Hace unos meses, y sobre todo luego de que nos diéramos cuenta de que la cuarentena no iba a durar quince días, ni un mes o dos, en este suplemento nos preguntábamos cuáles, de todos los cambios tecnológicos que estábamos viendo, se iban a venir a instalar definitivamente en la industria del libro. Por entonces una de las discusiones era, por ejemplo, si el libro digital por fin le iba a tomar el relevo al viejo libro de papel, cuya muerte, por supuesto, fue anunciada una vez más, tanto por los apocalípticos como por los integrados de siempre. Como sabemos, eso no sucedió ni parece que vaya a suceder, por lo menos a corto plazo. Las ventas de e-books, que se dispararon al principio de la pandemia, de a poco vuelven a acercarse a sus números habituales. Los lectores no cambian hábitos tan profundos de un momento para el otro y los editores tampoco se arrojaron en masa a publicar libros en este formato; en todo caso, y como señalaron en su momento desde la CAL (Cámara Argentina del Libro), lo que sí hicieron fue digitalizar una parte de sus catálogos, y esto fue lo que en gran parte produjo esa disparada inicial.
Por otro lado, y en cuanto al e-commerce, la venta online, las cosas no están tan claras. A medida que se va recuperando la “normalidad”, los números también están descendiendo; pero muchos señalan que puede que se estabilicen bastante por encima de los porcentajes históricos.
En el caso de Cúspide, por ejemplo, su gerente, Joaquín Gil Paricio, dice que hoy en día en su cadena de librerías la venta online alcanza el 18% de las ventas totales y, si bien considera que ese número seguirá bajando, cree que finalmente se va a estabilizar por arriba del 4,5%, que es el porcentaje que había antes de la pandemia. Otros libreros independientes con los que dialogamos también señalan algo parecido. En términos generales advierten que el e-commerce llegó para quedarse y entienden que las librerías tienen que incorporarlo de un modo u otro.
El problema es que en este paradigma de comercialización lo que se observa es, por un lado, un recrudecimiento de esa suerte de struggle for life darwiniana que suele haber entre quienes componen el ecosistema del libro; y por otro, el fortalecimiento de las grandes compañías de comercio electrónico, que pasaron a ocupar la centralidad. Amazon –empecemos por esto último– ha sido una de las empresas más favorecidas durante la pandemia. Mientras muchas librerías de todas partes del mundo han tenido que cerrar sus puertas –algunas de manera provisoria; otras, definitiva–, la compañía de Jeff Bezos aprovechó la oportunidad para robustecer una posición dominante que ya no parece estar a muchos bemoles del monopolio –de hecho, ya hasta la propia Justicia norteamericana la va a empezar a investigar por esta cuestión–, y en consecuencia el lugar que le queda a la competencia es cada vez más exiguo.
Por eso, últimamente las voces de protesta se empiezan a oír cada vez más imperiosas. Semanas atrás en Francia, por ejemplo, algunos políticos y personalidades salieron a pedir “una Navidad sin Amazon”. En Estados Unidos, donde la compañía ya concentra más de la mitad de las ventas de libros, hace algunos meses los libreros se unieron para crear una plataforma que aspira a convertirse en una alternativa, y algo parecido pasó también en el Reino Unido y en España (acá en Argentina, donde no está Amazon pero sí Mercado Libre, también hay varios proyectos que van en esta dirección; luego nos detendremos en uno).
Sin embargo, hay que decir que, de acuerdo a los números que van surgiendo, por ahora ninguna de estas opciones parece constituir un contrapeso más o menos significativo para detener al gigante, y esto augura un futuro desalentador en el que podrían darse algunos cambios importantes en lo que respecta al paradigma de publicación con el que se viene operando desde Gutenberg. En este sentido, el conocido agente literario Guillermo Schavelzon, con quien dialogamos, escribió hace algunas semanas un artículo a modo de ejercicio prospectivo donde plantea un escenario inquietante: afirma que, en poco tiempo, el modelo editorial basado en la “hiperproducción” (eso de imprimir mucho para, entre otras cosas, llenar de ejemplares las librerías; o de sacar muchos títulos al año para que, en conjunto, dejen un margen de ganancia más o menos razonable) podría estar agotándose, dado que “si la venta en librerías, que requiere imprimir muchos ejemplares, ya no es significativa, las editoriales dejarán de hacer esa gran inversión industrial, que luego hay que almacenar, movilizar de ida y vuelta, y destruir los sobrantes”, dice e imagina que, en todo caso, la inversión estará puesta en algoritmos “que analizan la información, que compran al por mayor a las redes sociales y a los buscadores, para conocer a fondo los hábitos, los gustos, las opciones de ocio y la capacidad de gasto de cada usuario”.
