En la conversación entre Fausto y el criado Wagner, el primero le dice: “Lo que llamas el espíritu de los tiempos/es, en el fondo, el espíritu de los hombres/en quienes los tiempos se reflejan.” Para luego continuar: “Con frecuencia no es más que una miseria”. Es que Goethe estaba en contra de la idea de representar la totalidad y dar cuenta por medio de la literatura del “espíritu de una época”. Para él, lo individual era lo único importante para la escritura. Aún en Fausto, esa genialidad que parece concentrar la hipóstasis de la experiencia humana.
Lejos está, entonces, el escritor alemán del concepto de Zeitgeist, tan hegeliano y tan alemán, por cierto. Esta noción en disputa, divide las aguas del pensamiento sobre si es posible dar cuenta del espíritu de un determinado pueblo que es el que se representa en un momento fundamental en el proceso de la historia o que la unidad de ese supuesto espíritu (Geist) no sea suficiente para encarnar una época, un tiempo (Zeit) En todo caso, lo que se puede advertir es que, como se trata de un espíritu, puede ser evanescente y diluirse.
En ese debate, muy romántico y con gran sentido en la proyección del siglo XX, es posible inscribir La historia del mundo, la exhibición de Gabriel Valansi en la galería Rolf. El proyecto que lleva a cabo este artista nacido en Buenos Aires en 1959 toma como base una enciclopedia con ese mismo título. Con La historia del mundo, los 12 tomos de fascículos coleccionables, Valansi construyó una nueva cinta del tiempo. 150 metros por 12 centímetros alcanzan para abarcar la totalidad de las imágenes del mundo. Las imágenes arman un friso en una lista horizontal que recorre el perímetro de la galería que ha sido, debidamente, oscurecida.
En ese efecto que es la yuxtaposición de ellas sin respetar un orden cronológico y la ausencia de luz que dificulta, sumado al uso de ese dispositivo lenticular, la percepción de las imágenes, está el primer indicio sobre el que se monta una posible desconfianza en la empresa.
Pero antes está la confianza. Que se percibe no sólo en este trabajo, enorme y fastuoso, sino en otros del mismo artista. Hay que recordar que esta obra está en serie imaginaria con Night Shots, Fatherland, Tekne, Babel, Fricciones, Antiaéreos y Estado de sitio, ya que forma parte del libro publicó hace unos años, cuando la fotografía le fue insuficiente como formato para hacer lo que tenía en la cabeza. Allí, además de La historia del mundo, está Zeitgeist. Un conjunto completo de fotografías tomadas con dispositivo militar de visión nocturna durante los saqueos de 2001 con el que discute esta idea sobre arte y política, mediante piezas de máxima abstracción. Formas orgánicas, eso sí, pero sin rostro. Gotas, pétalos, paisajes marinos, proezas oníricas, espectros imaginativos en el lugar de la muerte, la tragedia y el derrumbe.
Abarcar la totalidad es, a todas luces, la ruina de la representación. Es el mapa que quiere dibujar todo el territorio y se vuelve tan extenso como él. Es la lengua imposible que designe el absoluto. Es la proeza que conlleva su inutilidad. Podemos citar a Borges. O mejor a Michel Foucault y el comienzo que toma de él en Las palabras y las cosas. Esa clasificación infinita: el intento de dar cuenta de cada síntoma, de cada objeto y de cada aspecto.
Las imágenes que propone Valansi, las que tenemos que buscar entre los reflejos que las esconden, son todas. Al mismo tiempo, ninguna.