Orfeo, poeta de la mitología griega que, cuando su amada Eurídice murió picada por una serpiente, se sumió en una tristeza tan grande que sus cantos emocionaron a las ninfas las que decidieron ayudarlo para recuperarla.
Le sugirieron que le pidiera a Hades (el 'invisible', el dios del inframundo) que dejara regresar a su amada. Este lo dejó llevar a su esposa nuevamente a la tierra con la única condición de que Orfeo debía marchar delante de Eurídice y no darse vuelta hasta que hasta que no la cubriera íntegramente la luz del sol. Llegando al final de su recorrido, Orfeo se dio vuelta para mirar a su amada y, como aún un pie de ella estaba bañado por las sombras del reino de Hades, esta se desvaneció como una sombra. Metáfora del deseo, es eso que nos obliga a seguir adelante, pero que, visto de frente, es una sombra que desaparece entre nuestros dedos.
Apenas Alberto Fernández ganó las elecciones se discutió largamente si nacía el Albertismo, si iba a ser una continuación del Kirchnerismo o si iba a acabar siendo un peronismo tradicional. Al poco tiempo de comenzado el mandato creímos que había fundado el Alcentrismo, en el cual cabían todas las posibilidades para acabar siendo ahora un triste "memeperonismo".
Durante un tiempo logró mantener la ilusión del deseo y una pantalla en blanco sobre la cual cada una de las partes del arco político proyectaba lo que quería ver en un presidente. Los kirchneristas veían la posibilidad de usar a Alberto como un caballo de Troya que mostrara una cara amable pero implantará el segundo cristinismo.
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Los votantes desencantados por el gobierno de Mauricio Macri, albergaban alguna esperanza de que pudiera controlar a Cristina Kirchner y empezar el camino de cerrar la grieta que no había logrado el macrismo. Los massistas creían que sería una forma de resolver el intento por lograr una tercera vía. Hasta, una vez derrotados, muchos de los miembros de Juntos por el Cambio, parecían pensar que era posible construir frente y consensuar sin Macri y sin Cristina, un sistema republicano bipartidista consolidado, si se desempeñaban como una oposición seria, responsable y colaborativa.
Pero no es posible mantener un gobierno con definiciones ambiguas y menos en un ambiente tan polarizado como el de la Argentina de la última década. Alberto intentó estar de acuerdo con todo el mundo y con eso lo que logró fue un discurso lleno de contradicciones. Imponía decisiones a título personal, y luego retrocedía cuando el instituto Patria se lo pedía; y en lugar de avanzar daba vueltas en círculos enojando a propios y ajenos.
De pronto vimos de frente lo que llevábamos de la mano y descubrimos que no era más que una ilusión. Pero a diferencia de Orfeo, nuestra ilusión en lugar de desaparecer o convertirse en una estatua, se mostró como un holograma. Ahora, en el presidente no se depositan esperanzas de lo que pueda ser, se lo mantiene como alguien que ocupa el espacio de la presidencia para espantar a los adversarios, a la espera de que madure lo suficiente el capital político propio y sea suficiente para ocupar ese espacio.
Ahora empiezan a medirse este capital político porque vienen tiempos de elecciones. Se están cerrando las listas y es momento de acumular poder colocando cada uno sus candidatos con la vista puesta en el 2023.
Pero la competencia electoral está cada día más distorsionada. La pérdida de igualdad en esta, ya sea por influencias en los medios o por dinero, hace que la gente no pueda recibir los mensajes de todos los candidatos de forma pareja.
El que acumula es el que tiene la opción de marcar agenda y distorsionarla para favorecer candidatura. Incluye temas que le son favorables y deja afuera temas complejos e irritantes para su campaña.
Los medios y las estrategias de comunicación juegan un rol muy importante en la política de hoy en día, donde la propaganda reemplaza a la propuesta. La construcción de mensajes y el armado de la agenda mediática a medida del triunfo en las elecciones, confunde al electorado que generalmente termina sin saber por qué vota ni qué función deberá desempeñar el candidato elegido (si gobierna, legisla o qué), muchas veces llegan a confundir al electorado respecto de en qué jurisdicción se presenta cada candidato.
