“Esperá que me saco esto (campera). Acá hace frío, no te imaginás lo que es. ¡Está polar!”, dice el primero de los hermanos Weinbaum en aparecer. Se llama Sebastián, pero todos lo conocen por su sobrenombre: Culini. Una franja helada atraviesa el país, mientras la videollamada se completa con Eugenio, que acota: “Nos pasó en Tailandia padecer 40 y pico de grados y decir ‘qué lindo sería estar con las manos temblando de frío’. Eugenio y ‘Culini’, a sus 63 y 52 años respectivamente, contagian alegría combinada con una cálida felicidad. Entre risas explican el sacrificio de sus comienzos recorriendo kilómetros y la fórmula que los sostiene vigentes.
-¿Cómo se sienten haciendo una obra de teatro?
-Eugenio Weinbaum: Es una aventura nueva. Estamos acostumbrados a viajar y vivir experiencias diferentes, conocer tribus y gente que no se encuentra ni siquiera en las redes, culturas o caminar por cornisas para buscar algún templo…De pronto, al subirnos a las tablas nos temblaron las piernas mucho más que buceando con el tiburón blanco. Todo esto nos hace sentir vivos y buscar algo que jamás imaginamos que podríamos llegar a ser.
-Culini Weinbaum: Es una especie de juego. Nos damos cuenta de que nos divertimos arriba del escenario y contagiamos esa alegría y energía, entonces cierra por todos lados. En el teatro el público va cambiando y hay partes en que se muere de risa y tal vez en otra presentación no tanto, y a la inversa; por eso debemos estar más atentos. Tenemos el privilegio de brindar un momento para el papá, la mamá, el abuelo, el nieto ¡Un montón de generaciones! (N.de E: el espectáculo continuará el 30 y 31 de julio y 1 de agosto en el Teatro Colón de Mar del Plata).
-Herminia superó el nivel de fama de ustedes, pero poco se sabe de Milo Weinbaum
-EW: Milo tal vez haya sido el menos conocido de la familia, pero fue el pilar. Fue una persona súper honesta, muy solidaria y con unos valores que hoy, siendo adulto, trato de pasarles a mis hijos. Conocí tantas culturas, creencias diferentes, miles de dioses, pero para mi viejo la religión era la solidaridad. Porque nunca tuvimos un solo centavo y siendo una familia numerosa de siete hermanos, siempre estuvo presente. Herminia decía “criar siete hijos es difícil, pero sin plata ¡puf!”.
-CW: Era buenazo, todos hablan maravillas de nuestro papá. Era una persona con un corazón gigante y aún más en momentos difíciles económicamente, porque criar siete hijos sin un solo peso generó que ellos trabajasen todo el tiempo. Es muy loco, pero nosotros nos dedicamos a un programa de viajes y ellos jamás pudieron viajar, nunca viajamos en familia.
-¿Con MDQ encaminado pudieron mimar a sus padres?
-EW: Ellos eran inmigrantes y habían viajado escapando de la guerra, pero no se movieron más desde que llegaron a Argentina. Cuando nosotros fuimos grandes recién ahí pudieron viajar a Brasil y no pararon de hablar. Mi viejo hasta el último día contaba el viaje. Fue lindo haber logrado eso. Cuando vos contás una historia, aventura o algo que te pasó, revivís el momento y volvés a viajar.
-CW: El viaje de mamá y papá a Brasil fue como ir a la luna más o menos. Y se fueron a un lugar que se llama Itapirubá. Después, yo fui y el lugar estaba desolado totalmente. Había un solo hotel donde habían parado ellos. Un viento tremendo.
-El hecho de que ustedes hayan comenzado con MDQ, dentro de los siete hermanos ¿Fue pura casualidad?
-EW: Para nosotros era soñado viajar. Comíamos porque existía el fiado. Compré mi primera tabla con la ayuda de mi abuelo y mis viejos; era una tabla de surf destrozada, pero para mí significaba meterme al agua estando en Mar del Plata, el mar y la naturaleza. Y soñaba con conocer el mundo y trabajar de lo que me gustaba: el surf era el deporte que amaba y sigo amando. Entonces le pedí prestada una cámara de mano a un amigo y empecé a grabar. En el ‘89, abrió Cable Color Televisor (CCTV) y conseguimos espacio para hacer un programa local. Ahí nació la idea, yendo con mis amigos, con la familia al mar a surfear y nos divertíamos con la cámara y después lo editábamos. Y de a poco, con el canje, nació la posibilidad de viajar y conocer el mundo. Las primeras veces “Culini” iba para un lado y yo para otro, para potenciar el contenido. No existían las camaritas chiquititas y grabarse en modo selfie era imposible en ese momento, así que teníamos que meter la mano, girar y el brazo nos quedaba acalambrado.
