ESPECTACULOS
AGUSTÍN ARISTARÁN

“No tengo ganas de arrepentirme de no haber hecho algo”

El estreno del documental Una película de gira, un contenido exclusivo de Flow, pone la mirada sobre el artista, que puede hacer musical, magia, entrevista, canción y drama.

2023_09_17_agustin_aristaran_pablocuarterologzaflow_g
Estilo. Fiel a su pasión, el estreno del documental lo encuentra en un momento pleno de planes y de ideas sobre el arte. | PABLO CUARTEROLO / GZA. FLOW

Agustín Aristarán pareciera que todo lo puede. Da, lejos del comediante que no es otra cosa que el salto evolutivo del universo de Marcelo Tinelli, la impresión de esos artistas plenos, de esos actores que cantan, bailan, entienden el código de lo que hacen (sea entrevista, musical, comedia o magia). Por eso, un documental sobre su gira en Europa, un contenido original de Flow ya disponible llamado Una película de gira, si bien es extravagante, no es disonante con su propuesta, con su largo camino, con su esfuerzo por contar de muchas formas diferentes, sea desde el musical Matilda o sea desde mostrar su detrás de escena. El mismo Aristarán sostiene: “Todo nace de ganas de hacer cosas, del mismo lugar donde nace todo lo que vengo haciendo, de querer hacer algo que sea divertido, entretenido; que el espectador o el usuario, en este caso de Flow, vea algo y que pase un buen rato”. Y a la hora de definirse, al menos profesionalmente, dice: “Actor. Siempre fue una constante esa pregunta de qué sos. En un momento decía ‘soy el papá de Bianca y ya’. Entiendo la pregunta, pero soy un actor que interpreta a un cantante, interpreta a un mago, interpreta a un payaso, que interpreta a un entrevistador. Un actor, sí”. Y suma: “De pendejo flasheaba, o me gustaba esta idea, de que si alguien veía algo tirado en la calle, que es mío, lo que sea, eh (un objeto, un prop de show de magia) diga ‘ah, esto es de Rada, o de Agustín’, que todas las cosas que hago, que gestiono, tengan mi personalidad. Creo que el lugar es el que alguna vez un maestro, no me acuerdo si era de teatro o de máscara neutra, me dijo que la búsqueda cuando querés ser artista tiene que apuntar a que todo sea original. Y no original en un sentido novedoso, sino tuyo, entiendo que todos somos irrepetibles, que somos únicos, y que lo que vale es mostrar esa originalidad, tu propio universo a la vista, sin copias y pensando solo en lo que querés contar”. 

—¿Qué sentís entonces que define tu universo considerando que podés hacer musical, stand-up, magia, entrevistas y más?

—El hacer, lo define el hacer, el hacer cosas. Me gusta hacer cosas. No tengo ganas de arrepentirme de no haber hecho algo que yo tenía ganas de hacer, no es que pretenda hacer todo. No es mi objetivo en la vida hacer todo. Pero sí tengo ganas de hacer lo que siento que realmente quiero hacer. Lo que me produce curiosidad, una urgencia de contar. No quiero llegar a viejo, al último minuto de mi vida, y decir “ay, que lástima, ¿por qué no bailé tap? ¡Qué pelotudo, tenía ganas de bailar tap!”. 

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

—¿Dónde aparece entonces la inquietud que te lleva a otra cosa, a otra tarea artística?

—Las ganas, es algo interno, que se parece mucho a cuando te gusta una persona y decís “ah, claro, me encanta, es ella”. Me pasa eso. Ahora, por ejemplo, en este momento de mi carrera estoy muy copado con la actuación y sin dudas mi carrera artística la estoy llevando para ese lado. Ojalá, y vienen pasando, que las circunstancias me permitan cada vez más ir yendo hacia ese lado, que me llamen más como actor, más que como “Rada”, que unipersonal Rada; con papeles que me permitan trabajar esto que vengo trabajando. Es algo que me sucede. Me dan muchas ganas, y empieza a suceder. Ojo, también son cosas que buscamos. Yo trabajo con un equipo de gente, y cuando comienza el año empezamos a pensar en qué queremos que suceda, qué cosas queremos realmente que tengan lugar en mi carrera, armar de esta manera, y no de otra y así lo pensamos, más allá del año, claro.

—¿Cuán difícil puede ser entonces escapar a la fórmula de quedarse en lugar y moverse artística y profesionalmente?

