“Desde el punto de vista de su economía, yo advierto que, en el orden del pluralismo interpretativo de lo que pasa, hay disidencias prudentes; no hay disidencias radicales. En el orden político, en cambio, advierto radicalismo en la oposición y radicalismo en el oficialismo, dos posturas que me parecen poco propensas a generar espacios políticos”, señaló el filósofo Santiago Kovadloff; para luego subrayar que la sociedad “se está haciendo oír a través de una disconformidad paradójica” y reclama de los líderes “flexibilidad, sensibilidad republicana y la posibilidad de aprender de sus propios errores”. "Una buena educación pública que es condición necesaria de una buena política", sostuvo el ensayista en Modo Fontevecchia, por Net TV y Radio Perfil (AM 1190).
Santiago Kovadloff es filósofo argentino, ensayista, poeta, traductor de literatura de lengua portuguesa. Desde 1998 es miembro de la Academia Argentina de Letras, donde es vicepresidente. Además, es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
¿Cómo ves la Argentina actual desde el punto de vista de su política y su economía?
Desde el punto de vista de su economía, yo advierto que, en el orden del pluralismo interpretativo de lo que pasa, hay disidencias prudentes; no hay disidencias radicales. En el orden político, en cambio, advierto radicalismo en la oposición y radicalismo en el oficialismo, dos posturas que me parecen poco propensas a generar espacios políticos. En el orden político, la disconformidad no ha desaparecido. Tal vez terminó la disconformidad manifiesta con el kirchnerismo en la medida en que el protagonismo político está en manos del oficialismo que ganó las elecciones. Pero la disconformidad está presente porque se le está haciendo saber al presidente, creo yo, que está fuera del campo político en la medida en que concibe al adversario como enemigo.
Es esta concepción del adversario como enemigo la que invalida la posibilidad de interlocución y, en esa medida, la política pierde sentido. Nosotros necesitamos potenciar la capacidad de diálogo y, para eso, es evidente que el presidente necesitaba lo que ha ocurrido ahora: advertir que la disconformidad social está viva y está viva en relación a su proceder, un proceder incapaz todavía de fortalecer un perfil cívico en su proceder político. ¿Qué quiere decir un proceder cívico? Un presidente que advierta que la buena parte de la clase media que lo votó sigue necesitando República, es decir, instituciones concebidas como parte de su gestión y no como antítesis a ella.
Entonces, en este sentido, la pregunta que yo me hago, es: ¿aprenderá el presidente? Porque el desafío que le plantearon las elecciones provinciales es algo que le exige aprender. Ahora, ¿quién puede aprender? Puede aprender el que advierte la insuficiencia de su proceder, pero no la advierte solo como defecto: la advierte como posibilidad. Esta demanda de madurez interpretativa del fracaso abre el camino a una posibilidad de convivencia.
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Me pregunto si a vos te invade también cierto escepticismo respecto del carácter del gobernante que tiene que cambiar.
En todo caso, yo debo decirte que esa actitud de prudencia frente al encanto que emanaba del candidato Milei yo la tuve desde un comienzo. La tuve desde un comienzo, sin que eso desconociera la necesidad de extenderle al kirchnerismo una protesta clara y un límite claro que él, con su victoria, en un principio se lo impuso por el solo hecho de la victoria. Ahora bien, ¿en qué medida estamos en las antípodas del kirchnerismo? ¿Pudo el kirchnerismo aprender de la experiencia y alterar su proceder transitando del populismo victorioso y oportunista a un republicanismo razonable? Yo diría que no.
Este presidente está intentando infundirle verosimilitud a un discurso novedoso que está distanciado del lenguaje cloacal y parece dirigido a un ciudadano que demanda moderación, equilibrio y eficiencia política. Yo te voy a decir por qué tengo, por ahora, predilección por mantener cautela: no creo en los tránsitos inmediatos de una discursividad apocalíptica a una moderada. La inmediatez del proceso, en el orden teatral, evidencia una mala elaboración del personaje, pide más tiempo, pide freudianamente un duelo.
La pregunta que me hago es: ¿dónde está el problema? A ver si te parece plausible esta hipótesis. Hablamos hace un instante con Silvia Lospennato, quien ayer tuvo un hermoso discurso en la cámara, planteando que toda esa gente que no fue a votar, decía ella, nos está diciendo a nosotros los políticos que no quieren ni una cosa ni la otra. Entonces yo le preguntaba si, en realidad, no es lo mismo lo que había dicho la sociedad en 2023, que dijo: “No quiero ni Patricia Bullrich ni quiero a Sergio Massa, porque ambos representan los gobiernos anteriores que habían tenido la posibilidad de gobernar y que Milei no entendió, que no es que habían votado por él, habían votado en contra de este estatus quo que representaban estos dos candidatos”, y que ahora el mismo problema puede tener el kirchnerismo al creer que votaron por él, cuando en realidad no votaron por él, votaron en contra de Milei Es decir, que el problema que tenemos es que los líderes no entienden el mensaje que les envía la sociedad; lo interpretan de una manera narcisista.
