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¿Vota el ciudadano o el consumidor?

Yo. “Un ciudadano vota pensando ante todo en qué beneficio personal podrá obtener”.
Yo. “Un ciudadano vota pensando ante todo en qué beneficio personal podrá obtener”. | NA

Sobre los principales precandidatos que en las elecciones primarias del próximo domingo buscarán alcanzar la candidatura definitiva para los comicios de octubre queda poco por decir. Sus historias (que algunos, como el oficialista más que nadie, tratan de negar, desmentir o maquillar) los describen mejor que sus promesas o inexistentes programas. En la última semana de julio, tomando el promedio de las diferentes encuestas conocidas, la imagen negativa de cada uno de ellos superaba el 50% y la positiva apenas rebasaba en cada caso el 40%, o no lo alcanzaba. Un reflejo de lo que la ciudadanía piensa de ellos. La cosecha del escepticismo, la desesperanza y el hartazgo que han sabido sembrar.

Ninguna votación, sin embargo, se agota en los candidatos, sino que se completa con los electores, los votantes. Y debería ser el momento de un examen de conciencia. Se suele decir que los países tienen los dirigentes que merecen, lo cual no deja de poner a los votantes en un papel entre pasivo y sufriente. Pero acaso sea más certero afirmar que las sociedades tienen los dirigentes que se les parecen. Porque estos no salen de la nada, no nacen de repollos, no son alienígenas que bajan de platos voladores. Y en las democracias, por imperfectas que éstas sean, no son impuestos por la fuerza. Resultan, en cierto modo, un espejo del estado moral de la sociedad. También del alcance de su memoria.

En Introducción a la filosofía moral, rico, profundo y accesible tratado sobre el tema, el filósofo James Rachels (1941-2003), catedrático de la materia en varias importantes universidades estadounidenses, como Richmond y Duke, advierte que “en tanto agentes morales debemos preocuparnos por todos aquellos cuyo bienestar pudiera verse afectado por lo que hacemos”. Esto, expresa Rachels, puede ser tan fácil de decir como de olvidar a menos que en los actos de todos los días, en las cosas que dependen de nosotros, observemos a nuestros hijos, nuestros vecinos, a las personas con quienes nos relacionamos y con quienes interactuamos y, desde allí, ampliemos la mirada hacia la comunidad a la que pertenecemos. “Dado que convivimos con otras personas, nos recuerda este filósofo, cómo le vaya a cada uno depende no solo de lo que hacemos, sino de lo que otros hacen”. En este sentido, concluye, cuando se ponen por delante los intereses personales, los grupales, los raciales o de cualquier tipo por encima de los intereses colectivos se incurre en una ofensa moral. Traído a la cuestión de las elecciones próximas esto se puede aplicar a los candidatos tanto como a los votantes. No hay voto (ni ausentismo o abstención) sin consecuencia. Y dado que como seres racionales somos inevitablemente agentes morales, las consecuencias de nuestros actos (en este caso el voto) afectan siempre a otros.

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Un ciudadano que vota pensando ante todo en qué beneficio personal podrá obtener, o mantener, del candidato que elige, hace de su voto lo que el británico Steven Lukes llama un simple mercadeo. Lukes, especialista en teoría política y social y autor de Relativismo moral, considera mercadeo a aquellas transacciones sociales en las cuales se postergan valores en función de favores o ganancias a adquirir. Ocurre en el plano político, apunta, que, en la búsqueda de esos beneficios, dejamos decisiones importantes en manos de otros, sabiendo poco o nada de los motivos que los llevarán a disponer de nuestras decisiones. “Elegimos políticos y pagamos a administradores para que hagan el trabajo sucio de canjear nuestra salud, nuestro trabajo, nuestra seguridad, y a veces nuestras vidas, por un mayor crecimiento económico, rentabilidad y eficacia administrativa o por unos bulevares adornados con árboles”, escribe Lukes.

El voto de mercadeo es prototípico de sociedades en las que, como bien apuntaba el gran pensador polaco Zygmunt Bauman (1925-2017), las personas se degradaron de ciudadanos a meros consumidores. Pero el problema de convertir al voto en moneda de cambio es que, en primer término, nos igualamos a los políticos que decimos despreciar, y, en segundo lugar, que a la larga o la corta se pierde más de lo que se gana.

*Escritor y periodista.