—Es mucho el trabajo, mucho. Tengo una carrera muy satisfactoria. No podría decir “que difícil que fue todo”, sí fue muy costoso, y fue muy arduo. Trabajo mucho para que sucedan las cosas. Resigné un montón de cosas: qué sé yo, en mi adolescencia yo llegaba siempre al boliche cuando estaba cerrando porque venía de laburar en eventos y demás. Pero esto no lo cuento buscando el titular de la adolescencia sacrificada de Agustín. Ni en pedo, yo quería eso. Yo buscaba eso. Me da mucho placer hacerlo. Estoy compartiendo la vida con una persona, Fernanda (N. de R: Fernanda Metilli, su pareja), y somos muy parecidos: nos copa darle ahí, laburar eso. ¿Es sacrificado? Sí, por supuesto que lo es. Si me decís: ¿si hubieses nacido en Estados Unidos hoy tendrías un piso en Manhattan? Qué sé yo, no tengo idea. Yo nací acá, soy feliz acá. Amo Argentina, puteo con Argentina todos los días. Pero desde un lugar de mucho privilegio lo digo. No podría ponerme nunca en un lugar donde digo “qué país de mierda”, ni por casualidad. Insisto con la idea del privilegio, de que me va muy bien. Por suerte mi equipo de gente permite generar laburo para muchas personas, parece que estoy solo, pero atrás hay mucha gente y una estructura independiente de trabajo. Nosotros somos nuestra productora.

—¿Qué descubriste del entretenimiento a partir de ser un profesional del mismo?

—Lo hago desde antes de tener uso de razón, así que ni idea. Empecé a laburar tan de pendejo, lo aprendí a medida que fui aprendiendo a vivir. En términos ideales de carrera, hoy, por ejemplo, me encantaría hacer drama, y estoy a punto de entrar a un proyecto que es un drama bien bravo, bien desgarrador. 

—¿Qué ves hoy en el documental?

—No puedo separarlo de que es algo muy personal, del “mirá que hermoso registro me quedó”. Me pasa eso, celebrar el registro, qué lindo quedó. Me cuesta esto de “si filmamos esto, este ‘asado’, queda buenísimo, pero sería absurdo que eso sea una película, una anécdota, hicimos notas, hicimos una avant-premiere”. Es absurdo, es una gran historia. Entiendo que es un producto de mucha calidad. Se ve del carajo, se escucha bárbaro, es de calidad.

—¿Cuán crítico sos con vos mismo?

—Soy muy crítico con el laburo, un montón, un poco con mi equipo. Quiero llegar a un grado no de perfección, pero sí de que fluya todo, que sea, por usar una palabra de moda, todo orgánico, y cuando alguien vea, sienta que hay verdad, sienta que habla Agustín, o que habla Rada, el personaje. O se habla desde el absurdo, y se siente que está pasando. 

—¿Sentís que hay un alma común a todo lo que hacés?

—Sí hay algo uniforme, coherente entre sí, coherente una cosa con la otra. Por ejemplo, hubo un ideal que fue llegar al Luna Park, y eso sucedió el año pasado. Era un megaideal. Hay un lugar constante que tengo en la cabeza, que lo sueño, que sé que es difícil, pero que algún día me gustaría que suceda, y pongo ahí toda mi energía, hoy por hoy, al menos desde el deseo, no se está gestando o trabajando para que eso suceda. Es un lugar donde me gustaría actuar y me gustaría tener esa figurita pegada en mi álbum de cosas. Es laburar en el Colón. Es un lugar que me paraliza de lo hermoso, lo imponente que es. 

—¿Qué relatos de cuando eras chico sentís que están en el ADN de tu forma de entretener?

—La carpintería de mi abuelo. Al lado de la salamandra, cuando yo tenía entre 6 y 9 años, a las siete de la tarde, caían todos los amigos de mi abuelo a tomar mate y contar las mismas anécdotas, y para mí eso era un show increíble. Venía el italiano que había emigrado, venía el cartero, venía el albañil, venía el que laburaba en el ferrocarril, venían a contar anécdotas, y muletillas, y eran increíbles. Hasta había un mago, de hecho, que nunca me quiso enseñar nada porque la había pasado mal en su vida profesional, en cabarets y demás. Era El gran pez esa carpintería. Yo en esa época tocaba en una banda de jazz para niños. Mi abuelo Mingo nos hacía escuchar mucho jazz de pendejos, con mi hermano. Mucho jazz de big band. Nosotros fuimos a lo de Tito Pique en Bahía Blanca, donde vivíamos, que era un señor que enseñaba jazz tradicional de la década del 50 a niños. Tocábamos en festivales de jazz, una locura total. Yo presentaba a mis amigos, en vez de ir a vóley o fútbol, iba a lo que Tito Pique.