INTERNACIONAL
Blanco de todas las miradas

Segolene Royal, la socialista que quiere ser presidenta de Francia

Objeto de culto de las masas, el 30 por ciento sostiene que la votará. Cómo es la candidata que usa bikini y sacude a la izquierda francesa. The Guardian. Galería de fotos

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Con su sonrisa, quebr el sistema jerrquico del Partido Socialista |
París, The Guardian. En un pequeño pueblo en las afueras de la ciudad francesa de Bordeaux, más de mil personas sonrientes están sentadas en un estadio deportivo. Llevan calcomanías de un cielo azul manchado con nubes blancas.

Durante semanas, estas mismas personas estuvieron reclutando a otros, para que se sumen a su “movimiento”. Ahora, en el estadio, esperan la aparición de su líder.

De repente, los altoparlantes hacen sonar un tema partidario italiano de la Segunda Guerra Mundial. La gente se levanta, con los brazos en el aire, y zapatean y aplauden al ritmo de: “Bella, ciao! Bella, ciao! Bella, ciao, ciao, ciao!”.

Desde atrás del escenario, sonriendo con benevolencia, aparece La Bella, Segolene Royal, caminando entre sus fans con un entourage de cámaras.

Royal, la cara que inundó miles de tapas de revistas, comienza esta semana una etapa crucial y critica en su campaña para convertirse en la primera mujer presidenta de Francia.

En menos de un año, esta mujer de 53 años, madre de 4 hijos y líder del gobierno regional de Poitou- Carentes, se catapultó a sí misma desde una relativa oscuridad hasta el tope de los sondeos de intención de voto.

Una vez fue descripta por un político francés como teniendo el mismo atractivo de un capatdor de Testigos de Jehová, dejó los anteojos, se arregló los dientes y practicó una sonrisa para las cámaras.

Alrededor del 30 por ciento de la población viene insistiendo hace meses con que la quieren como  próxima jefa de Estado. Y lo que resulta todavía más sorprendente para una figura política, fue fotografiada durante sus vacaciones haciendo aerobics en bikini y se convirtió en uno de los blancos favoritos de las columnas de chimentos.

A los votantes los atrae su historia personal de triunfo sobre la adversidad: la historia de cómo una adolescente tímida, quien sobrevivió a una niñez brutal como la hija de un coronel ultra-católico que pensaba que las mujeres sólo servían para procrear, creció para convertirse en un símbolo de la lucha contra el machismo francés.

Quebró el sistema jerárquico y dominado por hombres de la izquierda francesa: en vez de usar su tiempo como aprendiz de los ancianos –a los que denominan “les elephants”- que manejan el Partido Socialista, se ganó un ejército de devotos seguidores y se convirtió en objeto de culto.

Sus fans creen con firmeza que ella sola puede rescatar a Francia de la depresión y profundas inequidades sociales de los últimos 12 años bajo el mandato de Jacques Chirac.

Francia definitivamente tiene problemas. El desempleo de la juventud está entre los peores niveles de Europa Occidental, la actividad criminal está en ascenso, y muchos temen que las protestas violentas que inundaron los suburbios parisienses el año pasado podrían hacer erupción otra vez con la más mínima chispa.

En la última elección presidencial en el 2002, Francia se horrorizó cuando el candidato de ultra-derecha Jacques Le Pen sacó de la carrera al socialista Lionel Jospin en la primera vuelta.

Esta vez, el carismático y demagogo ministro del Interior, Nicolas Sarkozy –y candidato presidencial por la centro-derecha- no está escondiendo sus intenciones de apelar a la extrema derecha, a través de sus durísimas políticas inmigratorias.

Con su enorme apoyo popular, Royal se impuso entre el socialismo como la única candidata capaz de atraer votantes. Este fin de semana se espera que anuncie formalmente su candidatura.

Pero “los elefantes” no van a desaparecer sin dar pelea. Sus rivales para la nominación incluyen a dos ex primer ministros y a dos grandes hombres de Gobierno.

