ELOBSERVADOR
Dispositivo de comunicación de Milei

Entre la narrativa y la conversación

Junto con los anuncios de las primeras medidas del nuevo gobierno asoma la cabeza un eventual dispositivo de comunicación, que tiene el desafío de facilitar la gestión de la“peor herencia de la historia, según la definió Javier Milei en su discurso de asunción. Milei no es ingenuo respecto de la importancia de la comunicación como catalizador en el ejercicio del poder, pero es probable que su teoría implícita sea insuficiente para el tamaño del reto.

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Javier Milei. | cedoc

El loco. En su largo ciclo, el kirchnerismo construyó eficazmente el modelo de comunicación del relato; en su interregno, el macrismo propuso la conversación como modelo de comunicación alternativo, fracasando en el intento. Desde entonces, el modelo de la conversación está disponible: escucha de las demandas sociales, diálogo con los actores claves de la política, generación de consensos en torno a políticas públicas, gestión del disenso puntual, aun reconociendo la latencia del conflicto.

En la descripción del “dispositivo Milei” que se empieza por develar hay al menos dos enunciadores –dos figuras discursivas– que confluyen en la persona del Presidente.

Por un lado, el candidato de extrema derecha, libertario y anarcocapitalista, agresivo y antisistema. En cuanto al contenido, ahí está la ideología en la que Milei cree y que sedujo a su primer grupo de seguidores. En cuanto a la forma, es la propia del populismo de derecha: líder que aglutina las demandas de “los argentinos de bien” contra el Estado en torno del significante vacío “libertad” (como le llama el teórico del populismo Ernesto Laclau) exacerbado –sobre todo entre los jóvenes– por la experiencia del confinamiento de la pandemia, la imposición de un progresismo cultural inconducente, los cepos al dólar y la prematura frustración laboral. A lo que se suma, en los más pobres, la “mímica del Estado” (como la llama Pablo Semán, el sociólogo que más ha estudiado a este grupo), que solo se hace presente para controlar y limitar los precarios trabajos de repartidores o microemprendedores. Así se construye el enemigo: la “casta política” que sostiene un modelo empobrecedor para mantener sus privilegios.

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Este es el Milei “loco” (que clona y habla con su perro muerto), “outsider”, cuyos exabruptos le permitieron crecer rápidamente en los medios y en las redes sociales, en donde fue el candidato con más seguidores e interacciones y desde donde supo capitalizar la bronca. Este relato, que recrea el imaginario del vínculo directo del líder mesiánico con el pueblo en la calle o en las redes, le alcanzó para la neta victoria en el balotaje. Esta elaboración suma intuición y carisma con profesionalidad en el concepto de campaña. Hubo una construcción estética del líder rebelde (campera negra y melena de metalero, “incivilidad” de sus palabras), con toda una imaginería (rugidos, logo y bandera con león, grito de guerra: “Viva la libertad, carajo”), que se apropia del deseo de cambio con tintes catastróficos (uso de la motosierra, augurio de que todo tiene que explotar). Los fans constituyen el sustento de un presidente sin equipos propios ni gobernadores, y exigua minoría en ambas cámaras del Congreso.

El maquiavélico. El otro Milei empezó a aparecer intermitentemente en la campaña posterior a las elecciones generales, morigerando su discurso, negando algunas propuestas de su programa, arrinconando a los aliados más impresentables ante la opinión pública, como Ramiro Marra y Lilia Lemoine, y en cambio, habilitando a otros como Guillermo Francos y Diana Mondino, con experiencia y relaciones. Se dejó ver más aún en la transición, en la que premió con sendos ministerios a la fórmula ganadora de la interna de Juntos por el Cambio (que le transfirió la totalidad de sus votos) y eligió como ministro de Economía a Luis Caputo, exsecretario de Finanzas del gobierno de Mauricio Macri, pero todo sin la intermediación del propio Macri, a quien limitó la influencia luego de acordar con él. Los libertarios de la primera hora se quedaron fuera, por ejemplo, Emilio Ocampo y su plan de dolarización, y sus principales asesores económicos. En esa etapa parece que Karina Milei fue central.

Este Milei es pragmático y lector de Maquiavelo: no duda en acordar con la casta y en acercarse al gobierno de Lula, a través de Daniel Scioli, y pedirle ayuda financiera a China, luego de haber dicho que rompería relaciones comerciales. Afirma Patrick Charaudeau en El discurso político: “El político debe construirse una doble identidad discursiva: una que corresponde a lo político, lugar de constitución de un pensamiento sobre la vida de los hombres en sociedad, y otra que corresponde a la política, lugar de las estrategias de la gestión de poder”. “Lo político” en Milei es ideológico al extremo, responde a la teoría de que todos los aspectos de la vida deben regularse con las reglas del mercado y el Estado debe reducirse a las funciones de seguridad interna y externa y a la Justicia. En cuanto a “la política”, a la falta de experiencia agrega cierta aversión a las instituciones democráticas como espacio de deliberación y resolución de los conflictos, pero parece dispuesto a tercerizar la negociación con los nuevos aliados. Estos son menos fieles que los seguidores de la primera hora y dividen a La Libertad Avanza y a sus propios espacios de origen (Juntos por el Cambio o el peronismo no kirchnerista), los cuales están en tensión respecto de la colaboración que deberán prestar al nuevo gobierno.

