Un cuadro de Pablo Suárez representa la superficie exterior amarilla y roja de un vagón de tren que avanza velozmente. Aferrado a las manijas verticales de las puertas, con las piernas muy separadas y los pies sobre el estrecho umbral, un hombre, con el torso desnudo, jeans y zapatillas, trata de mantener su cuerpo adherido a la chapa. El pelo volcado por completo hacia un lado por efecto del viento, con cara de terror y ojos desorbitados, sosteniéndose con todas sus fuerzas para no ser despedido por la marcha, imposibilitado de entrar al vagón, el hombre está en peligro. Si aflojara sus manos, si sus pies resbalaran y perdieran el precario apoyo, caería a las vías. El título del cuadro es Exclusión. Está en la colección del Malba y tiene una atracción tan inevitable como el riesgo que corre su personaje, el excluido. Pablo Suárez lo pintó en 1999.
Los alfiles y la reina. El 12 de enero de 2018 se conoció una predicción de Hugo Moyano, quien ya había roto con el Gobierno: “Antes de que termine el año, va a haber un millón de personas puteándolos en la Plaza y vamos a estar todos juntos de vuelta”. El pronóstico se cumplió a medias: hubo, a lo largo del año, cientos de miles en las plazas, pero los sindicalistas no están todos juntos. Si Moyano se refería al peronismo, entonces habría acertado: están todos juntos de vuelta, muchos de ellos corriendo para colocarse bajo el manto azul de Cristina Kirchner. Falta Urtubey que, hasta el momento, cree que puede ofrecer una alternativa exterior al sistema solar de CFK; y hacia las afueras de ese sistema, Pichetto y Schiaretti, que antes tenían a Sergio Massa como interlocutor y ahora lo ven alejándose. Pero han vuelto casi todos, con pretensiones y proyectos diferentes.
En tres años de gobierno del PRO, el peronismo no logró reconfigurarse ni acordar una dirigencia. Cristina es la referencia no deseada pero inevitable. Muchos peronistas hubieran preferido no tenerla de nuevo como última instancia. Sin embargo, la realidad es más tenaz que los deseos. Massa, uno de los que más se habían alejado, afirmó que ella “está cambiando”. Ella tomó un tecito con Felipe Solá, aunque siga pensando que Kicillof sería una incomparable sucesión, si decidiera apartarse del ajetreo cotidiano de la Casa de Gobierno. El ultramontano Grabois muestra a Cristina en un afiche donde él mismo la acompaña y ofrece el homenaje de una intrusión en la planta trasmisora de El Trece y TN. El Papa bendecirá esta unión.
CFK es la referencia no deseada e inevitable del peronismo. Macri gobernó peor que las predicciones.
Durante las escaramuzas justicialistas de los últimos tres años, Cristina, apoyada en La Cámpora, que gestiona su hijo, tejió redes de influencias. Fue benevolente con quienes antes había sido dura y despreciativa. Esperó como espera un jugador que conoce las torpezas de su adversario. Su objetivo es convertirse en la Gran Electora del justicialismo, con la particularidad de que, incluso, pueda elegirse a sí misma. Y también mostrarse magnánima: el sábado pasado, grabó un corto video dirigido a la militancia de Unidad Ciudadana en Entre Ríos, donde se la escucha decir: “Estoy convencida de que nos merecemos un país mejor y entre todes (sic) lo podemos volver a construir”. De cada pueblo, un paisano, y de cada provincia quien tenga posibilidades de alzarse con los votos.
La última noticia de este 2018 es que la Cámara Federal confirmó el procesamiento de CFK, solicitado por el juez Bonadio. Hasta que no haya sentencia firme, dentro de años, la expresidenta podrá ser candidata, de modo que los diversos batallones justicialistas la seguirán tomando como dispositivo central de sus cálculos tácticos. Por eso se reunieron Massa, Urtubey, Pichetto y Schiaretti con los gobernadores de Tucumán, La Rioja, Santiago del Estero, Entre Ríos y Chaco, para cerrar el año de Alternativa Federal, a cuya mesa se sientan quienes (como Urtubey y Schiaretti) prefieren abstenerse de Cristina Kirchner, y quienes parecen haberse encaminado hacia su inevitable aceptación hasta que una sentencia firme cambie el escenario. Los contertulios de Alternativa Federal rechazan al unísono la polarización entre kirchnerismo y macrismo. Se sabe que el justicialismo está largamente entrenado en la variedad de posiciones.
Finalmente, también en estos días, habló Duhalde y señaló a Roberto Lavagna como el mejor candidato para 2019. Es posible coincidir con Duhalde. Pero sería conveniente conocer la opinión de Lavagna.
