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Drogas revisitadas

Psicodelia saludable

Estrellas de la contracultura de los años 60, y caídas en desgracia a causa de la “mala prensa” en las aburridas décadas posteriores, las sustancias psicodélicas están disfrutando un revival, gracias a los científicos que apuestan a sus posibles capacidades, para tratar problemas como la obesidad y la depresión.

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Drogas Revisitadas. | cedoc

En varios laboratorios alrededor del mundo se trabaja con derivados del LSD o de hongos alucinógenos para crear nuevas drogas que, en lugar de “expandir la conciencia”, nos ayuden a ser más saludables.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor de 1.900 millones de adultos mayores de 18 años tenían sobrepeso en el 2016, incluyendo más de 650 millones de obesos. Es decir, que el 39% de los adultos en el planeta tenía sobrepeso para ese año y un 13% era obeso, en un mundo donde la mayor parte de la población vive en países donde este problema mata a más personas que las enfermedades relacionadas con el bajo peso.

Más preocupante todavía, y siempre según la OMS, la obesidad mundial casi se triplicó desde 1975.

Y hay más datos fulminantes: 39 millones de niños menores de cinco años –más o menos la población completa de Canadá o Polonia– tenían sobrepeso u obesidad en el 2020, y más de 340 millones de niños y adolescentes de cinco a 19 años convivían con esos problemas en el 2016.

Según las estimaciones del gobierno nacional, Argentina no se queda atrás, con “más del 50% de la población” con exceso de peso.

La obesidad y el sobrepeso tienen también un alto impacto económico, tal como confirman los datos de un país donde todo pasa por el tamiz de las estadísticas. La agencia nacional para la salud de Estados Unidos, conocida como los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés), señala que los costos anualizados de atención médica en EE.UU. , relacionados con la obesidad marcaron alrededor de US$ 173 mil millones solamente en el 2019.

El cannabis y el LSD tienen propiedades farmacológicas únicas 

“Los costos anuales de productividad a nivel nacional del ausentismo relacionado con la obesidad oscilan entre US$ 3.380 millones y US$ 6.380 millones”, precisan los CDC.

La depresión, por su parte, es más difícil de encerrar en una caja de diagnósticos, pero también disfruta de sus números y estadísticas. La OMS, otra vez, advertía allá por el 2015 que alrededor de un 4,4% de la población global sufre de depresión, un 18% más de los que afrontaban este problema mental en el 2005.

“Cuando es de larga duración y de intensidad moderada o severa, la depresión puede convertirse en una condición de salud grave que conduce, en el peor de los casos, al suicidio”, apuntaba el reporte de la agencia de las Naciones Unidas. El informe recordaba que, según los datos de la época, “unas 800 mil personas se suicidan cada año, un número significativo de ellos, adultos jóvenes de entre 15 y 29 años”.

En Argentina, los datos oficiales afirman que uno de cada tres habitantes del país “presenta un problema de salud mental a partir de los 20 años”. Un reporte del Conicet, citado por la agencia Télam a mediados del 2022, indicó que “casi la mitad de la población argentina padeció ansiedad durante la pandemia” de covid-19 “y el 30% atravesó niveles de depresión significativos”.   

En un artículo de mayo del 2021, la revista Scientific American decía que “los trastornos depresivos mayores tienen un enorme impacto económico”. El impacto de la depresión clínica, agregó, “más que se triplicó” durante la pandemia, aunque “las tendencias ya eran preocupantes mucho antes de que llegara” el covid-19.

Scientific American le puso un número en dólares a los trastornos depresivos mayores. “Nuestras últimas estimaciones –se lee en la nota– muestran que la carga económica incremental de los adultos” con depresión clínica “fue de 326 mil millones (de dólares estadounidenses) en el 2018” en el país norteamericano, un 38% más que en el 2010.

Y eso referido solamente a las depresiones “mayores”, no las que millones de personas pilotean cada día en todo el mundo para mantenerse más o menos funcionales en sus vidas en general y en sus empleos en particular.

