CULTURA
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‘Bouvard y Pécuchet’, el asalto a la ilusión

Una nueva edición de la antinovela inconclusa de Gustave Flaubert, con traducción, prólogo y notas de Jorge Fondebrider (Eterna Cadencia), es una ocasión más que propicia para adentrarse en el mundo de quien, según Juan José Saer, hizo que “la narración haya dejado de ser novelesca”. Luego de tantos intentos en lengua española, tal vez esta sea la edición definitiva de un libro imprescindible.

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Flaubert. Al lado, retrato de Gustav Flaubert, fotografía de Étienne Carjat, 1860. Abajo, Jorge Fondebrider, el traductor de “Bouvard y Pécuchet”, que acaba de publicar el sello Eterna Cadencia. | cedoc

En 1888 Odile Redon triunfó con las carbonillas inspiradas en La tentación de San Antonio, de Gustave Flaubert, una serie “surgida de la observación y el estudio” que pondría “la lógica de lo visible al servicio de lo invisible”. Este relato, centrado en diablos y dioses, lujuria y muerte, fue el primer esfuerzo en prosa de largo aliento de Flaubert, su primer dispositivo-bomba que partiría la novelística en dos, y que culminaría en Bouvard y Pécuchet, la antinovela inconclusa que le ladra sátira a la literatura y la sociedad desde su aparición, en 1881. Flaubert, tiempo antes de su más célebre Madame Bovary, escribía visionario en una de sus cientos de fundamentales cartas a amantes y amigos, “Lo que me parece bello, lo que quisiera escribir, es un libro sobre nada. Un libro sin atadura exterior, que se sostenga solo por la fuerza interna del estilo… o que al menos el tema sea casi invisible, si algo así existe. Las obras más bellas son las que tienen menos materia”. 

Redon transgredió la materia, no importó ya qué se pintaba sino cómo, y la pintura empezó su camino a las vanguardias históricas. Flaubert, del mismo modo fundacional, demostró que, con estilo, cualquier hecho, cualquier materia, podía convertirse en literatura, no importaba si era una mediocre señora de provincia o dos imbéciles copistas. A ellos dedicará su último cañonazo a la novelística en Bouvard y Pécuchet, y en ellos pondría su principal voz narrativa de forma nada indirecta, insuflada en aquel elemento que abunda en el universo según Frank Zappa: la estupidez. 

“Flaubert consideraba como parte constitutiva de la condición humana la estupidez. Esta, desde muy distintas perspectivas, se repite una y otra vez en todos sus personajes, en todas sus posibles variantes y matices. Acaso donde más claro sea es Bouvard y Pécuchet, la novela póstuma muy poco mencionada por los periodistas culturales durante el mentado bicentenario, en 2021”, sostiene en el prólogo Jorge Fondebrider, a cargo de la traducción, las notas y la selección de los comentarios de esta imprescindible edición nacional realizada por Eterna Cadencia. 

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En la línea de las anteriores publicaciones razonadas del escritor de la misma casa editorial, Madame Bovary (2014) y Los tres cuentos (2018), se ofrece una nueva traducción del último esfuerzo de Flaubert, quien fallece en 1880. Y se acompaña con un orfebre complejo de citas (“quien sienta que las notas molestan su lectura no tiene más que saltearlas. Probablemente lea entonces un libro diferente”, aclara el traductor y ensayista Fondebrider), más un plan que se acerca lo más fidedignamente posible al planteo original de la obra que tenía en mente Flaubert, a través de la edición de La Pléiade (2021). 

Y además de sumarse Le copie o el más conocido Estupidiario, el fragmento de copias y copias insensatas que dialoga con la primera parte de la antiepopeya de estos copistas parisinos, por casi treinta años de la Francia de la Revolución de 1848 y Napoleón III; por primera vez en castellano aparecen los tres manuscritos existentes del Dictionnaire des idées reçues (Diccionario de ideas aceptadas), la burla en compendio de Flaubert a todo dogma. 

En los anexos se incluyen también los textos de Jules Duplan y Barthélemy Maurice –que con la historia de dos amanuenses de Les Deux Greffiers (1841) sirvió de base a Bouvard y Pécuchet– y un detallado listado de ediciones y estudios críticos sobre esta obra, de la que Juan José Saer, el flaubertiano argentino, dijo: “Después de Bouvard y Pécuchet la narración ha dejado de ser novelesca. Si las novelas del siglo XX no son novelescas, y si Borges no ha escrito novelas, es porque Borges piensa, y toda su obra lo demuestra, que la única manera para un escritor en el siglo XX de ser novelista consiste en no escribir novelas”. 

Junto a Borges, que le dedicó una vindicación en 1957 a una novela que al parecer leyó once veces, Ricardo Piglia y Martín Kohan han sido atentos lectores locales de Flaubert. A nivel internacional la lista es inmensa y se multiplican cada vez más las miradas desde la literatura, en el mundo hispanoparlante Mario Vargas Llosa y Juan Goytisolo entre muchos; o que indagan en estructuralismos y posestructuralismos, soliviantados en Michel Foucault y Roland Barthes.

¿Cómo un libro poco apreciado consiguió en el paso de tres siglos contar con una legión en aumento de adeptos a esta historia atemporal de dos fracasados, encallados en una biblioteca y un museo, en la insólita Chavignolles? Porque Flaubert consigue anticipar técnicas de montaje, que luego explorarían los escritores de la nouveau roman y los posmodernistas del intertexto. O de una sensibilidad no romántica que no pasa nada por alto, y en esta obra las cosas tienen tanta vida como los hombres, el numen del nuevo periodismo. Pero por sobre todo porque el pueblo y la gente inventada por Flaubert representan el resumen del mundo, sin importar la fecha, que entra en crisis epistemológica y que corre de saber en saber, de la ciencia y la literatura al espiritismo y la frenología, cuando la trampa y el daño ya están hechos. 

“¿Quiere saber mi opinión? –dijo Pécuchet–. Dado que los burgueses son feroces; que los obreros, celosos, que los sacerdotes, serviles… Y que el pueblo, con tal que le deje meter el hocico en el plato, finalmente acepta a todos los tiranos, ¡Napoleón hizo bien! ¡Que lo amordace, que lo obligue y que lo extermine!... Bouvard pensaba: ¡El progreso, qué chiste!”. Ese fragmento representa una impiadosa denuncia de un modo de vida avasallado por el lenguaje universal de la idiotez, la burguesía en Flaubert, quizá los internautas para nosotros. Hasta los imbéciles de Bouvard y Pécuchet, al fin, llenos de mercurio, percibieron la estupidez y no pudieron tolerarla.

El resignado Marcel Proust de 1920, que detestaba el “poco uso de la metáfora” del escritor de Bouvard y Pécuchet; sin embargo aclaraba: “No tenemos más que leer a los maestros, Flaubert uno de ellos, con devota sencillez. Nos asombrará ver cómo están asombrosamente vivos, junto a nosotros, ofreciéndonos mil ejemplos los grados del esfuerzo que nosotros mismos hemos equivocado”. 

Esta edición argentina del primer asalto a la ilusión del narrador autobiográfico de la literatura universal, este libro de libros hoy remozada en el yo-yo millennials, regresa con novedades al campo de batalla de la frase. Por la palabra no solamente exacta sino siempre nueva en la sabiduría de la incertidumbre.