El Kremlin es el responsable del asesinato del ex espía ruso Aleksander Litvinenko, cometido en el Reino Unido en 2006 por envenenamiento. Así lo estableció este martes 21 la Corte Europea de Derechos Humanos de Estrasburgo (CEDU), a la que había acudido la viuda del espía, sosteniendo que su marido fue asesinado por personas que actuaron por orden del gobierno ruso.
La Corte afirmó que “existe la fuerte sospecha de que Andrey Lugovoy y Dmitriy Kovtun, los hombres que envenenaron a Litvinenko, actuaron en calidad de agentes del gobierno ruso”. Para el tribunal, Rusia “violó el derecho a la vida de Litvinenko, tanto en el aspecto material como procesal” ya que “no proporcionó otra explicación satisfactoria y convincente de los acontecimientos, o capaz de invalidar los resultados de la investigación llevada a cabo por el Reino Unido”, dijo el tribunal.
Con la sentencia de hoy, que será definitiva dentro de tres meses si las partes no piden y obtienen un segundo examen, los jueces de Estrasburgo le dieron plenamente la razón a la viuda, que acusó al Estado ruso de haber ordenado el crimen o, al menos, de no haber llevado a cabo una investigación eficaz para echar luz sobre los hechos.
En su fallo, que fue rechazado por el Kremlin, el Tribunal condenó a Rusia por no haber llevado a cabo una investigación en su territorio y no haber colaborado con Estrasburgo durante el procedimiento. Además, Estrasburgo estableció que el Estado ruso deberá pagar 100.000 euros por daños morales a la mujer de Litvinenko y otros 22.500 por los gastos legales.
Acusado de traición y doble agente
Acusado de traición al Estado, un pecado que se paga con la muerte en Rusia, en 2000 Aleksander Litvinenko huyó con su familia a Gran Bretaña, donde comenzó a trabajar como consultor de seguridad que asesoraba a inversionistas interesados en Rusia. Pero también ejerció como un miembro del servicio secreto británico (MI6), entregando información sobre la mafia rusa.
El 1 de noviembre de 2006 Litvinenko se reunió en Picadilly Circus -Londres- con el académico italiano Mario Scaramella. El exespía, que estaba seguro de que Rusia buscaba su muerte, había elegido esa concurrida zona de Londres porque evitaría los intentos de asesinato ante tantos transeúnes. En un restaurante, Litvinenko comió sushi mientras Scaramella solo tomó agua.
Tras la comida, Litvinenko se dirigió al bar del Hotel Millennium, donde se encontró con dos exagentes rusos que, se sospecha, lo envenenaron mientras tomaban té. El 3 de noviembre el ruso fue internado con vómitos y mucho dolor, asegurando a los doctores que creía haber sido envenenado. Al principio intervino la Policía Metropolitana de Londres, pero pronto la causa pasó a estar en manos de división antiterrorista británica.
Polonio, un componente vital de las primeras bombas nucleares
“Un colega vino a mi oficina y me explicó que, en un hospital del norte de Londres, había un hombre contando una historia extraordinaria”, diría el jefe de la brigada antiterrorista, Peter Clarke. “Decía que era un ex miembro de la agencia de inteligencia rusa y que había sido envenenado por sus excolegas”, agregó en su declaración.
Litvinenko mostraba signos de envenenamiento radiactivo, ya que su sistema inmune había sido destruido y se le había caído el cabello. Pero cuando los doctores lo sometieron a un contador Geiger (un instrumento que permite medir la radiactividad de una persona, objeto o lugar) los resultados fueron negativos. Su estado era grave pero nadie pudo saber por qué.
Dos semanas después, Litvinenko fue trasladado al University College Hospital de Londres para tratamientos intensivos. Ante la incertidumbre, un análisis de la orina del exespía fue enviado a un centro de desarrollo nuclear británico ultrasecreto, donde descubrieron una pequeña señal de rayos gamma de polonio-210, un componente vital de las primeras bombas nucleares.
