INTERNACIONAL

Dilma vive sus horas más difíciles: quieren destituirla

A través de las redes sociales, sectores opositores preparan protestas callejeras y juntan firmas para pedir el juicio político de la presidenta, apenas 45 días después de que asumiera su segundo mandato.

Exigencia. Además de las marchas, los reclamos cobran fuerza en las redes sociales.
| Cedoc Perfil

Desde San Pablo
Cuando apenas lleve 45 días desde el comienzo de su segundo mandato, Dilma Roussef observa, alarmada, como crecen los reclamos en favor de su  impeachment. En las redes sociales circulan al menos cuatro iniciativas para la recolección de firmas que permita abrir un proceso legislativo. Todavía incierto y rechazado por los principales partidos de la oposición, el caso revela de todos modos la clara crisis de gobernabilidad que vive Brasil.

El termómetro para determinar si hay chances o no de que el Congreso abra un proceso de impeachment, lo darán las manifestaciones populares convocadas para el 15 de marzo en todo el país, bajo la consigna “Fora Dilma”. Hace 23 años, también fue un clamor en las calles el que llevó a la clase política a cesar por vías constitucionales, por primera vez en la historia del país, el mandato de un presidente de la República, Fernando Collor de Mello. A lo largo de la última semana, hasta los analistas políticos menos convencidos del éxito del proceso de impeachment contra Dilma no han podido desviarse del tema. Es, en medio de la locura del Carnaval, la palabra inglesa más pronunciada.
 
Ingenuidad. “No creo en el impeachment de Dilma. Esa idea es un poco fantasiosa e ingenua”, dijo a PERFIL el analista político Bolívar Lamounier, quien explica su escepticismo con la ausencia de sustancial apoyo político a la iniciativa. “Pero, sin duda, Brasil ya enfrenta una crisis de gobernabilidad. El gobierno de Dilma es débil, y eso significa que la crisis seguirá por largo plazo”, advierte.

La situación de Dilma viene complicándose desde su segunda asunción, el 1º de enero, después de haber sido reelegida en octubre con una exigua ventaja de 3,3 puntos sobre su rival, Aécio Neves, senador del PSDB del ex presidente Fernando Henrique Cardoso. Su popularidad ha caído del 42% al 23%, según una encuesta de Datafolha, en la que el 47% la evaluó como “deshonesta” y el 54% como “falsa”. El 44% rechaza su gobierno.
La polarización política que dominó la campaña electoral parece profundizarse. Las investigaciones por corrupción en la Petrobras han llegado al PT, acusado de haber cobrado 200 millones de dólares en propinas de la estatal durante 10 años. Y ahora, esas mismas investigaciones se acercan a Dilma y al ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Como recuerda Lamounier, la Ley de Impeachment sólo puede ser aplicada en casos de crímenes de responsabilidad del mandatario. “Tiene que haber pruebas de actos extremadamente graves”, subraya. “Si las denuncias de corrupción llegan a Dilma, yo seré el primero en salir por las calles para pedir su salida”.

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Varios frentes. Dilma vive en guerra con el Congreso y ya adelantó un impopular ajuste que ha derrumbado su popularidad a mínimos históricos. Y a eso hay que agregarle la amenaza cada vez más cierta de apagones y falta de agua por la errática política energética.

Para el cientista político Renato Janine Ribeiro, de la Universidad de San Pablo, las denuncias de corrupción en la Petrobras y la tasa de inflación en alta son preocupantes, pero el pedido de impeachment no es más que “revanchismo” de los derrotados en las eleciones. “Es como una tercera vuelta de las elecciones”, dice a PERFIL.
Los voceros políticos del impeachment son los líderes en el Senado del PSDB, Cássio Cunha Lima, y del partido Demócratas, el ruralista Ronaldo Caiado. Ni Cardoso, líder histórico del partido, ni Aécio Neves, han apoyado la idea públicamente. El PT, sin embargo, acusa la oposición de “golpista”. Pero así como el gobierno brasileño, el partido que se mantiene hace 12 años en el poder se ve más vulnerable al “fuego amigo” que a los alfiletazos de la oposición.


El fantasma de Collor de Mello
Fernando Henrique Cardoso solía decir que la Ley de Impeachment es como una bomba atómica: existe, pero para no usarla. Cardoso, sin embargo, llegó a la Presidencia dos años después del único caso de uso del explosivo nuclear en el país. A fines de 1992, presionado por las marchas de millones de brasileños con sus caras pintadas de verde y amarillo, el Congreso aprobó el impeachment de Fernando Collor de Mello, el primer presidente elegido por voto directo desde 1960, en un juicio político sumario que apenas duró dos horas. Collor había derrotado en 1989 a Lula da Silva con 35 millones de votos y al frente de un “partido de alquiler”. Un año después, hundió en el caos a la economía del país al decretar una especie de “corralito” y confiscar los ahorros de millones de brasileños. En mayo de 1992, su propio hermano, Pedro, lo denunció por corrupción.

Poco que ver. El presidente “impedido”, hoy senador por Alagoas, ha sido un caso emblemático de rápida ascensión política y de caída aún más veloz. Pero su caso no se puede comparar con el de Dilma. Para Bolívar Lamounier, Collor era “un tipo irrelevante” y Renato Janine Ribeiro subraya: “Dilma Rousseff tiene un partido sólido, sindicatos y el movimiento popular detrás de ella. Collor no tenía nada.”