Cuando los liderazgos son tan personalistas, evidentemente el mensaje que llega señalando la demanda de más objetividad es desoído. Porque estamos frente a una situación clásica en la historia de la cultura y evidente en toda la tragedia de Shakespeare. Que es esta necesidad de reducir lo real a lo que se entiende por real. En ese sentido, la cultura política argentina evidencia por ahora una gran incapacidad de transformarse en consonancia con una interpretación de lo complejo de la demanda del voto. El voto es más complejo, no solo por su volatilidad, que pasa de un líder a otro, sino porque empieza a irrumpir una necesidad de equilibrio que no encuentra una senda o un cauce.
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En la diferencia política actual se está pidiendo no solo una discursividad moderada, sino una acción integradora, sin polarizaciones, sin liderazgos autosuficientes, figuras representativas de su investidura y no investiduras que sean un pretexto para la representación personal. ¿Estará aprendiendo nuestra sociedad a hacerse oír? Esta es otra pregunta interesante. Yo creo que lo que Lospennato manifestó es: escuchemos mejor. Escuchar lo que tenemos que aprender es escuchar mejor. Y la sociedad se está haciendo oír a través de una disconformidad paradójica. No pide terminar con todo, pide integrar la posibilidad de aprehender a la gestión política. Está exigiéndole flexibilidad a los liderazgos, sensibilidad republicana.
Llevo casi 50 años cubriendo presidentes y política y pensé que elegir a Milei presidente era un error de la sociedad. Y al mismo tiempo me preguntaba si lo que yo hacía servía para algo, porque tanto tiempo dedicado a la misma materia, y después ver que mi pensamiento, lo que era bueno y malo, estaba contado de tal forma por la sociedad, que tuve que recostarme en Hegel y en la idea de que la astucia de la historia a veces utiliza herramientas, cuerpos, para cumplir su fin sin que nos demos cuenta, y que a lo mejor era necesaria una persona como Milei para cumplir un papel que obviamente lo excedía.
Pero bueno, fue mi consuelo de entender que había una razón, esta idea de que había algo en los sentimientos de los votantes de sabiduría, de que era necesario producir un rompimiento. Y que ahora, me entusiasmo un poco más, que a lo mejor no es solamente un consuelo, sino que estamos frente a una sociedad que en realidad está produciendo dos golpes: el del 23 y el del 25, para producir el equilibrio, que no era un golpe para ir en un sentido, sino dos golpes para ir a un medio griego, en el que se estaban pegando dos golpes para encontrar el centro.
Es muy interesante para mí lo que decís, porque le abre un camino doble a la esperanza. Por un lado, el poder entender la política como un proceso no estancado, donde la mayor parte de la opinión pública ve repetición; en el peor de los casos, reincidencia. Concentrar nuestra mirada en la demanda del voto nos permite entender que hay una exigencia cualitativa en juego que pide más calidad.
Por otro lado, permite ir contra esta idea tan acendrada en la sociedad argentina de que aquí lo único que reina es el pasado. Y que el presente no es más que un pretexto para la repetición. Dentro de esta perspectiva, que traslada hacia el voto popular o hacia el posicionamiento social una esperanza de sensibilidad cívica más honda, yo creo que tiene que empezar a trabajar la diligencia política si quiere salir del anonadamiento en que cayeron los partidos. No podemos tener una democracia sin partidos. Toda alianza, toda asociación nueva evidencia dos cosas: el fracaso de organizaciones tradicionales y cierta improvisación para hacer de lo nuevo algo con capacidad de proyección social.
Yo creo que la sociedad está diciendo: no, todo lo que tiene que ver con los partidos políticos tradicionales no es inútil. ¿Qué es lo rescatable de los partidos tradicionales, del radicalismo, del socialismo, de los partidos de centro? Es rescatable la necesidad de republicanismo, esa necesidad que no se supo hacer oír desde el 83 hasta hoy con constancia y crecimiento. Yo la reivindico nuevamente. Dentro de la República podemos disentir. Lo que no podemos es generar polarizaciones redencionales, porque son una triste rémora de una religiosidad perdida.
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¿Qué mirada tenés de virtudes y defectos y capacidades que tiene la Argentina de salir de esto?
Una de las posturas tradicionales que me ha interesado revisar es la que dice que nosotros individualmente representamos valores y colectivamente disvalores. Yo creo que no. Yo creo que nosotros estamos en un momento en el que tenemos que advertir hasta qué punto, en el orden político, estamos empezando a evidenciar virtudes cívicas. La abstención, paradójicamente, la disidencia, la insistencia en reivindicar la necesidad de que el presidente se valga de la riqueza de nuestro idioma para poder manifestar su propia postura y no de la descalificación brutal de sí mismo a través de un lenguaje que parece dirigido a los otros. Son todas reivindicaciones colectivas, son todas manifestaciones, yo diría, de una buena educación que es condición necesaria de una buena política.