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Estrategia mata poder mediático, embarrarse sirve para eso
Para ganarle al poder mediático con la estrategia es necesario embarrarse. Es necesario meterse en profundidad con temas candentes y necesarios pero la distorsión de nuestra política hace que esta elección legislativa sea la antesala para dirimir las internas y tomar envión para las próximas elecciones presidenciales.
En la oposición, Mauricio Macri parece perder la dirección del partido por sus propios errores en la gestión y sobre todo fuera de ella, porque en lugar de meterse de lleno en la disputa de poder, elige irse de viaje y echarle la culpa a Patricia Bullrich después de dejarla sola.
El que parece salir ganador dentro de la oposición es el radicalismo que, con altibajos, apuesta a renovarse y a ganar espacio en la coalición. Dos exponentes claros de esto son Martín Losteau y Facundo Manes. Pero mientras que el primero parece entender un poco más de qué va la cosa y sabe ocuparse del barro y de los medios y logra construir su poder de a poco, Manes parece un poco desorientado. Por lo que se pudo ver en la presentación de su candidatura, parece que confía en que puede ganar con el papel de neurocientífico estrella de la tele. Para que esta promesa de renovación no quede coja, será necesario que Manes abandone un poco su rol habitual y se embarre un poco en la campaña. Ser bueno para criticar no necesariamente significa ser bueno para hacer cosas".
El Peronismo en su conjunto juega las fichas al poder de Cristina en la provincia de Buenos Aires con alfiles que pueden generar un sistema de cercanía con la gente como los intendentes afines, el gobernador, algunos ministros de perfil alto y miembros de La Cámpora. De barro se hace el poder de Cristina y el peronismo bonaerense.
Fuera de la provincia de Buenos Aires, el poder de Cristina parece inseguro, pero dentro pueden manejar hábilmente el tema en agenda y hacer campaña con la vacunación. Apuestan a dejar a Alberto desdibujado y ofrecerle como símbolo de paz lugares en las listas para sus más allegados como Santiago Cafiero, Moroni y Katopodis, pero con esto buscan cooptar la jefatura de gabinete y los ministerios de Trabajo y Obras Públicas, entre otros que puedan sumar.
Cada uno arma su camino a la presidencia
Cristina intenta fortalecerse en la provincia recordando sus cadenas nacionales en pequeñas imitaciones de sus viejos actos. Mientras en esos discursos hace tiros por elevación en contra de Alberto, levanta a Kicillof y a su hijo Máximo como posibles candidatos.
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Sergio Massa intenta como sucesor de Alberto lo que no logró por la tercera vía y, por ahora, hace una campaña internacional y en lo nacional se calla y finge ser un poco amigo de todos, a la espera de ver qué definiciones le ganarán el espacio que hoy ocupa Alberto.
La oposición se debate entre mostrar el discurso más radicalizado de Cristina como propio de Alberto y colabora mientras finge distancia y observa lo que hace el gobierno esperando a que vuelva a tropezar para poder señalar que nunca estuvo de acuerdo en lo que hacían.
En toda esta disputa, Alberto Fernández, quien ha perdido credibilidad, ocupa el asiento y mira; no es ingenuo ni desconoce el mecanismo de poder, pérdida y ganancia. Como si el sillón de Rivadavia fuera una gran butaca en los Oscars. Si él no se embarra tampoco se quedará ahí hasta que venga el verdadero dueño del lugar.
Como siempre la gente está un paso por delante de la política, observa y mira como espectador como sobrevivir y hacer esfuerzos para llevar adelante una brutal pandemia llena de restricciones y un futuro que no le da opción o de bajar la cabeza o de comenzar a organizarse
"Las inteligencias poco capaces se interesan en lo extraordinario; las inteligencias poderosas en las cosas ordinarias". Aristóteles