proyecto de ley que establecía el sufragio femenino. Nada de cupos; todas a votar, propuso; pero esto recién se concretaría en 1947, aunque la mezquindad de la política pretenda escamotearle el reconocimiento.
Hoy en Argentina se está incubando una figura que ya aprobó con sobresaliente el grado electoral y ahora está exponiendo un temple que, a juzgar por sus modales aniñados, no estaba en las previsiones de nadie. María Eugenia Vidal, una joven elaborada políticamente en el PRO, hace un año ganó por sí misma la elección a gobernador de la provincia de Buenos Aires, reducto exclusivo durante treinta años del peronismo, que acostumbra a defenderlo con grupos facinerosos; si es necesario, a punta de pistola. La gobernadora de la eterna sonrisa no le debe “dos guitas” a nadie en la cuenta política: nadie la remolcó. Por el contrario: obtuvo en la Provincia más votos que su candidato a presidente, Mauricio Macri. Si de cuentas se tratara, entonces, Mariú sería acreedora de Mauricio.
Al frente del distrito más grande y habitado de la Argentina, el más productivo, el más endeudado, el más conflictivo; asediado por bolsones de miseria donde el delito y el narcotráfico parecen ser las únicas alternativas para los jóvenes, María Eugenia Vidal les está poniendo el pecho a las balas. Personalmente, anunció e inició una lucha frontal contra la corrupción enquistada en la fuerza más tenebrosa que habita la nación: la Policía Bonaerense, donde por dos efectivos buenos hay ocho malhechores con grado, mando, armas y disposición a usarlos en nombre del delito.
Nadie ha dado un combate tan formidable como el que está sobrellevando la Vidal en ese sentido. Y no la tiene fácil: sufre amenazas a diario. El tiempo dirá si sale airosa y, con ello, si los bonaerenses y los argentinos pueden contar con una líder que reivindique a las mujeres en el ejercicio del mando político. Es ciertamente necesario. La experiencia reciente, tan prolongada como infausta, habla de alguien que puede ser definida como “la perversión hecha presidente”. Si dependiera del modelo de ese liderazgo enfermizo, indecente, abusivo, ineficiente, lo peor, podría concluirse que no debería haber cupo femenino ni siquiera del uno por ciento, porque si ese uno volviera a ser ella...
*Consultor en Comunicaciones.