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El Gabinete como disyuntor

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Cristina Fernández de Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa. | afp

El sistema parlamentario introduce una posibilidad al sistema político: la figura del primer ministro, que en caso de crisis o emergencia funciona como fusible para salvar el sistema. Algo de esto ocurrió recientemente en Reino Unido o en Italia. Los sistemas siguen funcionando, el presidente (o la reina) siguen en sus puestos y solo se hace un cambio de figuras en la cabeza del gobierno. Nada de esto es posible en un sistema presidencial como el nuestro. Ni el intento de atenuarlo a partir de la creación de la Jefatura de Gabinete en 1994 lograron crear una figura como la del primer ministro. 

Tanto Alfonsín, en 1987, como Menem en 1991, tuvieron que hacer ajustes en sus gabinetes (en el caso de Alfonsín, cinco sobre ocho carteras) para evitar una crisis mayor. Pero estos no fueron los casos más graves. En 2009, luego de la derrota electoral en manos de Francisco De Narváez contra candidatos como su marido y Sergio Massa, Cristina Fernández hizo un cambio profundo de su gabinete. No solo cambió al jefe de Gabinete, sino que reacomodó otras áreas como Economía y Finanzas, Justicia y Derechos Humanos y Educación y varias secretarías de Estado. Macri empezó con un super Gabinete de veintidós miembros, más la Jefatura de Gabinete, y terminó con menos de la mitad en 2019. 

Esta elasticidad es lo que podríamos llamar el Gabinete como disyuntor, donde el jefe de Gabinete funciona como disyuntor o salvoconducto del presidente, que salta para evitar una crisis grave y preservar su figura, conservar su poder y mostrar capacidad de acción. Este rol, incluso, le pertenece al Gabinete en su conjunto. 

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Macri fue ejemplo de esto. En 2018, luego de una crisis económica con devaluación forzada del dólar, el presidente resolvió un plan de achicamiento del Estado que empezó por arriba: los ministros. Si bien desaparecieron ministerios históricos como Salud o Trabajo, esta medida escondía una trampa: el enorme aumento de las Secretarías de Estado.

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El Gabinete funciona, entonces, como un disyuntor que utiliza el presidente en casos de emergencia para contraer o ampliar (sobre todo en coaliciones) como una forma de sostenerse en el cargo. Además de ser su dique de contención y equipo de trabajo, esto evita una crisis política de magnitud. La propia Constitución Nacional establece que el número y competencia de “ministros secretarios” es establecida por una ley especial propuesta por el presidente. Por tanto, está entre sus funciones poder armar o desarmar este equipo según lo crea conveniente.

 Esta situación tuvo otro capítulo en los últimos días. Alberto Fernández mantuvo desde 2019 hasta ayer la estructura del Gabinete, aunque con cambios de nombres. Luego de la derrota electoral del año pasado, cambió siete ministros sin alterar la estructura original de veinte carteras. Pero la crisis provocada por la renuncia de Guzmán al Ministerio de Economía y una disparada del dólar libre provocó un cimbronazo que terminó con una modificación radical: un cambio en la morfología ministerial. 

El más relevante es la creación del Ministerio de Economía, Producción y Agricultura a cargo de Sergio Massa. El disyuntor funcionó como una palanca de corte que achicó el Gabinete. Nada nuevo bajo el sol. No hay un “superministerio”, sino un Ministerio de Economía bastante clásico, con producción, hacienda y finanzas bajo sus órbitas, como sucedió en 1983, 1989, 1999 e incluso con los gobiernos kirchneristas que tuvieron Ministerios de Economía que nucleaban Economía, Finanzas y Producción hasta 2008. Para hablar de “superministros” deberían sumarse áreas como Obras Públicas, por ejemplo, como sucedió en 1991 con la designación de Cavallo. 

El Ministerio de Economía siempre reviste una importancia mayúscula en el Gabinete y oficia, junto con la Jefatura de Gabinete, como pequeños primeros ministros o los fusiles que saltan más rápido en caso de emergencia. Pese a esto, hay un máxima que parece una maldición: como la de Alsina que evita que un gobernador de Buenos Aires sea presidente, ningún ministro de Economía en la era moderna llegó a la presidencia, como sí sucedió en Colombia con Santos, en Brasil con Cardozo o en México con Gortari y Zedillo. Un solo caso rompe esta máxima: Roberto Marcelino Ortiz en 1938.

Es importante entender que la elasticidad es un aspecto del Gabinete disyuntor, porque permite agrandar o achicar el equipo de gobierno para evitar una crisis o superarla y en nuestro sistema presidencialista es una garantía de continuación del gobierno a pesar de todo.

*Especialista en Administración y Políticas Públicas (UBA – Georgetown) (@Maxicamposrios).