CORONAVIRUS
posturas frente al covid-19

La dictadura de la pandemia y la dictadura pandémica

Las opciones sobre cómo actuar frente a un discurso único para una sociedad

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Hay que respetar la cuarentena pero saber que uno no está solo. | Pablo Cuarterolo

Suele pensarse que las dictaduras se establecen para cambiar un sistema imperante pero eso es ver el proceso hacia el pasado, entiendo que es más interesante mirarlo hacia el futuro y en esta perspectiva una dictadura viene a imponer un nuevo sistema, y en términos generales, nunca se trata de un destino sino tan solo una etapa de transición hacia un nuevo estadío.

Esto es fácilmente observable en todas las dictaduras, y lo planteaba Carlos Marx, en términos teóricos, el 5 de marzo de 1892 en la carta que le enviara a Joseph Weydemeyer, donde le afirmaba que ‘Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de estas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar:

  1. Que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción;
  2. Que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado;
  3. Que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases’. Pero no es el único ejemplo que podemos encontrar de la dictadura como tránsito hacia algo, pensemos en la última dictadura militar argentina.

No hay duda alguna que, detrás del argumento público de combatir la subversión, lo que se ocultaba era la imposición de un nuevo modelo económico de organización social de la población. Nadie puede cuestionar que esta fue la razón de ser del golpe de estado de 1976, más aún porque siguió la misma lógica que se utilizó en otros países. Alguien, por ejemplo, podría haber creído a mediados de los años setenta que Augusto Pinochet encabezó una patriada para evitar que Chile cayera bajo las garras del comunismo, cuando en realidad lo que hizo fue ser el mascarón de proa de los grupos económicos nacionales y transnacionales que pretendían imponer un modelo socioeconómico en Chile y que se veían impedidos de poder cumplir su cometido a través de canales democráticos.

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En términos generales las dictaduras aparecen en momentos extremos de las sociedades, en aquellos en los que no se encuentran otras vías para llevar adelante el ideario y, bajo las excepcionalidades propias de tales situaciones, se establecen dictaduras como tránsito hacia una nueva realidad.

La aparición del coronavirus, no en términos médicos sino en los términos sociológicos, nos invita a pensar en la aparición de una nueva dictadura. No es que se ponga en duda las consecuencias clínicas del avance del virus sino que se cuestiona el devenir social ocurrido a la par de ese hecho.

Si nos hubieran consultado unos meses atrás, cuando aún no se había declarado la aparición del virus, sobre nuestra escala de valores seguramente hubiésemos puesto la vida por encima de cualquier otro valor, pero si nos hubiesen contrapuesto la libertad a la vida, muchos hubiésemos dudado, puesto que para muchos vale la pena perder la vida en pos de la libertad, y esto que parecería un poco loco en las actuales circunstancias era algo que no admitía duda para los héroes de nuestra independencia. Sin embargo hoy esto ya no es una verdad revelada, hoy la libertad no ‘lucha’ con la vida en pos de ver cuál es valor supremo, probablemente porque la vida se puede perder ya no por luchar por la libertad sino por no respetar el aislamiento obligatorio dictado por el gobierno.

Quizás por ello el 61% de los argentinos está dispuesto a ver cercenados sus derechos y su libertad si con ello basta para evitar contagiarse. Según afirma Infobae, ‘En Argentina son los más jóvenes los más reticentes a restringir derechos para prevenir el coronavirus: 53% lo acepta vs. 68% de los consultados de más de 50 años. Si segmentamos los datos por sexo son los hombres con un 56% los menos proclives a ceder derechos ante el 66% de las mujeres que sí lo harían’ algo que va en línea con las estadísticas mundiales de víctimas, puesto que los adultos mayores, que son quienes son más proclives a sufrir el desarrollo de complicaciones de salud y que son, a su vez, el grupo etario en el que se concentran más muertes, son quienes más dispuestos están a tener menos derechos en pos del control de la pandemia. No menos cierto es que, en términos generales, son quienes ejercían menos derechos con anterioridad a la irrupción del virus.

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Ahora bien, la pregunta entonces es ¿qué trajo consigo el virus que la mayoría de las personas están dispuestas a ver cercenados sus derechos en pos de evitar una amenaza? Una de las posibles respuestas es la fortaleza de esa amenaza. Así como en la Guerra Fría ninguna de las superpotencias pensó ciertamente en un ataque atómico por miedo a la respuesta de su rival dada la fortaleza de la amenaza, en esta nueva era gran parte de la ciudadanía ve plausible el perder derechos irrenunciables, fundamentalmente la libertad, por temor a dicha amenaza. Hoy los ciudadanos no somos libres, y no lo somos por decisión propia. Por la mucha o poca información que tenemos hemos entendido como correcta, en términos mayoritarios, la decisión del Estado de suprimir la libertad por una amenaza superior. Estará quien crea que es tan solo la libertad de desplazamiento lo que se cercena y que en realidad somos libres, con determinados límites, que es como siempre se es libre, y que lo único que cambió es cuáles son dichos límites. Esa libertad es la misma de la que hablaba Raúl Alfonsín en 1983 sobre el libre mercado al afirmar que ‘la libertad del zorro libre, en el gallinero libre, para comerse con libertad las gallinas libres’.

