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LIBROS QUE SALTAN MUROS

En Madrid, una biblioteca usa la cultura para derribar los barrotes en Soto del Real

En un intento por derribar los muros de la exclusión social y el castigo, Juan Sobrino, bibliotecario de Soto del Real, impulsó “Libros que Saltan Muros” en el Centro Penitenciario Madrid V.

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HORIZONTE. El colectivo de arte urbano madrileño Boa Mistura trabajó en un mural que hoy es sinónimo de esperanza. | CEDOC PERFIL

Un muro puede ser de ladrillo y cemento o de prejuicios sociales y desesperanza. Y la Biblioteca Municipal de Soto del Real (ubicada a unos 50 kilómetros de Madrid) se propuso derribar ambos con un arma tan sutil como poderosa: el libro.

Desde 2018, el programa "Libros que Saltan Muros", creado por el bibliotecario Juan Sobrino, ha transformado el Centro Penitenciario Madrid V convirtiendo sus auditorios y patios en escenarios de inclusión social y crecimiento cultural.

Sobrino, un convencido de que la biblioteca debe ir más allá de sus paredes, explicó a Perfil Córdoba el origen de la extensión bibliotecaria: “Nosotros trabajamos en dos sentidos. Por un lado, programamos una serie de actividades para atraer al público a la biblioteca, pero luego, esta biblioteca trabaja en actividades de extensión; es decir: llevar los libros y la cultura fuera de las paredes de la biblioteca”.

El foco, cuenta Sobrino, está puesto en los colectivos más vulnerables, que tienen un difícil acceso a la cultura.

La semilla: club de lectura y creación

La colaboración con el Centro Penitenciario, que alberga a unos 1.400 varones (la población femenina fue trasladada en 2020), se concretó a partir del primer proyecto: un Club de lectura mixto. “Lo más sencillo al principio fue la creación de un club formado por internos del centro penitenciario y por personas del exterior que pertenecen a los clubes de lectura convencionales de la biblioteca. La metodología es idéntica a cualquier otro club, hay un tiempo para leer y luego tenemos una reunión entre internos y gente de fuera para hablar del libro”, detalla Sobrino, quien oficia de coordinador.

Esta iniciativa fue solo la punta de lanza ya que bajo el paraguas de “Libros que Saltan Muros”, se han realizado talleres de todo tipo: desde un taller de creación literaria, poesía y dramaturgia hasta un taller de creación de cometas, decoradas con dibujos y frases. Sobrino recuerda: “Fue un momento espectacular cuando las echamos a volar. Muchos decían que por un momento se habían olvidado dónde estaban”.

Además, se han programado recitales poéticos, obras de teatro, conciertos y hasta una batucada que recorrió los distintos módulos de la cárcel.


De la fiesta de la lectura a los cuentos familiares


El programa ha innovado con formatos como la Fiesta de la lectura, originada en Estados Unidos que consiste en reunir a muchas personas para leer su propio libro en un mismo entorno. “Es un poco el objetivo de una biblioteca, convertir algo intrínsecamente individual, como es el acto de la lectura, en un hecho social y compartido”, analiza Sobrino. La actividad reunió cerca de 100 personas (unos 70 internos y una veintena de personas de fuera), convirtiéndose en la primera de su tipo a nivel mundial en un centro penitenciario.

Otro de los proyectos es Cuentos que hilan vidas, diseñado en 2023 para los internos que no tienen contacto con sus hijos por distancia geográfica o por elección personal (algunos prefieren que sus hijos crean que están “trabajando en el extranjero”). Así, a partir de libros infantiles, los padres participan en un taller de lectura dramatizada con narradoras orales, y luego graban un vídeo leyendo el cuento, añadiendo ilustraciones y una dedicatoria personal a sus familias. “Hemos llegado a aproximadamente unos 20 niños con este proyecto”, dice el bibliotecario.


Correspondencias y el poder del “Horizonte”


Dos proyectos recientes que siguen profundizando la conexión con el afuera son Correspondencias sin acuse de recibo, un intercambio epistolar anónimo (mediante seudónimo) entre los internos (alumnado del Cepa Yucatán, la escuela del penal) y diversos colectivos del exterior: institutos, universidades (como la Complutense y Camilo José Cela), albergues para personas sin hogar y residencias.

“El objetivo es ponerte en la piel del otro. Los participantes de fuera escriben a alguien que saben que está privado de libertad, y en el siguiente intercambio, reciben una carta personal para contestar, estableciendo un vínculo”, detalla Sobrino.

El otro proyecto es Construyendo puentes, derribando muros, un intercambio cultural con Argentina, en colaboración con el evento ‘Leer Iberoamérica Lee’ y basado en el ensayo Medio pan y un libro de Federico García Lorca. Se trata de una iniciativa que incluyó un intercambio de cartas entre internos de Soto del Real y de Buenos Aires a partir de un taller facilitado por Waldemar Cubilla, un exrecluso argentino que construyó una biblioteca en su unidad y luego una biblioteca popular en su barrio (La Cárcova).

La culminación artística de la iniciativa estuvo a cargo del colectivo de arte urbano Boa Mistura (Madrid) que plasmó en un muro del patio una palabra elegida por los internos: Horizonte. “Si tú lo ves, parece que detrás de ese muro hay un horizonte, que se ve algo”, asegura Sobrino.

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Leyendo con mi mejor amigo y Biblioteca Humana


Otros proyectos que demuestran la creatividad del programa son el Taller Leyendo con mi mejor amigo, una iniciativa que utiliza perros de la Asociación Perros y Letras, adiestrados en lectura. La idea, que ya funcionaba con niños, fue trasladada a los adultos internos. “El perro no te juzga si te equivocas al leer o si te confundes, facilitando la lectura como una actividad placentera”, dice Sobrino.

Por su parte, Biblioteca Humana, creado en 2021 propone que los internos se conviertan en “libros” vivientes con etiquetas que representan tópicos y prejuicios sociales (toxicómano, transgénero, etc.). Así, las personas “lectoras” sostienen conversaciones de 10 a 20 minutos con la “persona libro”, con el fin de generar empatía y reconocerse en la diversidad.


Normalización e inclusión


Una de las metas más ambiciosas es romper la barrera física y simbólica del centro. En ese sentido, Sobrino busca que el auditorio del penal sea un espacio cultural abierto a la ciudadanía. “La idea es que, con las lógicas medidas de seguridad, se ofrezcan entradas para público de afuera como una forma de luchar contra los prejuicios sociales que se establecen desde afuera, poniendo a la cultura como un factor de inclusión social”, refiere.
La labor de Sobrino se sostiene en la convicción de que el sistema penitenciario debe buscar la redención: “La idea de un sistema penitenciario es que la gente que entra no vuelva a visitar un centro penitenciario. Y creo que es la cultura la que permite crear nuevas perspectivas, abrirte horizontes”.