Cuándo fue que la edición se puso de moda? No lo sé. Sé, en cambio, que la carrera de Edición es la que más inscriptos ha tenido en los últimos años en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Lo sé por un muy buen artículo de Daniel Gigena, aparecido el domingo pasado en Ideas de La Nación. Es una entrevista conjunta a Patricia Piccolini, directora de esa Carrera, y a Alejandro Dujovne, investigador del Conicet, uno de los coordinadores del Núcleo de Estudios sobre Historia y Sociología del Libro y la Edición. La sola presencia de esa nota en un medio masivo puede ser pensada como un síntoma: el de la posibilidad creciente y bienvenida de pensar la edición como un objeto relevante, en el cruce de la cultura, la ideología, la política y la economía, es decir, en el corazón de la episteme de una época. Pocas cosas me interesarían más que leer una buena historia de la edición argentina en ese registro (también de otros países latinoamericanos, como México). Es tal vez éste un momento incipiente, pero la aparición de esta preocupación no deja de interesarme sobremanera. Hubo un tiempo (¿cuánto hace?, ¿veinte años?, ¿treinta?) en que la carrera de Comunicación Social de la UBA se debatía entre un perfil, predominante en esa época, más bien técnico (básicamente: formar empleados para la comunicación de masas, a los que se les daba de paso unas gotitas de Walter Benjamin), y uno más intelectual, más crítico (posición que entonces no llegó a prosperar por múltiples razones, entre ellas por la baja erudición del plantel docente que defendía esta postura, cuya mayoría también había consumido sólo unas gotitas de Walter Benjamin). Con el paso de los años, por razones que me exceden, la situación parece haber cambiado. Hablo con la impunidad que me da la lejanía. Pero precisamente desde esa lejanía puedo observar dos rasgos muy interesantes. Por un lado, una evidente vocación política de muchos de los cuadros surgidos de allí (pienso en la importancia que tuvo esa carrera en la redacción y el debate de la Ley de Servicios Audiovisuales, ley que fue dada de baja de manera tan esperable como oprobiosa por Macri) y en la aparición de egresados que se suman al mundo cultural, mucho más allá de la comunicación en sentido estricto (conozco editores, escritores, directores de cine, etc., egresados de allí). Quizás a los estudios sobre edición les toque lo mismo, y poco a poco se vaya abandonando una mirada técnica y, en el mismo horizonte que el Núcleo de Estudios…, pueda surgir una generación que comience a pensar la edición de manera crítica, como un prisma que permite ver el estado de la cultura en un momento dado.
Entre tanto, en la nota, Dujovne vuelve una y otra vez, con absoluta razón, sobre el histórico déficit de políticas públicas sobre el tema (que incluye, desde el vamos, la promoción de la lectura). No se trata sólo de la clásica demanda (por cierto justa) de los (pequeños) editores ante la ausencia de subsidios y subvenciones a la edición, ni tampoco de la también justa percepción de que el ajuste brutal llevado a cabo por Macri, en alianza con la inmensa mayoría de la clase política, pone en riesgo el mercado editorial (¡muéstrenme un país con un universo editorial activo sin un mercado interno con capacidad de consumo!), sino también de intentar pensar críticamente los efectos socioculturales de esa situación.