Ajuste. El discurso de asunción fue una bisagra entre la comunicación de campaña y la de gobierno. Como en la campaña, Milei se siguió vendiendo como un académico: se apoyó en un aparente discurso del saber. La proyección apocalíptica de una inflación que podría llegar al 15.000% anual y una pobreza que podría llegar al 90%, sumada a otras exageraciones y falsedades (sobre las cifras relativas a muertos por covid, accidentes de tránsito o rutas asfaltadas), sirve para acentuar la gravedad de la situación y marcar un corte definitivo con el kirchnerismo, el “fin de la decadencia” y el inicio de una “nueva era”, con la dificultad de que el peso del argumento es contrafáctico. A diferencia de lo que les sucedió a Carlos Menem y a Néstor Kirchner, Milei no viene a sacarnos de una crisis terminal como las de 1989 y 2001, sino a evitar que el estallido se produzca. Como mito fundacional es menos experiencial: Néstor prometió sacarnos del infierno; Milei, en cambio, nos asegura que ahora la vamos a pasar peor. El propósito del discurso fue justificar el fortísimo ajuste que se viene. En Milei el contradestinatario ocupa más lugar que el prodestinatario, es decir: habla de espaldas a la casta contra la herencia que ella nos dejó. El acto de habla que destaca es de amenaza contra los que quieran obstruir el cambio. Falta una destinación empática con la gente, que se entera en ese momento de que el ajuste no recaerá sobre los políticos sino sobre el Estado: puede inferirse que sobre los trabajadores, como si fueran igualmente responsables del descalabro del gasto público.

Esta modulación del discurso economicista aún pertenece al primer Milei, bastante dogmático y determinista, para quien está comprobado que la única causa de la inflación es la emisión monetaria –bajar la inflación es la demanda más compartida por sus votantes– y cuyo acercamiento a la economía real es más bien libresco. En ese nivel de discurso, el “ajuste” y el “shock” es la única alternativa. El Milei presidente no olvida lo que sabe el Milei candidato: las palabras fuertes crean la posibilidad de tomar medidas fuertes. Sin embargo, aún no entra en su marco teórico cuánto inciden las expectativas que los discursos provocan en los comportamientos de los actores económicos que, en definitiva, terminan definiendo el precio del dólar o la velocidad de los aumentos.

Luego vino el breve y demorado anuncio del ministro de Economía: un paquete de medidas de ajuste no es un plan económico. Los rumores, idas y vueltas con las designaciones, dan la impresión de improvisación. No hay plan ni equipos, pero hay un aceleramiento comunicacional: una reunión de gabinete y una conferencia de prensa por día, con un vocero que nunca tiene la información que le piden, porque aún no ha cuajado en el propio Milei.

Narrativa y conversación. El dispositivo de comunicación de Milei tiene dos partes: una de superficie, que es la narrativa de gobierno (más storytelling que relato) iniciada en la campaña y continuada en la creación de la marca, las comunicaciones oficiales, las puestas en escena de los anuncios. Esta responde a la lógica del marketing y “corre” por las plataformas mediático-digitales. Este nivel se está manejando con profesionalidad, aunque pueda incurrir en frivolidades como hacerle Photoshop a cada imagen de Milei (para “lookearlo” como estadista).

La otra parte es la más importante. Milei necesita imperiosamente consolidar las alianzas con gobernadores y legisladores para garantizar la gobernabilidad. Necesita abonar el apoyo de quienes más van a sufrir con el ajuste, con medidas paliativas, austeridad ejemplar y recortes claros a la verdadera casta, que debería incluir también prebendas y excepciones de grupos económicos privilegiados. Necesita ser prolijo, no atropellar las leyes vigentes, ni las dinámicas del Congreso o la autonomía de las provincias.

Esta parte requiere emplear la comunicación para tranquilizar el ambiente: en solo una semana ya hay una alta conflictividad social y una agresividad latente en el espacio público, y eso antes de que los efectos del ajuste se hayan hecho sentir. La tolerancia social, incluso de los pobres que lo votaron, será breve por el lugar del que se parte (un clima muy fuerte de angustia con la situación económica y de enojo con la dirigencia). Al mismo tiempo hay un clima de fin de ciclo negativo, adhesión inicial al proyecto y un mandato inédito de reducción del déficit fiscal que constituye una oportunidad excepcional.

El dilema es complejo y el tiempo escaso: cuánto se va a profundizar la línea liberal fundamentalista prometida por el primer Milei (en muchos de cuyos principios no están de acuerdo sus propios votantes) con el riesgo de la gobernabilidad o cuánto se van a ceder objetivos de máxima y negociar prioridades con la política, con el riesgo de que el ajuste se quede a mitad de camino. Esta dimensión de la comunicación debería contar (más aún que la otra) de asesoramiento experto, y responder a la lógica de la conversación. 

*Director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral, investigador del Conicet).