Dicen que Royal no tiene experiencia y que la burbuja que la rodea está a punto de romperse.

“Va a ser difícil”, dice uno de los seguidores de Royal. Ella dice que sus “tesoros” –sus fans- son su arma más poderosa en la lucha por la candidatura en noviembre.

Miles de estos seguidores trabajan gratis, organizan asados, distribuyen cadenas de mails, llevan adelante reuniones y reclutan apoyo.

Su éxito fue de tal magnitud que de 185 mil votantes socialistas registrados para votar en noviembre, más de 85 mil se sumaron a una convocatoria que realizó Royal a través de Internet.

Su uso de Internet la convirtió en la “Mesías electrónica”. Más de 34 mil personas contribuyeron en el pasado en su sitio web, www.desirsdavenir.org, adonde Royal invita a los visitantes a proponer políticas y co-escribir su próximo libro.

Numerosos seguidores organizan foros dedicados a ella, incluido su hijo mayor, Thomas, que maneja el blog oficial de seguidores: el Segosphere.

“Quiero que pasen 15 minutos por día en mi blog. Les va a levantar el día y van a aprender mucho”, dijo Royal la semana pasada, frente a 200 seguidores, en uno de los suburbios más conflictivos del norte de París.

“Segolene presidenta”, cantaban ellos. Uno de sus fans, Medhí Benhabri, que trabaja para la Municipalidad de París, aseguró que el sitio web de Royal hace posible el “sueño utópico del ciudadano dándole forma a las ideas del político”. ¿Cuántas horas por día le dedicaba a la causa? No lo sabía con certeza, pero “muchas”.

Como el último presidente socialista, el profundamente enigmático Francois Mitterand, de quien Royal fue asesora, ella está jugando la carta de interior del país y hace giras por la “Francia profunda”, adonde promete que llevará el poder que hoy sólo tiene la elite.

Durante los últimos meses, perfección el “nuevo look” que utilizó en el estadio cerca de Bordeaux: se baja del escenario, toma el micrófono, declara “la derecha tiene que irse” y después haciendo un discurso –sin leer- sobre su concepto de “República de Respeto”, una nueva Francia que es moral y justa.

Antes de que llegara al estadio esa noche la acompañé en una agotadora jornada de 12 horas de campaña por la zona de Bordeaux. Se ganó a los productores de vino de la región y después a los empleados del gremio aeronáutico, cuyos trabajos están amenazados.

“Me gusta porque sufrió”, dijo un productor de queso de la región, después de verla por primera vez. “Porque pasó por tiempos difíciles, siento que me entiende”.

Referencias a su infancia difícil parecen seguirla donde vaya y se repiten en la última decena de libros que se escribieron sobre su vida.

Fue la cuarta de ocho hijos del coronel Jacques Royal. Recitaba cantos gregorianos e insistía con que sus hijos fueran a misa todos los días.

Segolene nación en Dakar, Senegal, adonde estaba destinado el coronel en ese momento, pero la familia se estableció después en la zona rural de Lorraine, en el noreste de Francia.

El padre imponía castigos draconianos sobre sus hijos y, se dice, les rapaba el pelo si no le obedecían. Creía que las mujeres debían quedarse en casa.

No era el ambiente ideal para que una mujer exprese sus opiniones y Royal inmediatamente empezó a luchar para ser mejor que el resto.

“Me di cuenta de que tenía que ser independiente económicamente para evitar las humillaciones”, dijo alguna vez.

Eventualmente, su madre se decidió a dejar al Coronel y Segolene convenció a sus hermanos de hacerle un juicio a su padre, por no pagar manutención, y lo ganaron.

En la exclusivísima Ecole National d`Administration, adonde se educan la mayoría de los gobernantes franceses, Royal estaba en la misma clase que el actual primer ministro francés, Dominique Villepin.

Fue también ahí adonde conoció a Hollande, el hijo de un médico. Él se sorprendió con su determinación de acero y la encaminó hacia la política.