¿Se instaura entonces una nueva dictadura, la dictadura de la pandemia? Es osado afirmarlo con la información disponible pero no es descabellado imaginarlo si se observa que, habiendo surgido en China la pandemia, sus principales víctimas no son chinos. ¿Será que las víctimas de Wuhan son daños colaterales como los que hay en toda guerra y nosotros somos invitados de una guerra que no declaramos ni nos interesa participar, pero que no podemos eludir? Quizás apenas somos peones que creen estar luchando y en realidad tan solo somos peones de un juego que juegan otros en el que nosotros no somos más que una pieza más. El tiempo permitirá saber si la aparición del virus fue ‘natural’ o si, en cambio, se trata de un virus de laboratorio. Si fuera el segundo caso se abre una nueva disyuntiva, se esparció por error o deliberadamente. Si creyéramos en esta segunda posibilidad el covid-19 no es más que un ‘arma de destrucción masiva’ de la sociedad, en tanto la misma deja de funcionar como tal dado el aislamiento en el que se encuentran los individuos. Bien podría pensarse entonces que el coronavirus es el vehículo para la instauración de una dictadura a escala mundial, dictadura que viene a reemplazar la dictadura del consumo. En un mundo en donde las relaciones económicas son las que lo mantienen en movimiento y donde el consumo es el motor de (casi) todo, la aparición del virus generó picos de consumo, que poco a poco se fueron amesetando producto del aislamiento y, peor aún, le demostró a muchos que no lo creían así, que la felicidad no pasaba por consumir sino por disfrutar, que lo importante no es tener sino ser.

Y a la par de esta, surge una nueva dictadura, que bien podríamos llamar la dictadura pandémica, en tanto es consecuencia de la dictadura de la pandemia, que busca acallar el pensamiento crítico. Cierto es que la pandemia ha traído reminiscencias bélicas y son muchos los puntos en común que se toman con una guerra. Se afirma entonces que los miembros del sistema de salud están en el frente de batalla, que es necesaria la cuarentena para evitar que el enemigo avance, y en medio de ello se filtra un discurso absolutista y tiránico que pretende homogeneizar y hegemonizar el mensaje. Son recurrentes las llamadas a un supuesto orden afirmando que ‘no es momento de críticas, es momentos de estar todos juntos’, ‘ya habrá tiempo de criticar, el momento no es hoy’ o, subvirtiendo el orden que se dice defender, se reclama soluciones a quienes no tienen ni la información ni las herramientas para aportarlas. Entonces ante la falta de un proyecto alternativo, se busca acallar la crítica al proyecto dominante, porque en eso radica su fortaleza, en presentarlo como el único camino posible, la única forma de pensar la realidad, porque cualquier crítica que abra una mella en él, pone en cuestionamiento todo el andamiaje.

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Frente a esta realidad tenemos dos caminos: aceptar el papel que pretenden que desempeñemos o jugar nuestro propio papel, entendiendo que el contexto no permite salir del juego, pero eso no impide que elijamos como jugarlo. Como ciudadanos no podemos hacer nada frente a la pandemia, el juego, pero sí podemos hacer, y mucho más de lo que creemos, para definir y determinar como jugarlo, De nosotros depende el rol que asumimos. Si pretendemos ser simples peones del juego de otros o si, en cambio, establecemos nuestro juego dentro del juego mayor.

No hagamos lugar a quienes quieren imponernos el pensamiento único, antes en nombre del dios mercado, hoy en nombre de cerrar filas frente al enemigo. Sigamos pensando por nosotros mismos. Sigamos cuestionando lo que creemos que está mal. Con honestidad intelectual, aportando lo mejor de nosotros mismos en pos del beneficio colectivo. Sepamos aceptar la crítica franca  y propositiva, entendiéndola como un nutriente para el pensamiento. No pretendamos acallar a quien no comparte nuestro pensamiento. No seamos idiotas útiles haciendo el juego para quienes pretenden imponer la dictadura del pensamiento único.

El momento de hacerlo es ahora. No sirve hacerlo ‘con el diario del lunes’. Hay que criticar lo que entendemos que se está haciendo mal para corregirlo. De nada servirá el ‘yo me había dado cuenta’ pero no lo dije. Fomentemos el espíritu crítico, no le temamos a quien piensa distinto. Creer que con criticar ‘se le hace el juego’ al coronavirus es una limitación mental asombrosa. El no aceptar el pensamiento dispar nos ubica en el lugar que se pretende criticar. Es más nocivo el seguidismo y la adulación acrítica que la reprobación honesta.

Hoy se celebra que Raúl Alfonsín haya tenido la lucidez, y los huevos, de no haberse sumado al coro que celebraba el 2 de abril de 1982 la ocupación de las Islas Malvinas, aunque en su momento fue centro de críticas que lo tildaban de antipatriota por no entender la causa patriótica, las necesidades del momento, el sentimiento nacional. Alfonsín tuvo la capacidad de ver más allá del momento y hoy reconocemos su inteligencia.

Salvando las distancias que nos separan tenemos que tener la misma capacidad. Nosotros que podemos debemos saber mirar más allá de la coyuntura. Hay quienes deben preocuparse por el día a día e incluso quienes deben hacerlo por el comida a comida, a ellos no se les puede exigir nada, pero quienes tenemos la panza llena, la alacena con alimentos y la tranquilidad de poder pensar a mediano plazo tenemos la responsabilidad ética de no ser idiotas útiles al servicio de quienes pretenden imponer, a la sombra de la dictadura de la pandemia, la dictadura pandémica.

Debemos respetar la cuarentena, pero no debemos aislarnos. Sigamos pensando una sociedad mejor.

Es nuestra obligación. No podemos ni debemos fallar.