El niño rico. El gobierno de Cambiemos fue peor que las peores predicciones (según los números que acaban de conocerse). La pobreza subió al nivel más alto de la última década. La imagen de Macri comenzó 2018 en el nivel más bajo desde que asumió la presidencia (14 puntos menos después de convertida en ley, con alta desaprobación popular, la reforma jubilatoria). Por el momento, no hay milagro que consuele con mejores números. Miguel Acevedo, presidente de la Unión Industrial, calificó el año que termina como "muy malo" y no encuentra sustento para "el positivismo que tiene el Gobierno".
En efecto, carece de sustento. Al comenzar 2018, Macri exhortó a “vivir con los recursos que tenemos, porque no queremos seguir tomando deuda y obligar a pagarla a las próximas generaciones”. Era un buen deseo, que entró en una zona de tormenta cuando el Gobierno, seis meses después, firmó con el Fondo Monetario Internacional un posible préstamo de 50 mil millones de dólares, de los cuales llegaron unos 20 mil millones. Se anunciaron ajustes varios (comenzando por el llamado “ajuste político”), todos tardíos. El gradualismo no fue suficiente para impedir el aumento de la pobreza y la desocupación. Tampoco alcanzó para no seguir endeudándose (olvidados ya de las “próximas generaciones”).
Pese a todo, en septiembre de este año, el Gobierno insistió en promesas de buena ventura, esta vez para persuadir a los ejecutivos de grandes grupos de inversión reunidos en Nueva York. A ellos les dijo: "Vamos a contarles el buen futuro que tenemos los argentinos". Y hace pocos días reafirmó ese pronóstico sin fecha. En el Centro Cultural Kirchner, Macri les dijo a los 1.200 funcionarios del llamado “gabinete ampliado”: “El año que viene la Argentina va a confirmar que entendió que este es el rumbo”. Hoy por hoy, la Argentina superó los 800 puntos de riesgo país, el número más alto de los últimos cuatro años. Paren este tren, grita el muchacho aferrado a los pasamanos en el cuadro de Pablo Suárez.
Entre decenas de razones, la corrupción del gobierno kirchnerista no generó discursos de la craneoteca que trabaja en Balcarce 50. No tuvieron como tema, ni siquiera secundario, la cleptocracia fundada por la gestión anterior. Seguramente porque el círculo de Macri sabía que primos, hermanos o el venerable pater familias podían ser citados por la Justicia. Los negocios de los Macri tienen una larga historia y, como a muchos empresarios, se les complica impartir ejemplos de ética.
Si a los asesores de Macri les pareció que convenía tener a Cristina como figura central de la oposición, pues allí está. Retrocediendo con poca elegancia, afirman que ella “tiene ahora muchísima fuerza”. Según encuestas, el 60% votaría ofertas opositoras en las próximas elecciones presidenciales. Pero no se trata solo de encuestas.
Macri fue víctima de un optimismo de niño rico, acostumbrado a que los vientos soplen en la dirección de sus deseos. El también podría estar representado en el cuadro de Pablo Suárez: con los pelos de punta, los ojos desorbitados por el terror, a duras penas se aferra a las manijas exteriores de un vagón que avanza a toda velocidad hacia la derecha y deja muchas víctimas.
Hay futuro. Las grandes transformaciones sociales y culturales no siguen paso a paso la coyuntura política. Esto lo sabe cualquiera que consulte un libro de historia. El año 2018 no tiene vuelta atrás por dos hechos novedosos.
El primero transcurrió en las calles: fueron las gigantescas movilizaciones por la ley de interrupción voluntaria del embarazo, protagonizadas por una generación joven que ocupó por primera vez el espacio público. El segundo tuvo a la televisión y las redes como escenario. Decenas de mujeres salieron a denunciar violencias de género. Dieron nombres y circunstancias. Dieron la cara.
El veredicto es siempre sumario, cuando no intervienen fiscales, defensores y jueces. Las garantías valen para todo el mundo, incluso para los criminales más repugnantes. De todas maneras, no son las víctimas las que deben obsequiárselas, sino las instituciones y también los medios de comunicación, que deben presentar las noticias con el control sobre sus fuentes. Si la víctima no puede ser ecuánime, los medios deben serlo.
Quienes se presentaron como víctimas cambiaron la dirección y la velocidad del tren que nos arrastra: son mujeres que, sin achicarse, desafían el viento. Reclaman justicia, aunque sus argumentos no sean perfectos frente a un tribunal. Tampoco es necesario estar de acuerdo con la forma mediática de las denuncias. Simplemente deben recibir castigo los inculpados en ellas (cuántos sean, no lo sabemos hasta un juicio).
Por eso, lo que sucedió en los últimos días anuncia un país que puede tener una velocidad distinta a la que impusieron la exclusión, la desconfianza, la complicidad y el silencio. Contra viento y marea, desde los años 80, las víctimas de diferentes delitos ya han escrito páginas memorables en los tribunales argentinos. Y seguirán escribiéndolas.