Batallas. Punzantes e incómodos, estos dos problemas de salud vienen siendo desde hace décadas frentes de batalla para el negocio de la medicina y de las grandes farmacéuticas. Quizás el campo de guerra de la obesidad sea más embarullado, con todos los charlatanes que pululan por clínicas, medios de comunicación y redes sociales recomendando dietas y pociones casi mágicas. En cambio, la guerra en el terreno de la depresión parece ser más siniestra, porque ahí se combate sin vergüenzas con armas químicas, en combinaciones y fórmulas que cambian cada muy pocos años. Pregúntenle si no a los fabricantes de Prozac.

Un artículo de The Economist de octubre del año pasado recordaba que hace 35 años hacía su debut la fluoxetina, el antidepresivo de la clase Inhibidores Selectivos de la Recaptación de Serotonina (ISRS) que se convirtió en una verdadera estrella del momento.

El Prozac y sus parientes de la familia de los ISRS “fueron alabados por pacientes y médicos como medicamentos milagrosos”, rememoró la revista británica. “Parecían no tener inconvenientes” para controlar situaciones de “divorcio, duelo, problemas en el trabajo: una píldora diaria estaba allí para ayudar con eso y cualquier otra cosa que lo entristeciera”. 

En los países occidentales hoy en día, precisó el semanario, entre una persona de cada siete y una de cada diez consume estos fármacos, aun “cuando los resultados de todos los ensayos presentados” a los entes reguladores de medicamentos de Estados Unidos entre 1979 y 2016 “fueron analizados por científicos independientes” y “resultó que los antidepresivos tenían un beneficio sustancial más allá del efecto placebo en solo el 15% de los pacientes”.

Ve a la guerra como parte dela globalización de "la exclusión y la indiferencia"

Impulsado por la pandemia de coronavirus, el negocio de los antidepresivos parece no tener techo. De acuerdo con una estimación de Fortune Business Insights, se prevé que el mercado global de esos medicamentos alcance los US$ 18.290 millones para el 2027.

En el caso de la obesidad, las estimaciones de la consultora Vantage Market Research pusieron al mercado global de los tratamientos en US$ 10.180 millones en el 2021 con un pronóstico de US$ 21.710 millones en el 2028.

Con estas fulgurantes imágenes de montañas de dólares asombra un poco que parte del mundo científico se esté alejando de los “clásicos” y volviendo a mirar con cierto cariño a Lucy, la que está en el cielo con diamantes, para ver si puede dar una mano con la obesidad y la depresión.  

(Para los que son demasiado jóvenes: “Lucy in the Sky With Diamonds” es una canción del “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” de Los Beatles cuya sigla, LSD, causó un gran alboroto cuando salió el álbum, en 1967. Los músicos se cansaron de asegurar que era una total coincidencia y que no estaban cantando loas a la sustancia psicodélica, pero la historia era demasiado buena y quedó).

El regreso de los psicodélicos es tan sólido que, por ejemplo, la muy prestigiosa universidad Johns Hopkins, de Baltimore, en el estado norteamericano de Maryland, abrió en el 2019 su propio Center for Psychedelic and Consciousness Research (Centro de Investigación Psicodélica y de la Conciencia) con nada menos que  US$17 millones de apoyo económico de parte de donantes privados. 

“Los científicos de hoy están entrando en una nueva era de estudio de una clase verdaderamente única de compuestos farmacológicos conocidos como psicodélicos”, explicaba la universidad estadounidense al anunciar sus planes para la exploración en este terreno. 

“Aunque la investigación con estos compuestos se inició por primera vez en las décadas de 1950 y 1960, terminó abruptamente a principios de la década de 1970 en respuesta a la cobertura desfavorable de los medios, lo que resultó en percepciones erróneas del riesgo y regulaciones altamente restrictivas”, agregaron desde Baltimore.

En el camino hacia la resurrección del LSD –y el más conocido del cannabis– se registraron “varios factores que llevaron a un cambio en la percepción” de esas sustancias “de ‘malas drogas’ a posibles agentes terapéuticos”, explicó a PERFIL el profesor Yosi Tam, de la Universidad Hebrea de Jerusalén. 

Uno de esos factores clave “fue el aumento de la investigación científica sobre los posibles beneficios médicos de estas sustancias –continuó–. Esta investigación demostró que tanto el cannabis como el LSD tienen propiedades farmacológicas únicas que pueden ser útiles para tratar una variedad de afecciones, como el dolor crónico, la ansiedad y la depresión”.

