DEPORTES
Maca Sánchez

Aquella niña que amaba las pelotas

“Me sentía un bicho raro”, confiesa. En su infancia la señalaban porque jugaba a la pelota, pero ahí se sentía fuerte, segura. así lo cuenta en su libro, que acaba de publicar.

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| juan salatino

Tengo dos recuerdos muy claros de mis contactos iniciales con el fútbol. En el primero, estoy jugando en una plaza, a la vuelta del edificio donde vivimos con mi familia. No hay cancha, pero sí mucho espacio verde y en el medio las vías del tren, que son bastante molestas para jugar, aunque eso no nos importa demasiado. Uno de los arcos está armado con unos postes de fierro oxidado; el otro, lo improvisamos usando un palo borracho y un buzo o una remera.

El segundo recuerdo es en una cancha de verdad. Estoy sentada del lado de afuera, con la pelota en las manos, mirando a mi papá y su grupo de amigos que juegan un picadito, como todos los sábados. Los que estamos mirando somos dos: Cucu y yo. De pronto, el partido se detiene y los jugadores invitan a mi amigo a sumarse. Él entra a la cancha, yo sigo sentada mirando. Un rato después me pongo de pie, pero no para entrar a jugar sino porque me están picando las hormigas... 

Esos dos recuerdos resumen bastante bien lo que significaba hace no mucho tiempo ser una nena y querer jugar al fútbol. Por un lado, no tener un lugar para practicar, porque no había fútbol femenino en los clubes. Y por otro, que tampoco nos dejaran jugar con varones, como si a los 5, 7 o 10 años hubiera una gran diferencia física y como si esa diferencia fuese un motivo para que dos personas no pudieran practicar el mismo deporte. 

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Cuando era chica, lo único que quería hacer era jugar con una pelota, divertirme, estar con amigos y amigas, pasar el tiempo, competir, hacer goles, tirarme al piso, embarrarme y ensuciarme. Y lo hacía. Mis amigos varones no se preguntaban por qué yo estaba ahí, entre ellos. Me había ganado mi lugar igual que cualquier chico: jugando. Pero cuando volvía a casa y pasaba junto al grupo de pibes más grandes, ya adolescentes, que se juntaban en la puerta, escuchaba sus risas y sus comentarios. Eso me hacía sentir rara, diferente: yo no era una nena como las demás.

Pero ¿cómo se supone que debía ser? Desde muy chiquitas nos decían que había un montón de cosas que no podíamos hacer. Y una de ellas era jugar al fútbol. Siempre por los mismos motivos: miedo a que “la nena se lastime”, porque nos veían frágiles, incapaces de sobreponernos a un golpe o una caída; o por el rechazo a que hiciéramos algo que era considerado “de varón”. Si te gustaban las cosas que eran vistas como exclusivas de los varones te decían “machona” o “marimacho”. A mí me veían así, no solo porque jugaba a la pelota. También por mi forma de vestir. Me encantaban unos pantalones anchos, de rapera, que tenían un cierre a la altura de la rodilla para convertirlos en bermudas y las remeras amplias. No usaba vestidos, ni polleras, ni ropa color rosa.

Para mis cumpleaños, Navidad o Reyes me regalaban pelotas. No solo de fútbol, también de básquet, vóley o del deporte que fuera. Muchas pelotas. Las amaba. En las cenas de Nochebuena se juntaba toda la familia. Nosotros hacíamos lo que hacen todos los chicos y las chicas del mundo en todas las épocas: tratar de adivinar qué era y para quién cada uno de los regalos que se amontonaban debajo del arbolito. El mío era fácil porque se veía la forma: una pelota envuelta en papel brillante como un caramelo. También recibía autos y lanchas. Eso era lo que me gustaba. La única muñeca que recuerdo fue una Barbie sirena que le apretabas un botoncito en el pecho y decía algo. Mi abuela nos regaló una a cada hermana. Me duró intacta por años, porque no jugaba nunca con ella.

Lo mío eran claramente los deportes. Me dabas una pelota, un palo o lo que fuera y yo me sentía poderosa. Era buena en todos. Mientras jugaba desaparecían la inquietud y la inseguridad que me provocaba no ser como los demás esperaban que fuera y me sentía fuerte, cómoda, confiaba en mí. 

Mi mamá y mi papá no intentaron cambiarme. Podía elegir mi ropa, mis juegos y mis amistades; respetaban mis elecciones, al igual que las de mis hermanas. Pero otros adultos, y también chicos y chicas, jóvenes y adolescentes, esperaban que yo fuera diferente. Sentía su mirada sobre mí, las expectativas acerca de lo que una nena debía ser. Me sentía un bicho raro. 

 

Titulo: El fútbol es mi rebeldía 

Autor: Macarena Sánchez

Genero: Biográfico 

Año: 2020

Editorial: Montena

 

Macarena Sánchez  

-Es futbolista, juega en San Lorenzo y fue la primera mujer en fimar un contrato profesional en el fútbol argentino.

-Antes había jugado en el Club Atlético Colón de Santa Fe; en Logia Fútbol Club, de la liga santafesina de fútbol, y en UAI Urquiza.

-En diciembre de 2019 fue designada por el presidente Alberto Fernández para dirigir el Instituto Nacional de la Juventud.