DOMINGO
LIBRO / La historia detrás del día en que todo cambió

Mauricio, de cero a cien

En Cambiamos, Hernán Iglesias Illa traza con el formato de un diario de campaña una minuciosa crónica de cómo se vivió en el círculo más cercano del entonces candidato su consagración electoral. Aquí, las entradas de dos fechas significativas para esta nueva fuerza política: el día después de la primera vuelta, el 26 de octubre de 2015, con su promesa de éxito, y el victorioso día del ballottage, el 22 de noviembre.

Balcon. El día de la asunción, estrenando la banda en la Casa Rosada.
| Cedoc Perfil

LUNES 26 de octubre.
 Lo de anoche cambia todo. Me acuerdo del rugido del búnker de Costa Salguero, justo después de la medianoche, cuando aparecieron en las pantallas gigantes los primeros resultados oficiales: Mauricio le ganaba a Scioli por tres puntos y María Eugenia le ganaba a Aníbal Fernández. Lo escuché desde uno de los salones de atrás, reservados para el equipo de campaña, donde habíamos visto lo mismo, en televisores de tamaño normal, un minuto antes. Mientras nos llevábamos las manos a la cara, nos abrazábamos y nos palmeábamos las espaldas, incrédulos de lo que estaba ocurriendo, porque sospechábamos que teníamos buenas noticias, pero nos reprimíamos de festejar porque no teníamos confirmación oficial, sentimos venir desde el otro lado de la pared de cartón un rugido y un aliento, casi como el grito de un gol en una final, que nos pasó por encima como un chaparrón y le dio al momento un dramatismo y una exaltación inolvidables. En ese rugido y ese grito se liberaron horas de tensión, meses de trabajo y años de anhelos, un huracán de alegría contenida y expresada en apenas dos o tres segundos. Los veinte o treinta minutos siguientes fueron indescriptibles; íbamos de acá para allá abrazándonos todavía sin poder creer lo que estaba pasando. La página de Facebook de Mauricio publicó esta mañana un par de fotos de ese momento exacto, en el que los televisores, hasta entonces difusos y tácticos, especulativos, repetidores del mantra político de los últimos años sobre el poderío electoral del peronismo, súbitamente se iluminaron de datos y verdad. En la foto, Mauricio tiene la cara azulada por el reflejo de la TV, se muerde el labio inferior, parece que va a llorar. También en su cara y en sus ojos están contenidos los esfuerzos y la paciencia de tanto tiempo. Me acuerdo del cierre de su discurso: “Es hoy. Es acá. Es ahora”. (...)

