Las columnas proféticas sobre el post Covid-19 se expanden tanto como la capacidad de ataque y propagación del virus. El problema es que muchas son en extremo esperanzadoras, idílicas, casi revolucionarias respecto a una cambio estructural sobreviniente en nuestra forma de vida local.
Si hay algo que nos ha demostrado buena parte del siglo pasado y el que transitamos es que la Argentina es un país conservador en materia política y económica, y con sectores rupturistas en artes y letras. En definitiva, un híbrido ralentizado por dirigencias petrificadas. Cuando digo conservador no asimilo a esto a derecha, necesariamente, sino a posturas tradicionalistas y dispuestas a mantener hábitos aceptados socialmente instituidos por prácticas dirigenciales que han sido responsables de la administración del poder: la liga de gobernadores peronistas en líneas generales. Estos han configurado un modo de pensar y administrar un horizonte de posibilidades para la sociedad, imponiendo mayoritariamente las cuestiones que son importantes y trascendentes en la agenda pública y en las políticas estatales.
Esa cosmovisión conservadora nos trajo hasta acá anteponiendo el Estado a los grupos intermedios y a los individuos. Las provincias del norte y sur del país son los mejores ejemplos. Allí se anteponen tradiciones ante que procesos de modernización. Nos encontramos con empresarios en connivencia con el poder local y nacional antes que sectores competitivos con el mundo y apostando por emprendedores. Nos anteponen un gasto social orientado a la susbsistencia y no a la asistencia para permitir la autonomía individual y ascenso en la escala social. Nos normalizaron que lo normal es legislar e intervenir todo lo posible ante el temor de la decisión descentralizada o espontánea.
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Motivo por el cual, la opinión pública mayoritaria y el sentido común imperante se impregnan a diario de esta perspectiva conservadora y espera soluciones globales de la dirigencia entendiendo que no hay recursos válidos en la sociedad civil como motor del cambio en situaciones de normalidad y de resiliencia en situaciones de excepcionalidad.
Por esto, han vuelto como un coro westfaliano, a poner de modo unificado en el centro de la escena al Estado y al aparato político y clientelar ante todo. Ya no permitieron que el mercado sea también un encargado de ofrecer soluciones. Nunca hubiesen dejado que esto ocurra, necesitan que la confianza vuelva a ser depositada sólo en el cuerpo tradicional político para que le quede claro nuevamente a las sociedades que las sostiene el Estado no el mercado, por eso lo intervienen. No hay en esta perspectiva paternalista posibilidad de plantear interdependencia o relaciones público-privadas que colaboren. Dictada la emergencia, vemos como la refeudalización se acrecienta.
Entonces, el tiempo del post coronavirus, será un tiempo que lejos de mostrar a nuestra sociedad que cambia y revoluciona su cosmovisión y hábitos nos habrá dejado postales elocuentes de la tenue modernidad institucional y social que hemos desarrollado gracias al poco apego al espíritu y régimen constitucional y sus normas operativas. También nos habrá dejado un nuevo ejemplo, histórico, sobre la falta de un Estado efectivo, ágil, plenamente operativo en sus funciones básicas e ineludibles. Y finalmente, una postal de una sociedad civil retraída en su potencial.
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Ello invita entonces a pensar en que todavía nos debemos como sociedad llegar a implantar tres dimensiones: 1- Una real modernidad en la relación sociedad y Estado, 2- Un proceso de modernización político-administrativo que legalmente hablando se sustente en normas que se adecúan a los tiempos inestables que corren, 3- Un triunfo de la tesis de los integrados de Eco para las dimensiones de: e-commerce, tele-medicina, tele-trabajo, sistemas autónomos e inteligencia artificial, todo esto esperando la llegada del 5G, ¿Por Ezeiza, desde EEUU o China?
Sólo quizás si aumenta el reclamo social podrá aplicarse el impulso integrador para abrir definitivamente a la black box del Estado: para trámites con la administraciones públicas a distancia, sin vetos ni chantaje, más transparencia, integridad y gobernanza aplicada en políticas públicas para cada vez menos excepciones a un gobierno de mesa chica.
Lo último, como corolario, si hay algo que quedó fuera de foco es la superflua discusión sobre el final del capitalismo, del neoliberalismo, del individualismo consumista y del medio ambiente que resurge ante nuestra retirada. Quedaron fuera de foco, por mostrar la falta de argumentos, las posiciones que dan por muerto algo que no existe en esta época hiperregulada por los Estados. En verdad, el problema sigue siendo un capitalismo de amigos o socios protegidos para explotación de recursos y con posiciones oligopólicas gracias a las habilitaciones y acuerdos con funcionarios de turno. Maniatada la producción, se refleja sus opacidad en los restantes ámbitos sociales.
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Recuperando las ideas centrales sobre: las necesidad de volver a la modernidad, recuperar una senda de modernización y avanzar en una integración, podríamos plantearnos paradójicamente como revolucionario, en este contexto descripto, la necesidad de exigir mayor públicidad y transparencia en la gestión de la dirigencia toda.
Para un futuro quedará entonces, poder alentar y aspirar a que ocurra una transformación novedosa que conforme un nuevo espacio público abierto en donde la sociedad recupera su centralidad y la política el servicio.