En este esquema, los libros se irían comprando después de haberlos vendido, no antes –así opera Amazon– o se imprimirían en el momento, bajo el sistema de print on demand, que pasaría a ocupar un rol importante, como en cierto modo ya lo está empezando a ocupar en algunos lugares, aunque no todavía en Argentina, donde la compañía de Bezos, de acuerdo a Schavelzon, aún no se instaló solo porque no quiso. “Para que estos negocios sean rentables, tiene que haber un gran mercado de consumo, una libertad total de comercio exterior, libre disponibiidad de divisas, y muy baja inflación. Eso es la base del negocio de Amazon, no lo que opino yo”, aclara, y cree que cuando exista un gran mercado de consumo el print on demand también pisará con fuerza en el país.
Pero además hay otras opiniones. El director del Grupo Planeta, Ignacio Iraola, con quien también dialogamos, reconoce que en estos dos últimos años de crisis “horripilante” ellos han trabajado un poco con el print on demand, aunque no está de acuerdo en absoluto con la postura de Guillermo Schavelzon. “Es como siempre: todo es apocalíptico. Aparece el e-book, se va a morir el libro en papel; aparece tal cosa, se va a morir tal otra; aparece el print on demand, se va a morir el depósito. Es siempre el apocalipsis, que a veces me parece demasiado exagerado y medio tonto”, dice, y agrega que la industria “se va a ir acomodando a las cosas que surgen y en todo caso vamos a ir a una convivencia. El negocio está cambiando, pero no es que en ese cambio se está muriendo determinada manera de comercializar o de publicar. Lo que ocurre es que la industria se está aggiornando y se están generando nuevos recursos para que esto siga funcionando”.
Por su parte, Carlos Gazzera, editor de Eduvim (la editorial universitaria de Villa María), considera, al igual que Schavelzon, que el print on demand podría ser una constante a mediano plazo, pero aclara que para eso tiene que haber una adecuación tecnológica. “Si no la hay, y si no hay un sinceramiento en el negocio, es difícil que se pueda poner esta herramienta en funcionamiento”, dice. “Las imprentas invierten en maquinarias y no en software, y hoy para hacer el print on demand necesitás un software que permita armar eficientemente la cola de producción del libro uno a uno. Además, tiene que haber una estructura de logística que sea eficiente para bajarle el costo al libro, y eso no lo están haciendo muchos. Se podría hacer para AMBA, pero después en otros lugares es muy difícil”.
Grietas en el ecosistema del libro. Recién dijimos que el incipiente paradigma de comercialización del libro favorece a las compañías de e-commerce como Amazon; pero también señalamos que está produciendo un recrudecimiento de esa struggle for life que suele haber entre los diferentes actores de esta industria. Usualmente oímos hablar de “ecosistema del libro”; sin embargo, no son muchos los que se asumen como parte de ese ecosistema, con todo lo que eso implica. En general, suele haber casi siempre una desconfianza mutua. El distribuidor desconfía de las ventas que pasan las librerías, los editores se muestran recelosos con las ventas que les informa el distribuidor, los autores con las que les pasa el editor y, a menudo, en suma, queda la sensación o la sospecha de que alguien se está quedando con algo que no le corresponde.
Esta falta de organicidad, de espíritu de conjunto, se acrecentó de manera considerable durante la pandemia a partir de varias prácticas que se fueron volviendo cada vez más frecuentes. Una de ellas es la del “puenteo” a las librerías por parte de las editoriales, que es algo que ya venía sucediendo, pero que este año empezó a darse de una forma más sistemática, sobre todo desde que se produjo la alianza de Planeta con Mercado Libre. A partir de entonces, el número de editoriales que comenzaron a vender sus libros a través de esta plataforma no ha dejado de crecer y esto, naturalmente, pone en peligro a las librerías, cuyo desafío a corto plazo es empezar a recuperar su lugar en la cadena, objetivo que tal vez no se logre, como nos dijo un librero en off, asumiendo un lugar nostálgico –quizá no sea demasiado útil el pathos de la pena, de la saudade, de la misericordia–, sino más bien tratando de introducirse en el nuevo paradigma desde ese plus de saberes que los gigantes del e-commerce no pueden ofrecer. A lo mejor a los algoritmos y los sesgos que promueven tal vez hay que empezar a oponerles una suerte de pericia libresca 2.0.