Entonces, si yo tuviera que señalarte algunos aspectos colectivos que me parecen notables, y hoy no tanto por su vigencia sino por la necesidad de reimponerlos, uno de ellos es el de la educación pública. La educación pública en la Argentina fue una verdadera vanguardia cívica, y su falta o deterioro actual no es motivo de resignación. Al contrario, es motivo de constante reclamo de la necesidad de restaurarla, no de dejarla atrás. La vida universitaria pública también es demandada como necesaria. La necesidad de sustraer el significado de la educación a la unilateralidad del campo sindical. Para que un maestro no sea solamente un empleado sindical, sino al mismo tiempo alguien que está preparado para enseñar. Son todas manifestaciones de esta visión de valores que podríamos llamar, son expresión del bien común. Los veo como demandas, no lo veo como realidades plenamente vigentes, pero en la demanda veo la fuerza de una aspiración que es colectiva: el deseo.
O sea, sos optimista.
Sí, soy esperanzado. Te diría que la diferencia que establezco entre los dos conceptos es esta: a veces creo que el optimismo tiene que ver con la confianza en que las cosas van a andar bien. En cambio, yo creo que en la esperanza uno advierte indicios de lo bien que pueden llegar a andar las cosas por la existencia de un capital espiritual, cultural, político, que está tratando de ganar más y más protagonismo.
La confianza en el despliegue de esa energía me lleva a pensar que estamos delante de una oportunidad que tiene mucho que ver con lo que decías. Fueron dos momentos claves de despertar de la sensibilidad política en la población mayoritaria. Esta segunda está exigiendo no que el presidente deje el poder, sino que cambie, que le dé a su investidura el peso que una expectativa popular no cumplida está esperando que se logre. En ese sentido, soy esperanzado, sin ninguna duda.
Estaba pensando, tratando de reconstruir en estas ideas de dos veces un golpe aquella idea de que menos por menos es más; que probablemente lo que nos encontramos es que en la sociedad es lo que está diciendo: “No quiero ni esto ni esto”. Y finalmente, de eso surge esa síntesis que termine siendo propositiva y no negativa. Es decir, votando lo que se supone que se vota en contra, la sociedad está votando a favor.
Creo que sí. Y esto que mencionas de Hegel, bueno, sería para una larga y privada conversación, pero hay algo que mínimamente podemos decir sobre él: Hegel hizo de la contradicción el pan nuestro de la esperanza.
Y vos, en lo personal, ¿creés que hay algo metafísico?
Yo, en todo caso, te diría que creo en la espiritualidad generada por la educación. A mí me parece que el capital educativo de la Argentina, sembrado desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, ha sido golpeado, pero no ha sido destruido, y está reivindicando, tanto individual como colectivamente, más protagonismo.
¿Sos creyente?
A mi modo, sí, sin duda alguna. Yo creo en el enigma del origen y no en la existencia de alguien que promueve la irrupción de lo real. El centro de mi religiosidad, no de mi religión, es el enigma del tránsito de la conciencia a la autoconciencia, porque todas las especies tienen conciencia, pero el hecho de que en la nuestra lo sepamos, el hecho de que para nosotros el tiempo y la muerte hayan sido posibles como percepciones, me colocan frente a un misterio que me encanta respetar y decir: “Señores, la imponderabilidad guarda un secreto para nosotros. Seamos respetuosos del hecho de que no hemos podido inscribir en un saber este tránsito prodigioso de la conciencia, de lo viviente, a la autoconciencia que nos define”.
¿Vos creés que hay un orden que simplemente no alcanzamos a entenderlo porque no es caos todo?
En todo caso, lo que llamamos caos tiene una legalidad que se nos escapa. Se nos escapa, no es que no la haya; el caos es constante, por lo tanto tiene una legalidad también. En consecuencia, creo que la función educativa más alta es la que nos provee, aristotélicamente, la posibilidad de ser prácticos y resolver problemas sin olvidar que, esencialmente, somos testigos de la existencia del infinito. Yo no sé qué quiero decir con la palabra “infinito”, pero sin duda lo real se hace sentir y escapa una definición.
¿Y en ese sentido, un presidente sería una herramienta de ese espíritu de la historia en seguir un rumbo, y podríamos ser optimistas respecto de que las cosas pasan por algo?
Y sí, en nuestra conversación es evidente que as cosas pasan por algo. Estamos diciendo también quién protagoniza ese algo; ojalá advierta que, más que elegido por sus virtudes, fue elegido por la necesidad de salir de donde estábamos. Es el sentido que también las circunstancias les van creando.
Por ejemplo, ¿qué estamos advirtiendo? Tenemos una sociedad que se niega en gran medida a caer en la idealización de sus líderes, cosa relativamente novedosa en la Argentina. Caer en la idealización de sus líderes es algo de lo que venimos. ¿Qué le pedimos a nuestro gobierno? Le pedimos que sea representativo, no que encarne el bien. Y esto es una demanda que acaso responda a una educación, pero también creo en el origen temporal de esa teleología, no tanto en el origen trascendental. El tiempo nos ha enseñado a capitalizar el fracaso. Como sociedades, estamos evidenciando el esfuerzo por no olvidarlo.