-CW: Y ahí también entra la misma palabra que en el teatro: jugar. Nosotros estábamos muy lejos de hacer algo en televisión porque no veníamos de una familia adinerada, ni teníamos contactos, ni familiares en el teatro, ni del mundo del arte. Incluso trabajamos de otras cosas para pagar los cassettes y sacar los pasajes porque le teníamos una fe tremenda a MDQ, pero no nos daba para comer, aunque sabíamos que en algún momento iba a andar bien porque nos fascina hacerlo. Viajamos solos sin camarógrafo, ni productor, ni iluminador, pero sabemos que del otro lado del lente está toda esa gente que nos brinda un cariño gigante, que quiere que nos vaya bien, que no nos lastimemos…
-¿Herminia alguna vez les pidió precaución en los viajes?
-CW: En realidad hacíamos a la inversa. No le decíamos dónde íbamos. Cuanto más peligroso, más minimizábamos el riesgo del lugar. Decíamos: “va a haber playita, palmera, coco…” y después nadábamos con los tiburones blancos. Pero no le contábamos nada a ella. Y cuando lo veía estaba abrazada al sillón y decía ‘si ustedes hacen lo que les gusta, yo soy feliz’. Porque confiaba en que no nos íbamos a tirar de un avión sin el paracaídas. De hecho, dentro de la locura, siempre hacemos todo con intuición y bastante conciencia. Eugenio cuida mi espalda y yo cuido la de él. Cuando fuimos al tsunami de la Pororoca, que entra en el Río Amazonas, se enojó, se puso un poco más seria y nos vino a hablar.
-EW: Decía: ‘Ustedes son dos giles’. Sí, se necesitaban helicópteros, motos de agua, un equipo importante para hacer la expedición Pororoca y nosotros la hicimos a capela.
-¿Hay viajes “off the record”?
-EW: Me gusta mucho disfrutar con la familia. Tengo tres hijos varones y mi esposa. La otra vez nos dieron un canje y no lo podía creer: era con hotel, cerca de la playa, con comida lista todo el tiempo... Pero lo importante no es tanto el lugar sino con quién estás. Y después de tanto viajar te das cuenta de que lo importante no es el destino, sino el viaje en sí. Podés estar en el lugar más paradisíaco del mundo y pasarla mal, como estar en una choza y ser el tipo más feliz de la tierra.
-CW: Mi anhelo de viajar estuvo desde muy temprano: a los 13 años me fui con dos amigos a Brasil y me fascinó. Y a los 19 empecé a viajar con el surf y a rebuscármela como sea, vendiendo anteojos, tablas, muy básico todo en carpa o en una habitación, nunca me importó el confort; de hecho, a un hotel cinco estrellas fui de grande por primera vez, no hace tanto.
-Después de tanto viajar, ¿cómo ven la humanidad?
-EW: Hay varios puntos geopolíticos, políticos, de destrucción de planeta, de economía. Yo no puedo ver niños con hambre ni ancianos que no tienen para pagar sus remedios, sobre todo en un país que tiene mucho para ser grande. Me lastima mucho verlo, lo sufro cotidianamente, sin hablar de política, no importa cuál sea el gobierno de turno, pero llegar a esta situación en la que estamos hoy los argentinos es triste. Conocí diferentes culturas que tienen menos que nosotros y ni se preocupan por eso, porque saben que reencarnarán y les tocará una vida mejor, pero me disgusta saber lo difícil que es sobrevivir para la mayoría de los argentinos.
-CW: Creo que pasa por lo cultural y lo que te brindan tus padres o la persona que te crió. Porque hay gente que es muy rica pero pobre mental y espiritualmente. Hay gente pobre económicamente y muy rica a nivel espiritual. No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Nos ha pasado de ver con Eugenio tribus que viven de lo que van recolectando en la selva, comen, cazan o de lo que siembran; los niños hacen los juguetes con un coco, un palito… materialmente no tienen nada. Una vez había un charco hecho en una pileta de barro con seis o siete nenitos. Vos veías la felicidad, esos pibes, estaban en una pileta olímpica disfrutando, daba envidia sana, ¡Qué hermosura, qué linda niñez! Entonces pensás: "¿No tienen nada o tienen todo?"