Sabiendo que décadas atrás, la Unión Soviética había utilizado las mayores cantidades de polonio-210 para uso civil (para calentar durante la noche los componentes de sus vehículos lunares), y que solo hay un lugar en el mundo donde se puede producir la cantidad de polonio-210 necesario para el asesinato (un reactor nuclear en la planta de Avangard, en Sarov), todas las miradas se dirigieron a Rusia. El uso del polonio-210, que sólo tienen contados centros oficiales en Rusia, indicaba que los perpetradores del envenenamiento querían que se supiese que el golpe tenía un carácter oficial.
“Esta no fue una muerte al azar”
El 23 de noviembre de 2006, Litvinenko murió. Los probables homicidas fueron identificados por la policía británica como los ciudadanos rusos Andrei Lugovoi, un exagente del KGB, y Dmitri Kovtun, un antiguo militar de inteligencia. El rastro del polonio-210 los delató: estaba en el restaurante de sushi donde se encontraron con Litvinenko el 16 de octubre, en las habitaciones del hotel Best Western del West End londinense y en el Sheraton de Hyde Park donde Lugovoi se hospedó después.
El 19 de octubre Lugovoi voló nuevamente de Moscú a Londres y en el avión de British Airways en el que viajó también se encontraron huellas de radiación. Kovtun, en tanto, voló desde Moscú el 1 de noviembre y antes de viajar a Londres pasó por Hamburgo, ciudad en la que también se hallaron rastros de polonio. Ese mismo día ambos se reunieron con Litvinenko en el Pine Bar del Hotel Millennium, el lugar más contaminado de todos.
Lugovoi, que desapareció sólo horas después de administrar una dosis mortífera de polonio al exespía, había llegado a Londres con un falso pasaporte de la UE y supuestamente fue el encargado de poner el veneno en una taza de té que preparó para Litvinenko en una habitación del hotel. Más tarde la policía británica descubriría la presencia de polonio-210 en estaciones del metro londinense, trenes, hoteles, restaurantes y estaciones, pero todo se mantuvo en secreto para evitar el pánico.
En mayo de 2007 Ken Macdonald, entonces director de la Fiscalía Pública, dijo al presentar cargos por asesinato contra Lugovoi: “Esta no fue una muerte al azar. Esta es una muerte con un propósito muy claro, una muerte con involucramiento de Estado”. Ese año, Viktor Makarov, otro exagente de la KGB que también espió para el MI6, manifestó sus temores sobre la venganza que la KGB buscaría contra él y contra todos aquellos que se atreven a traicionar a Rusia: “Nunca lo olvidan. Cuando estaba en la KGB en la década de 1970 todavía perseguían a personas que los habían traicionado 30 años antes”.
En 2016, el Tribunal Británico acusó a Rusia por la muerte del espía. “Los testimonios develados sientan firmes premisas para considerar que el Gobierno ruso fue responsable de la muerte de Litvinenko”, sentenció el juez. “Tomando en cuenta todos los testimonios y pruebas periciales en mi poder, encuentro que la operación del FSB [Servicio Federal de Seguridad ruso] para el asesinato de Litvinenko fue probablemente aprobada por el señor Nikolai Pátrushev [ex director del FSB] y por el presidente Putin”, dijo.
Dos años después, otra investigación británica indicó que Vladimir Putin, al que Litvinenko había convertido en un enemigo personal, “aprobó probablemente” el asesinato de Litvinenko después de que este pidiera asilo político al gobierno británico en 2000. El exespía acusaba al FSB de haber llevado a cabo una serie de ataques con bombas en 1999 donde murieron 200 personas. El Kremlin había culpado a los rebeldes chechenos de esto, por lo que vio la acusación como una traición. El exagente también acusó a Putin de ser cómplice del crimen organizado, motivos que llevaron a Litvinenko a pensar que el presidente mismo lo quería ver muerto.