DOMINGO 22 de noviembre.
u Nueve de la mañana en San Miguel, donde vuelvo a fiscalizar, quizás como cábala, quizás para tener algo para hacer durante el día y no estar sólo esperando los resultados. Es un día radiante y caluroso; las autoridades de mesa nos hemos ido corriendo del sol a medida que avanzaba la mañana hasta quedar amontonados en una rebanada de sombra pegada a las aulas. (...)
En nuestra escuela, la misma del 25 de octubre, con los mismos inodoros sin tabla y los mismos pupitres descascarados, no escasean fiscales, ni rivales ni, mucho menos, propios: calculo, mientras anoto los nombres de los electores que van llegando –los mismos Bustamante, Bustos, Cabrera y Cáceres del otro día–, que tenemos más de dos fiscales por mesa entre los que estamos sentados y los fiscales generales que van revoloteando chequeando las boletas, organizando la logística y repartiendo las viandas. (...)
u Asado electoral en Balcarce, con Marcos, Jaime y una docena de personas del equipo de campaña. Como llego un poco tarde, desde San Miguel, no me animo a preguntar si alguien ya dio bocas de urna. La obsesión por el boca de urna me parece un poco infantil, sobre todo en un día en el que los resultados van a estar temprano; pero aun así siento curiosidad. Igual prefiero no preguntar, más por timidez que por otra cosa, pero las señales que emite todo el mundo son de tranquilidad y confianza. Cuando me abraza, Santiago Nieto me dice al oído: “Ya está, ya está”. Un rato más tarde, el propio Santiago le recuerda a Jaime su famoso pronóstico de hace cuatro semanas y dos días en esta misma terraza, cuando fue el único que acertó (más o menos) con los resultados de la primera vuelta. ¿Te animás a dar un pronóstico para hoy? “No, no, hoy no”, respondió Jaime ante las risas de todos y las dudas de alguno que quizás tomó su negativa como falta de confianza.
u A las seis en punto, ya en el búnker, nos paramos con Andrés Gómez frente a uno de los televisores que muestran C5N para ver cómo anuncian el resultado, en módica burla o venganza por el papelón de hace cuatro semanas, cuando el canal había dicho que Scioli y Aníbal habían tenido “amplias” victorias en sus distritos. “Gana Mauricio Macri”, dice la pantalla sobre las figuras de Roberto Navarro y Gustavo Sylvestre, a quienes vemos parlotear pero no oímos, sus voces tapadas por la música del búnker.
Tratamos de festejar, pero por alguna razón no nos sale. Y no nos va a salir durante al menos un par de horas. No sé bien por qué. Quizás por la ausencia de números, quizás porque en los últimos días ya parecía inevitable. En cualquier caso, los festejos de esta primera hora parecen un poco mecánicos y a reglamento, como si estuviéramos cumpliendo una rutina. (...)
u El momento en el que Scioli admite la derrota, poco antes de las nueve, me agarra en la sala de cómputos de las mesas testigo (que habían dado una diferencia de cinco puntos). Por primera vez noto en nuestros abrazos y nuestros gritos una relajación genuina, las primeras lágrimas, la sensación de que se termina una etapa larguísima, hermosa y finalmente victoriosa. Si para mí, que llevo dos años en este equipo, es un momento importante, en el que finalmente se validan un montón de decisiones profesionales y personales, me cuesta imaginar (pero de todas maneras envidio) cómo se deben estar sintiendo las personas que llevan seis, siete, diez años trabajando en el PRO. (...).
u Sigo el discurso de Mauricio desde el costado del escenario, a su izquierda, apretujado entre compañeros del equipo de campaña, algunos de los cuales ya tienen puestas las remeras blancas con el logo de Cambiemos y Macri Presidente estampado en el pecho. Me sorprende, porque no estaba en la lista de agradecimientos que habíamos armado, la emotiva mención a Anita, su secretaria, que lo conoce desde hace casi medio siglo. A pesar de estar frente a millones de argentinos, MM se da vuelta y camina hasta el borde del escenario y se inclina para saludar a Anita, diminuta y emocionada, antes de retomar su lugar original.
La inclusión de Anita, que funciona extraordinariamente en el discurso, me recuerda la capacidad reciente de MM de tomar las ideas de un discurso y transformarlas en algo mucho mejor. Los agradecimientos que habíamos preparado nosotros (a Gabriela, a Marcos, a su familia, entre otros) estaban buenos, pero eran –más allá del tremendo abrazo y reconocimiento a Marcos en el escenario, otro momento importante de la noche– razonablemente esperables.
