Iba a terminar cero a cero, y en cierta medida era una injusticia gigantesca. Porque el partido había sido un partidazo, con un vértigo propio de la Premier League pero en el sur del Gran Buenos Aires. Porque los dos habían hecho méritos para llevarse los tres puntos, y porque esa dinámica impensada, ese ida y vuelta casi sistemático durante los noventa y pico de minutos, merecía tener un gol. El problema, más estético que práctico, fue la manera en que llegó el gol: en el primer minuto de descuento y con un blooper de Arregui, que cabeceó al revés y metió la pelota en su arco.
Entonces, Temperley, que venía de ganarle a Huracán en Parque Patricios, y que durante buena parte del encuentro había convertido a Campaña en un arquero invencible, se quedó sin nada. Es mejor, por supuesto, quedarse sin nada jugando como jugó el equipo de Mayor: apostando a la posesión de pelota, creando casi una decena de situaciones claras en el arco rival, y por momentos llevándose por delante al equipo que tenía enfrente. Pero Campaña tuvo una tarde perfecta, y tapó todo lo que le tiraron. Incluso en el último segundo, cuando despejó una volea que casi sella el empate.
Aunque fue irregular, Independiente también agrupó argumentos como para justificar el triunfo. El uruguayo Vera resultó su faro en el ataque (tuvo varias situaciones, todas contenidas por Ibáñez), y estuvo ayudado por un Denis no tan pragmático como el de otros tiempos, pero que obligó siempre a una marca a ultranza.
Así, el Rojo, que había perdido contra Atlético Tucumán en su cancha, logró recuperarse. Su técnico, Gabriel Milito, encontró una bocanada de aire necesaria. Y sus hinchas, un desahogo para afrontar la semana con otro ánimo.