Años más tarde, tendría cargos en las áreas de Educación, Medio Ambiente, Familia e Infancia, mientras él tomaba las riendas del Partido Socialista en el 2002.

Tienen cuatro hijos pero nunca se casaron. El hecho de que Hollande esté dispuesto a perder sus propias posibilidades de convertirse en el próximo presidente para apoyar su candidatura, sorprende a sus oponentes de la izquierda, que nunca se detuvieron a mirar lo bajo que está él en las encuestas.

Piensan que Royal debería ser Hillary Clinton y esperar a que su marido tenga su chance al frente del país.

La perfectamente construida imagen de Royal parece ser capaz de soportar cualquier cosa.

Recientemente, su prima Anne-Christine Royal anunció que se enfrentara a Le Pen en las internas de la extrema derecha por las elecciones municipales del mes que viene.

Su hermano mayor, quien trabaja en el Servicio Secreto francés, está sospechado de haber participado en una operación que hizo detonar un barco de Greenpeace en 1985.

Pero estas historias no parecen horrorizar al público: cada vez la quieren más y la consideran una sobreviviente.

Es famosa por rechazar una guardia policial y el verano pasado, cuando su departamento fue misteriosamente saqueado –no le robaron nada- se quejó de que el ministro de Interior lo haya hecho público.

“Cuánto más la atacan sus oponentes, más la quieren sus seguidores”, dijo Jean Guerard, de la municipalidad de Aquitaine. “No responde a críticas en público y eso la pone más alto en la cabeza de la gente que el resto de los políticos, la diferencia”.

Más tarde, mientras corría atrás de ella, después de una reunión con sus seguidores, le pregunté qué era lo que la seguía motivando: “El deseo de cumplir con las expectativas y las esperanzas que toda esta gente puso en mí. Mi necesidad de responder al desafío que la confianza que esta gente, este país, puso en mí”.

Royal, que durante meses fue acusada de no definir sus ideas políticas y, en vez, vender una noción diluida que mezcla valores familiares con moral pública, comenzó a usar sus viajes por Francia para aclarar su visión de un país moderno.

De alguna manera, se las ingenia para ser tanto de la izquierda como de la derecha. Horrorizó a la izquierda socialista cuando sugirió una suerte de servicio militar para adolescentes descarriados y criticó la enaltecida semana laboral de 35 horas semanales del Socialismo.

Sin embargo, es fuertemente sindicalista y prometió prohibir los alimentos modificados genéticamente.

Aunque se reconoce pro-Blair, no está a favor de la guerra en Irak. “Mi política diplomática no consistiría en arrodillarme frente a Bush”, dijo en una oportunidad.

“No creo que siempre haya querido ser presidente. Creo que apareció en la escena pública porque tenía un mensaje que dar”, dijo uno de sus compañeros de partido. “El Partido Socialista francés estuvo cerrado, separado de los ciudadanos. No tiene miedo de enfrentar los tabúes del partido, como la seguridad y el crimen, o los ghettos franceses”.

Dominique Bertinotti, una de las pocas intendentas mujeres de uno de los barrios parisinos, dice que la existencia de Royal es revolucionaria en sí misma.

Es la única mujer que gobierna una región de Francia, un país en donde las mujeres sólo accedieron al voto en 1944 y donde los partidos políticos prefieren pagar multas que cumplir con las cuotas de representación femenina.

La gran promesa de Royal es darle a la gente una voz en la sociedad, una voz que quienes están actualmente en el poder dejaron de escuchar.

“El ciudadano es el experto: hablemos”, es su slogan. Pero sus rivales en el partido la acusan de no responder a las preguntas difíciles.

En el estadio cerca de Bordeauz, uno de sus fans preguntó cuál sería la primer medida que tomaría una vez elegida. Con gracia, ella evitó contestar.

Antes de partir, Royal prometió a la gente: “El poder no me va a cambiar”. Pero muchos por afuera de sus seguidores todavía se preguntan quién es ella realmente y qué es lo que no va a cambiar.

Traducción: Carolina Thibaud