Esteban Rodríguez Alzueta, Magister en Ciencias Sociales, analizó el malestar social y la desconexión del Gobierno con la sociedad. "Los votantes jóvenes de Javier Milei no lo votan por coincidir con sus ideas, sino que lo hacen para decirle al resto de la política que no están haciendo nada por ellos", afirmó en Modo Fontevecchia, por Net TV y Radio Perfil (FM 101.9).
En base a tu columna, “El riesgo de pelearse con la realidad”, donde hablás de las pantomimas de Berni y el análisis sobre el asesinato de Daniel Barrientos, ¿cómo seguís viendo la situación hoy?
Es un poco así. Uno no puede pelearse con la realidad, sobre todo cuando uno se dedica a la política en términos profesionales. Un político tiene que aprender a escuchar las demandas que nunca son transparentes, que siempre están envueltas en sentimientos o pasiones tristes.
Sobre todo en esta época donde gran parte de la política se da en el terreno de los afectos. Ese resentimiento se ha ido convirtiendo en la gran arena de la política. Entonces, renegar de las demandas emotivas es pelearse con la realidad.
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No se puede esconder la realidad con teorías conspirativas, como las que empezaron a circular después de que tuvieran lugar los hechos de los que estamos hablando, diciendo que hubo un cartel vinculado a tal dirigente.
Tampoco se la puede esconder con frases como “fachos”, algo recurrente en sectores del kirchnerismo. Cada vez que colgamos el cartel de “facho” a alguien tengo la sensación de que nos estamos alejando de la realidad, porque es una manera de decir "no quiero mirarla de cerca, prefiero tomar distancia y mantenerme en mi zona de confort ideológica".
Lo entiendo, porque cuando la política se organiza en función de afinidades ideológicas, queremos rodearnos de gente que piensa como nosotros. Y si alguien se corre del canon, enseguida lo tratamos de "facho", "trosko" o "infiltrado". Son un poco los clichés que se utilizan.
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Perón decía: “la política aborrece el vacío”. Si uno no ocupa los espacios oportunamente, después a llorar a la Iglesia. Si a los sentimientos y a las demandas emotivas no se las desentraña y se las llena de sentido, lo hará otro, y anda a cantarle a Gardel.
Si vos no interpretás la demanda efectiva de la sociedad, después vienen los grandes medios con los que vos estás enemistado y la interpretación la pone el otro. Como alguna vez dijo Gramsci: “uno no puede pelearse con el sentido común”, uno no puede decir que todo es una porquería, uno no puede descalificar a la realidad de plano.
Algunos funcionarios demostraron que hoy se pelearon con la realidad, entonces se chocan. Es lo que le pasó a Berni. ¿A quién se le ocurre llegar en helicóptero y hacer la pantomima que siempre hizo? Se comió la curva, fue víctima de su propio personaje. En una coyuntura con viento de cola le funcionaba, pero en un contexto como el que estamos viviendo hoy en día, fue leído rápidamente como un acto de prepotencia y se tragó la piña.
En tu columna hablás del riesgo de bolsonarización. Siempre sostuve que la Argentina tenía vacunas por la horrible dictadura militar que vivimos, y creí que teníamos también para un ejemplo como el de Bolsonaro. ¿Creés que esas vacunas ya perdieron su efectividad? ¿Podría la Argentina tener una bolsonarización mayoritaria?
Lo que quise decir era que la gente siente odio, y eso no es un problema, porque uno lo desactiva, no me parece que sea reprochable. El problema es que la gente hoy deposita y guarda ese odio, no lo desactiva. Lo vamos depositando en bancos de odio.
Ese banco después puede ser utilizado y recogido para fines muy distintos. Necesita un detonante ideológico o un acontecimiento conmocionante para que se transforme en un linchamiento, en un escrache, en una toma, en una quema o destrucción intencionada de viviendas. Cualquiera puede darse cuenta de la violencia disruptiva que está caldeando los barrios.
Los discursos de odio están y seguirán estando. El problema es que no se lo desactiva, entonces sigue creciendo, gracias a que la dirigencia política lo esconde, y la gente lo seguirá alimentando.
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La última vez que hablamos, nos referimos a la pena perpetua, y los dirigentes progresistas se enojaban con quien pedía más años de cárcel. Pero no hay que enojarse con la demanda, porque está hecha de muchos problemas que hay que desentrañar.
Por ejemplo, la inseguridad. Si la gente no se siente cuidada por la policía, si la gente desconfía de la Justicia, cuando piden perpetua lo que hacen es pasarle factura a la policía, a la Justicia y a la política, que no toman su problema. Eso es lo que hay que desentrañar.
Hay una generación donde la vacuna contra la violencia que nos generó la dictadura no llegó nunca. ¿Encontrás algún estadio en la problemática? ¿Hay algo especialmente en los jóvenes que Milei representa?
Sí, es cierto, hay sectores importantes de la juventud que no vivieron ese viento de cola de la década ganada kirchnerista, que llegaron demasiado tarde y que no se sienten trabajadores pero sí consumidores, y no pueden adecuar sus estilos de vida a las pautas de consumo que le reclaman al mercado.
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Son jóvenes que estuvieron casi año y medio encerrados, que no tienen posibilidad de trabajar pero tampoco de tener un trabajo más o menos digno, y que no están siendo escuchados. Los votantes jóvenes de Javier Milei no lo votan por coincidir con sus ideas ni su plataforma política, sino que lo hacen para decirle al resto de la política que no están haciendo nada por ellos.
¿Esa trompada a Berni es lo mismo que el voto a Milei? ¿Es un grito?
La piña a Sergio Berni es la expresión de la sordera de la clase política, como votar a Javier Milei.
La realidad golpea la puerta de los políticos, que no se dieron cuenta todavía.
Exactamente.
MVB JL