“La gran Isadora Duncan su arte al mundo brindó, su vida fue una tragedia pero su baile triunfó”, sostiene la letra de la canción de la cantante cubana Celia Cruz que lleva el nombre de la eximia bailarina norteamericana. Considerada pionera en la danza contemporánea, Duncan supo forjar una carrera que le valió el reconocimiento mundial, y se vio acompañada por escándalos y tragedias: la pérdida de sus dos hijos en un accidente fue un golpe del cual no logró recuperarse.
Duncan estaba destinada a ser venerada, o al menos eso buscó a lo largo de su carrera. Y es que esta bailarina y profesora de danza estadounidense nacida en 1877 (aunque algunas biografías dicen que la fecha exacta fue 1878), considerada una de las pioneras en la danza moderna, deslumbró sobre todos los escenarios que pisó. Sin embargo no todo fue un lecho de rosas. Vivió una infancia difícil tras el divorcio de sus padres, y supo encontrar en el baile una base para su futura profesión. Con apenas una década de vida, tenía muy en claro que quería dedicarse a la danza: "Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas" relató en su libro biográfico, titulado Mi vida.
En su adolescencia se mudó con su madre y hermana a Chicago donde estudió danza clásica. Pero, luego de perder todo en un incendio, se trasladaron a Nueva York y allí ingresó en una compañía de teatro. En búsqueda de nuevas oportunidades convence a su familia de partir hacia Europa y es por eso que, para comienzos del siglo XX se mudan a Londres y luego a París.
“Bailaba sin reglas ni posición”. El estilo adoptado por Duncan para el baile estaba inspirado en los cánones de belleza de la antigua Grecia, y consistía en una improvisación de movimientos, acompañados por su modo de vestir en escena (con túnicas), y el hecho de que lo hiciera descalza; con el cabello suelto y sin maquillaje alguno, algo que antes de catapultarla y convertirla en una referente, le valió cientos de críticas, dado que rompía con el estereotipo de bailarina conocido hasta el momento. Creó en Europa escuelas dedicadas al ballet (en Francia, Berlín y París); y recibió por parte del gobierno de los soviets en la Unión Soviética la propuesta de instalar su escuela en el suelo ruso.
“El hombre fue su pasión”. De la vida sentimental de Duncan se puede leer de todo, que era bisexual y que tuvo varios amantes; sin embargo quienes investigaron sobre sus relaciones coinciden que su gran amor fue el poeta ruso Serguei Esenin, diecisiete años menor que ella y con quien se casó. La pareja viajó por todo el mundo para que Isadora mostrara su arte; pero cuando regresaron juntos a Estados Unidos, fueron rechazados y acusados de bolcheviques. Por eso regresaron a Europa. Para entonces, el hombre comenzó a presentar una profunda depresión que perjudicó la pareja y lo volvió inestable. En 1925 decide abandonar a Isadora y regresar a la Unión Soviética, donde se quitó la vida. Ella se enteró del fatal desenlace por los periódicos de la época.
“Su vida fue una tragedia”. La bailarina fue madre soltera y si bien en su momento no quiso dar a conocer la entidad de los padres de los pequeños, una niña llamada Deirdre y un niño, Patrick, se supo que éstos fueron el diseñador teatral Gordon Craig y París Singer, hijo del multimillonario creador de las máquinas de coser conocidas mundialmente. En 1913, cuando los menores tenía 5 y 3 años, Duncan le encargó a su niñera que los cuidaba que los llevara a Versalles. Los tres se subieron a un vehículo con chofer y, al pasar por el río Sena, una falla en los frenos hizo que el auto se precipitara al agua: ambos menores murieron ahogados. Meses después de este episodio, Isadora volvió a ser madre, pero su bebé vivió apenas unos minutos.
En 1916, con 38 años, Duncan desembarcó en Buenos Aires para brindar un show. Al pisar suelo argentino comenzaron los problemas: las alfombras y cortinas que adornaban su espectáculo no habían llegado y por tal motivo debió encargar otras. Sin embargo, como carecía del dinero para afrontar el costo, convenció a los encargados de las mismas de pagarlas a crédito. Se hospedó en el Hotel Plaza, en una estadía que debió abonar con un caro abrigo y un par de pendientes de esmeralda que dejó como garantía, objetos que habían sido obsequiados por Singer.
Su contacto con el público local no fue de los mejores. Los espectadores porteños estaban habituados al ballet clásico y no recibieron con calidez la puesta en escena de Isadora. El mayor de los percances ocurrió días más tarde, cuando acudió a un club nocturno de la Ciudad y envuelta en una bandera argentina, bailó el Himno Nacional. Este hecho le valió el rechazo de la prensa y de quienes la habían contratado, dado que consideraban que, en ese episodio, se burló de un símbolo patrio. "Intenté simbolizar los sufrimientos de su colonia cuando era esclava y el júbilo de la libertad cuando se desprendió del tirano", explicaría en su libro biográfico.
Pese a todo, hubo un segundo encuentro con el público. En el mismo, algunos de los espectadores comenzaron a hablar en voz alta, algo que desató la furia de la bailarina, quien abandonó el baile y les espetó con desprecio la frase "no son más que negros", además de aducir que ya le habían advertido que los sudamericanos no entendían nada de arte. De este modo, se cancelaron las siguientes presentaciones y Duncan abandonó el país.
“La leyenda que no murió”. La fama que supo cosechar en sus años de juventud se deterioró poco a poco. En soledad y con deudas a sus espaldas, producto de los costos que afrontaba en sus últimas presentaciones, a los 50 años ocurrió la última tragedia que marcaría si vida. Se encontraba en Niza, donde escribía su autobiografía y tenía el proyecto de dedicarse a otro libro, cuando el 14 de septiembre de 1927 cuando quiso dar un paseo en auto; se subió a uno conducido por un chofer y, a los pocos metros de haber iniciado su marcha, Isadora perdió la vida. ¿El motivo?, el largo pañuelo que llevaba puesta se enredó en la rueda del vehículo y la ahorcó en pocos segundos. Allí comenzó la leyenda, y como resumió la cantante cubana en la letra homenaje que le dedicó a la obra de esta mujer: “El mundo que la admiró, el mundo que la aplaudió, cuando supo de su muerte por Isadora lloró y lloró”.