Fundación Empate: inclusión real, compromiso constante y el rol clave del programa de embajadores
-¿Incorporaron a su vida cotidiana algo de todos los rituales, costumbres o amuletos que ustedes vieron?
-EW: Tengo una piedra de cuarzo del Himalaya de cuarzo que dicen que tiene una carga superpositiva; algunos artículos que hoy están prohibidos traer, como por ejemplo un pedazo de Moai, que es una estatua de Isla de Pascua. Pero creo que me quedo con el tenés que es tal vez hacer o creer en las cosas que realmente te hacen bien, creer. Porque podés creer en cosas malas y sentirte mal todo el tiempo o creer en cosas que te pueden llegar a hacer bien para estar mejor. Por ejemplo, en una cremación en el sudeste asiático la gente en vez de llorar ríe porque festeja haberlo tenido a la persona; otras culturas hablan de la gente que murió porque la traen al recuerdo y le dan más vida. De esas creencias fui agarrando un poquito de cada una. En la India creen en miles de dioses, ellos creen y son devotos de estas deidades, confían y todo tiene un porqué. Los haitianos prácticamente todos son descendientes de africanos que fueron esclavizados, por eso los tipos se transforman en zombis y no existen más. El cuerpo vive, pero no les sirven a los amos. De repente, cada cultura tiene su Dios, pero creo que tiene razón aquel que está proyectando bondad. En la India son mil millones de personas que ni siquiera tienen agua para tomar y les corresponde una creencia para estar feliz realmente y saber que algo nuevo vendrá, por eso creen en la reencarnación.
-CW: No creo ni dejo de creer en nada. No creo en los marcianos, pero si baja uno sí. Con la religión lo mismo: sé que es una cuestión de fe y cada uno tiene su propio Dios. Si vos creés en algo, seguramente te hará bien por una cuestión de fe. Yo no tengo amuletos materiales. Pero tengo una pulserita roja que uso porque creo en la buena onda de la persona que me la dio. Sí creo en el karma, por eso trato de no hacerle el mal a nadie, por el contrario, busco ayudar desde el silencio, sin publicitarlo, ser empático, no juzgar. Lo único que podés manejar es a vos mismo, tu persona, tu espíritu, tu ser… si hacés las cosas bien, te va a ir bien.
-¿Cuál es el secreto de MDQ para no perder vigencia?
-EW: MDQ nació siendo el programa que nos gustaría ver como televidentes. Si bien no teníamos un centavo, éramos super curiosos y soñábamos con conocer el mundo, culturas, rituales, cosas diferentes. Comenzó siendo un programa de surf, pero un día estaba grabando una ola en Indonesia y escucho unos sonidos extraños, me di vuelta y empecé a seguir a músicos que iban a una cremación. La curiosidad me permitió cambiar de “MDQ Surf” a “MDQ para todo el mundo”.
-CW: Se nos alinearon los planetas. Todo se fue dando muy natural y orgánico, como se dice ahora. El ingreso de mamá enmarcó el resto; además, al ser más viva que nosotros, la gente grande empezó a ver en ella una esperanza también.
-La filosofía de MDQ es…
-EW: El respeto al televidente. Me acuerdo que cuando arranqué había una productora que hacía siete programas por día. Para ganar un peso “palo y a la bolsa” me decían. Nuestra política es todo lo contrario. Para hacer una temporada de 13 capítulos pasamos tres, cuatro y a veces cinco años viajando, editando y sacándole el brillo al contenido; armando los cuentos que nos gustan para que la gente los viva de la misma manera.
-CW: Que nos vieron como dos personas comunes, vecinos que íbamos a bucear con tiburones, estábamos recontra asustados y no lo escondíamos. Se identificaron. Y también el respeto de darlo todo, porque nos sentiríamos mal si vemos el programa al aire sabiendo que lo podríamos haber hecho mejor. Valoramos y respetamos muchísimo el cariño que nos brinda la gente, sabemos que nos tocó la varita mágica, tratamos de devolver con deporte extremo, dibujitos para los nenes, cultura.