Sumar a Anita a la lista transforma todo esto en otra cosa. Después MM da su primer discurso ya no como candidato sino como presidente electo: ya no es un tipo que necesita conseguir votos sino que ahora es un tipo que debe liderar, curar e inspirar a una sociedad desanimada y herida. La evolución es notable pero también parece extrañamente natural: a medida que se ha ido acercando a su triunfo, en los últimos meses, Mauricio se ha ido sintiendo cada vez más cómodo en el traje de estadista hasta concluir hoy con un discurso en el que el candidato ya casi ha desaparecido y sólo queda en pie un hombre sincero que dice: “Vengo a hacer las cosas lo mejor posible”.
u Alrededor de las once, el equipo de comunicación y afines se reúne en una sala de los confines de Costa Salguero, entre cuatro paredes de plástico negro. Hay una picada para comer y champagne y cerveza para tomar. Es un momento de celebración. Marcos se sube a una silla y agradece el trabajo de todos, destaca especialmente los de Miguel de Godoy, a su derecha, y Fernando de Andreis, a su izquierda. “Esto, que parecía una locura hace no mucho tiempo, ahora es una realidad. Y lo lograron ustedes, lo logramos nosotros”, dice. Flota en el aire una mezcla de satisfacción y emoción con una pizca de incertidumbre, que quizás Marcos detecta. “Ahora tenemos que seguir trabajando. Ya conseguimos lo que queríamos, pero de alguna manera también es sólo un primer paso. Ahora nos toca cambiar la Argentina y la política argentina y no vamos a poder hacerlo sin ustedes”, dice. Después habla Miguel, vestido con una transpirada remera amarilla; también se sube a una silla y, como un oso emocionado, al borde de las lágrimas, agradece al equipo su esfuerzo y contribución. Fer de Andreis trata de negarse a hablar pero finalmente lo convencen: apunta con la mano a su mujer, parada entre la multitud, y recuerda que hace sesenta días tuvieron su primer hijo y que la simultaneidad de estas dos cosas, la paternidad y la presidencia de Mauricio, le dan a este momento un carácter muy especial. La multitud empieza a pedir a Ezequiel Colombo, el héroe secreto para mí (y para muchos otros) de la campaña, el pegamento que nos mantiene unidos a todos, el motor que nos hace seguir andando.
La multitud lo pide pero Colombo no aparece, probablemente ocupado en una de las miles de gestiones que completa cada noche de búnker. Finalmente aparece por la enclenque puerta de plástico, con el auricular todavía en el oído y el walkie-talkie en la mano, y se sube a su propia silla. No recuerdo bien qué dice al principio pero sí me acuerdo de qué dice inmediatamente después: le dedica el triunfo a
Juano Gentile, parado justo al lado mío, que está enfermo desde hace algunos meses y cuyo tratamiento ha tenido secretamente en vilo al equipo a medida que cada uno se iba enterando. El reconocimiento de Eze mueve la ola de cariño de la sala en la dirección de Juano, y los miembros de su equipo, casi todas chicas pero también algunos chicos, empiezan a lagrimear inconteniblemente.
u Me había propuesto llenar esta entrada con viñetas y postales de un día histórico, con poco o ningún
análisis, la prosa cerca de la realidad o de las emociones, y dejar la reflexión quizás para mañana u otros días de la semana.
Pero recordar la celebración privada del equipo de comunicación me reclama escribir sobre algo que en estas horas nos susurramos bastante al oído entre nosotros y me parece, aunque limítrofe con lo cursi o lo empalagoso, bastante real: no sólo ganamos la elección y pusimos al nuevo presidente de la Argentina, nos decimos, también lo hicimos con buenas armas y con buena gente. Lo hicimos con gente que se tiene cariño más allá del ocasional chispazo territorial o argumental, que cree firmemente en lo que hace –cree en el candidato, cree en la estrategia– y que ha tenido paciencia y convicción para ver cómo muchas de las cosas en las que creíamos hace meses o años terminaron dando frutos o confirmadas por la realidad.
Parte de esto se debe en buena parte a Marcos, que con frecuencia presume de saber detectar a la “buena gente” para trabajar con él. Y también se debe a todos los demás que fuimos reforzando este talante y estas costumbres. Pensándolo bien, esto
refuerza un poco el estereotipo de la ingenuidad del PRO y de su gente, de que somos unos pibitos capaces pero un poco boludos, recién asomados a la política pero sin las horas de cocción necesarias para triunfar en la política. Eso nos decían hasta hace no mucho y eso me divierte y me hace gracia ahora. Por decirlo un poco brutalmente: hoy ganamos los ingenuos. Hoy ganamos los boludos.