Tam, profesor asociado de Farmacología en la Facultad de Medicina de la universidad israelí, trabajó desde su Laboratorio de Obesidad y Metabolismo con la empresa de biotecnología Clearmind para estudiar los efectos de un tratamiento “psicodélico” de la obesidad con la droga MEAI, derivada de sustancias alucinógenas.

A principios de este año, los encargados de los experimentos reportaron que, en una serie de ensayos preclínicos realizados con ratones de laboratorio, el candidato a fármaco de Clearmind “redujo significativamente el peso corporal, mejoró la enfermedad de hígado graso y normalizó la sensibilidad a la insulina”.

“Mostramos por primera vez que el efecto de MEAI sobre la obesidad funciona al alterar varios procesos metabólicos en el cuerpo, como el gasto de energía, el almacenamiento de grasa y la utilización de glucosa, para promover la pérdida de peso”, señalaron los investigadores.

En los laboratorios donde se llevan a cabo estos proyectos, los científicos analizan cómo los psicodélicos afectan el comportamiento, el estado de ánimo, la cognición y la función cerebral, elementos fundamentales para entender problemas como la depresión y la obesidad. Algo así como una nueva versión del “mens sana in corpore sano”, aunque en este caso con una “mens” apropiadamente estimulada. 

El uso terapéutico de estas sustancias siempre debe ser bajo condiciones controladas

Las drogas con las que vienen trabajando estos laboratorios son principalmente el LSD y la psilocibina, esta última una sustancia derivada de los famosos hongos alucinógenos americanos. Los encargados del centro de investigación de la Johns Hocápkins esperan que los estudios puedan determinar la eficacia de estas sustancias químicas como una nueva terapia no solamente para la depresión o la obesidad, sino también para la adicción a los opioides, el Alzheimer, la anorexia, ciertos tipos de alcoholismo y el trastorno de estrés postraumático, entre otros. 

Críticas. Aunque los resultados parecen ser alentadores, no faltan las voces críticas frente a esta tendencia. Por ejemplo, un artículo de diciembre del 2022 de la revista MIT Technology Review afirmó que el efecto de las sustancias “que alteran la mente” y que se presentan como “drogas maravillosas”, está siendo “exagerado”. Se muestra a las drogas psicodélicas “como panaceas para los trastornos de salud mental”, pero “la burbuja de publicidad” alrededor de estas sustancias “podría estar a punto de estallar”, profetizó.

En la publicación del Massachusetts Institute of Technology (MIT), la reportera Je-ssica Hamzelou se quejó de que, “durante los últimos cinco años, apenas ha pasado una semana sin que llegue a mi bandeja de entrada (del correo electrónico) un estudio, un comentario o un comunicado de prensa sobre los beneficios potenciales de las drogas psicodélicas”.

Hamzelou reconoció que “hay algunas pruebas, aunque limitadas, de que los psicodélicos podrían ayudar a algunas personas con depresión y trastorno de estrés postraumático”, pero remarcó que “todavía no tenemos ninguna buena evidencia para apoyar la afirmación” de que estas drogas pueden ayudar a combatir la obesidad.

Lejos de ofenderse, Tam admite que “se necesita más investigación para comprender completamente los posibles beneficios y riesgos de estas sustancias”. Es importante en general, agregó, llevar a cabo estudios rigurosos para entender de manera completa “la seguridad y la eficacia de cualquier agente terapéutico potencial”. 

Pero, “por otro lado –matiza–, hay un creciente cuerpo de investigación que sugiere que ciertas sustancias que alteran la mente, como el cannabis y el LSD, tienen ese potencial terapéutico” para ciertas condiciones de salud. 

Desde Baltimore o desde Jerusalén, está claro que este proceso de resurrección del LSD y de los hongos alucinógenos recién empieza, en especial, como señala el profesor israelí, porque hay que “considerar que estas sustancias que alteran la mente no están exentas de riesgos y efectos secundarios, y el uso terapéutico siempre debe ser bajo condiciones controladas”.

Así que, al menos por ahora, gorditos y depresivos cansados de las pastillas y listos para probar otros caminos deberán esperar unos años antes de poder sacar turno para que los atienda la doctora Lucy.

 

*Ex corresponsal en Washington y en Israel. Escribe sobre temas  de Estados Unidos y Medio Oriente y sobre tendencias.