Los socios son la sangre que corre por las venas de un club. Sin socios, ningún club existiría como tal. Sería otra cosa, un lugar de suscripción que a cambio cada tanto te ofrece, a cierta distancia, episodios de emoción, placer, vértigo e incluso tristeza. Los socios expresan la noción de pertenencia más pura con su club, que no es otra cosa que una referencia social.
Hay casos en los que cuanto peor está la institución, más intensa es la entrega. Al menos así fue en el caso de Independiente en el peor momento de su historia. En el descenso a lo más profundo del pozo se asociaron decenas de miles de personas. Como nunca antes había ocurrido. Y a cambio de nada: porque se ofrecía poco fútbol, mucho nervio, escándalos policiales y años de desastres económicos. No obstante, en solo dos años, entre 2012 y 2014, un aluvión de 42 mil personas plastificó su compromiso en un carné.
Algún día habrá que (psico)analizar si mi operación de vesícula, a la que fui sometido en la víspera del partido con Unión, no estuvo generada en algún porcentaje por lo que vivía con Independiente. Una amiga me mandó un mail donde una rama tipo new age asegura que los problemas que se dan en ese pequeño órgano lanza-bilis tienen que ver con enojos o frustraciones que no son debidamente canalizadas. Ese viernes previo al encuentro en Santa Fe me extirparon el órgano. No me importaba tanto dejar de comer y beber rico durante una larga temporada, ni bajar de peso (algo que efectivamente se logra a la fuerza), sino cuántos partidos me quedaría afuera de la cancha por culpa de la veda vesicular. Casi 24 horas después ya iba a sufrir por televisión la primera limitación con este 0-0 ante Unión, tan doloroso a los ojos como el posoperatorio en la zona abdominal. “Es momento de que descanse”, me ignoró el doctor cuando le pedí su estimación sobre las fechas de suspensión que se venían.
Dos horas antes había salido del quirófano y todavía corría por el cuerpo del enfermo el sensual efecto de la anestesia, cuando en el Twitter oficial del club apareció que habíamos alcanzado los 100 mil socios. Pedro Iso había sido el primero en intentar atravesar la rompiente de la estadística. El equipo campeón de fines de los 80 solía aparecer con una bandera que decía algo así como “Vamos por los 100 mil socios”. En aquellos años teníamos la pretensión de llegar a esa cifra porque todavía quedaban vibraciones del Independiente que ganaba todo y daba el ejemplo institucional. Eran los últimos tiempos de un club que ofrecía mucho socialmente. Pero Iso, que logró cantidad de objetivos, no pudo con ese. Dos décadas después, en un mensaje bastante claro sobre lo que le importaba a él como presidente, Comparada cerró la inscripción de socios y Cantero la reabrió cuando lo sucedió.
A veces, los hechos aparecen cargados de simbolismos. La noticia de que el socio número 100 mil era un bebé configuraba el centro de lo poco que había dando vueltas en la realidad de Independiente para ser optimistas de cara al futuro. Quizá era por esa idea ancestral y mitológica de pensar en el niño especial que es traído al mundo para cambiarlo. Pero había algo más, algo más profundo y elocuente. El bebé nació el 25 de enero, el mismo día que Bochini. Ya no había cómo escaparle a la superstición. Belén y Emmanuel, mamá y papá de Luciano Ariel Albornoz, el pequeño socio número 100 mil, no sabían de la coincidencia en la fecha de nacimiento hasta que lo leyeron en algún lado o alguien les dijo. “Qué loco, la única foto que me saqué con un jugador alguna vez fue con Bochini”, comentó Belén cuando la entrevistamos, como para alimentar las especulaciones mágicas.
La mamá de Luciano nos contó que cuando llegó a la sede para asociar al bebé, el 4 de abril al mediodía, le tomaron los datos y una de las chicas del mostrador le pidió si podía esperar cinco minutos. Tardó diez. A Belén le pareció extraño y lo asoció más con la burocracia que con una buena noticia. De hecho, no tenía ni idea que estaba tan cerca del número redondo. Solo se dio cuenta de lo que pasaba cuando la empleada apareció. “Las chicas del quinto piso quieren bajar a sacarse una foto con ustedes. ¡Luciano es el socio 100 mil!”, le soltó de repente.
“Lo hicimos socio por nuestra experiencia. A mí me hubiera encantado que me hicieran socia cuando nací, no se pudo por problemas económicos y fui becada gracias a que mi mamá era empleada del club en los veranos. Pero ahora nosotros podemos, y era lo que queríamos”, relató Belén. Ella y su marido, Emmanuel, atravesaron el embarazo de Luciano con Independiente descendiendo. Al momento de la entrevista, la situación no había mejorado. “Ojalá que Luciano traiga buenas novedades para el club, como el bebé que trae el pan debajo del brazo, dicen, ¿no?”, comentó su papá sonriente. Al hablar de la coincidencia en el día de su nacimiento, de esa inevitable atracción por encontrar mensajes divinos en eso, Emmanuel reflexionó con simpleza: “No sé si va a ser jugador o dirigente pero fanático va a ser seguro y ojalá pueda aportar desde ahí”. Y tras un momento de silencio, como si de repente se hubiera ido de viaje hacia el pasado, hasta aquellos años donde todo era más amable y ganar todavía parecía una costumbre, dijo: “Lo que soñamos para la generación de Luciano es que Independiente vuelva a tener el prestigio social y deportivo que tenía hace veinte años. Que sea el Independiente que me contaba mi abuelo. Con eso basta”.