Así lo considera también, y entre otros, Edio Bassi, de la librería Fedro: “No tenemos que reclamar estar en la cadena de ventas por el simple hecho de estar. Lo que tenemos que hacer es hacer valer nuestra función en esa cadena: ese es el reto que tenemos a corto plazo. De lo que se trata, entre otras cosas, es de sostener el contacto humano aun por los canales digitales”, dice.
Pero este quiebre en la cadena de comercialización no es, desde luego, el único problema que tienen los libreros, ya que otra de las prácticas que empezaron a darse con más frecuencia durante la pandemia es la de no respetar la ley de precio fijo de los libros, ley que fue sancionada a principios de los años 2000, cuando el problema para los libreros independientes eran las grandes cadenas (con mayor poder para negociar con las editoriales) y no las grandes plataformas de venta online.
En este sentido, Mónica Dinerstein, de la librería Tiempos Modernos, recuerda que por entonces esa ley ”permitió de alguna forma que las librerías nos mantuviéramos en la lucha”, y agrega que “hoy no se cumple como se debería cumplir, no tanto por parte de los libreros, que aceptamos el precio fijo, sino por parte de ciertos grupos no libreros que venden libros, o por algunas plataformas que ofrecen descuentos desconsiderados e incluso por algunas editoriales que, ante la desesperación de la situación actual, consideraron que hacer descuentos era la mejor forma de lograr más ventas”.
Ahora bien, a pesar de que el panorama no luce muy alentador, hay que decir que en este último tiempo también se llevaron a cabo algunas acciones que permiten avizorar un futuro menos dramático, y sobre todo para los eslabones hoy más débiles del sector. Se creó, por ejemplo, la Red de Librerías Independientes, cuyo fin es “unirse por las mismas inquietudes relacionadas a las nuevas maneras de comercialización”, dice Dinerstein; y se logró también, en CABA, que se reconociera a las librerías como espacios culturales.
Además, y de acuerdo a lo que pudimos indagar, sabemos que hay gente trabajando en distintos proyectos que tienen como objetivo construir un espacio alternativo al de Mercado Libre. Uno de los que parecen más sólidos es el que presentó al Ministerio de Cultura el editor de Alto Pogo, Marcos Almada, con quien dialogamos, junto a La Coop y con el apoyo, también, del Banco Credicoop. La idea, según cuenta, es trabajar con la difusión, promoción y comercialización del libro para, entre otras cosas, reducir los costos logísticos que implica vender un libro a un punto u otro del país. Vale recordar que hoy enviar un ejemplar desde Buenos Aires a Salta –o viceversa–, por ejemplo, puede llegar a costar más que el propio ejemplar, y esto atenta sobre todo contra los pequeños editores y, desde luego, también contra la “bibliodiversidad” que debería haber como horizonte de cualquier política cultural en torno al libro.
Desde PERFIL consultamos sobre este proyecto a Luis “Chino” Sanjurjo, director nacional de Industrias Culturales, quien nos dijo que la idea le parece interesante y que la están empezando a evaluar. La financiación parece razonable: más o menos un millón de pesos, suma que evidentemente no representa mucho en términos de presupuesto. Ojalá pronto haya novedades.
La industria en números
El último informe de la Cámara Argentina del Libro indica, como era de prever, que en 2020 el sector tuvo una caída considerable por quinto año consecutivo; aunque curiosamente no fue mucho mayor a la de los últimos años del gobierno de Cambiemos. Las nuevas publicaciones comenzaron a descender abruptamente a partir de abril, pero en los últimos meses se han ido recuperando un poco. En septiembre ya se registró incluso un aumento con respecto al mismo mes de 2019.
Lo que sin duda más se resintió fue el número de ejemplares por tirada, que es tal vez la variable más sintomática de la salud de esta industria. Esto quiere decir que muchas editoriales siguieron publicando novedades, pero en tiradas mucho más reducidas. El informe en este sentido revela que, a septiembre de 2020, en el sector comercial se registran casi cuatro millones menos de ejemplares que en 2019 y se espera que el año termine con una baja de poco más de dos millones (en cuyo caso vale decir que la caída no sería tan pronunciada como la de 2018, cuando se imprimieron cuatro millones menos de ejemplares que el año anterior).
Por otro lado, y en relación con las ventas, según una encuesta reciente –también de la CAL–, el 60% de las empresas editoriales señala que este año tuvo una caída de hasta el 50%, y el 20% de ellas manifiesta que todavía tiene cheques impagos de agosto. Respecto del futuro, las expectativas no son muy buenas: la mayoría (el 41%) cree que retomarán su actividad normal recién luego de un año; y hay un 8% que piensa que no va a poder recuperarse.