OPINIóN

Conflicto entre Rusia y Ucrania: El crimen de la guerra

Frente a la invasión actual, nosotros debemos criticar la guerra, defendiendo la integridad territorial de las naciones, dado que esto está vinculado íntimamente a Malvinas, nuestras islas segregadas por la fuerza invasora británica en el siglo XIX.

UCRANIA
GUERRA RUSIA-UCRANIA. Según Kiev, el ejército ucraniano mató a más de 4.300 soldados rusos y tiene cerca de 200 prisioneros. | AFP

Juan Bautista Alberdi nuestro más grande hombre civil escribió en el siglo XIX esa obra maestra que fuera “El crimen de la guerra” dedicada a esa escalofriante contienda: la llamada guerra del Paraguay cuando tres países sudamericanos: Argentina, Brasil y Uruguay se coaligaron para la destrucción de otro país hermano: y vecino, el Paraguay.

Tal fue el escándalo de esa guerra que terminó con toda la trabajosa industrialización del país vecino que a su terminación el Presidente Sarmiento explicitó que “la victoria no da derechos” y en el siglo XX, el Presidente Perón concluiría por devolver los trofeos y banderas de dicha conflagración asegurando que las recuperaba “el más glorioso ejército sudamericano, el paraguayo”, por el valor y la determinación de sus hombres en la defensa de su suelo patrio.

Tanto Paraguay en el siglo XIX, con esta lucha, como Rusia en el siglo XX ante su contrincante nazi en la segunda gran guerra, culminaron con una pérdida demográfica masculina no reparable en tiempos posteriores. Recordemos que en el caso de Rusia la pérdida alcanzaría casi a la población total argentina de la época de los 60, más de veinte millones de personas.

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En la primera y segunda gran guerra mundial, Argentina respetó la doctrina alberdiana: en la primera ante la decisión política de Hipólito Irigoyen nuestro Presidente y su delegado en Europa, el que sería su sucesor en la presidencia: Marcelo Torcuato de Alvear.

En la segunda, la decisión de mantener la neutralidad tanto por el gobierno civil de Ortiz y Castillo como el militar que le siguiera de Rawson, Ramírez, y Farrell, permitió que los buques argentinos pudieran abastecer a Gran Bretaña de alimentos y ropas, sin ser hundidos por los submarinos alemanes que navegaban todos los mares en conflicto, como señalara Carlos Escudé en un memorable estudio de la situación bélica

Recordemos a su vez la renuencia del Gral. San Martín que se entrevistara con Alberdi en Europa para desenvainar su espada libertadora en las cruentas luchas civiles de nuestra Patria, certificando la frase de Alberdi: el crimen de la guerra.

A su vez, algunos sostienen que la inconsulta resolución del Presidente Menem en participar en las contiendas del Golfo, en la década de los 90, gatilló la posibilidad de los criminales atentados de la Embajada de Israel y en la AMIA.

Por ello sonó como una frase delirante como lo señalara Jorge Fontevecchia en uno de sus tan interesantes reportajes, la de “deberíamos construir una Gestapo” descubierta y reproducida en un video, que nos recordaba nuestro período más obscuro, el de los grupos de tareas de nuestro proceso nazi genocida que se apropiara de bebés, bienes y personas haciéndolos desaparecer de la luz del día.

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Pero como dice Boaventura De Sousa Santos, el filósofo portugués en otro reportaje del Diario Perfil, recordando a Baruch Spinoza, el notable pensador del siglo XVII, los seres humanos oscilan entre la esperanza y el miedo y en la actualidad claramente predomina el miedo.

Porque como se sostiene en la portada de una de las casas de este antiguo filósofo de los Países Bajos, cuyo escudo era la rosa roja y cuyo lema rezaba Caute, cautela, cuidado; dice en Rijnsburg: “Si los hombres fueran siempre racionales viviríamos en un paraíso mientras ahora la tierra se ha convertido en un infierno”.

Por ello nuestra República debe mantener a raja tabla la enorme sabiduría de la enseñanza alberdiana dado que el crimen de la guerra como sostiene el Papa Francisco en Laudato Domine “Es un fracaso de la política y de la Humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal”. Y esta guerra tiene antecedentes complejos: en 2014 se firman los acuerdos de Minsk entre Alemania, Francia, Rusia y Ucrania en los que estos dos últimas se comprometen a una anmistía general, a la federación de las provincias del Este prorrusas y al cese de las hostilidades, nada de eso ocurre y 14000 muertos en el oriente ucraniano es el resultado de esa paz armada. Recordemos a su vez que, a pedido de Crimea, Rusia había anexado dicha provincia, también prorrusa, donde se halla la sede histórica de su flota de mar, con la oposición en el Consejo de Seguridad de la ONU de Argentina, EEUU e Inglaterra, mientras en Kiev que fuera durante 12 siglos la capital del Imperio ruso, homenajeaban con su nombre a los dos jefes nacionalistas ucranianos que lucharon contra Rusia y a favor de los nazis, durante la ocupación alemana.

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Por ello, frente a la invasión actual, nosotros debemos criticar la guerra, defendiendo la integridad territorial de las naciones, dado que esto está vinculado íntimamente a Malvinas, nuestras islas segregadas por la fuerza invasora británica  en el siglo XIX.

Pero a su vez no podemos convalidar la acción de la Organización del Atlántico Norte, porque dicha organización custodia nuestras islas, con ocupación británica en el Atlántico Sur, sin respetar nuestra auténtica y real soberanía que nos viene heredada desde la Corona Española, cuando nuestras tierras irredentas formaban parte del antiguo Virreinato del Río de la Plata.

Esto demuestra la sabiduría del autor genuino de nuestra Constitución al sostener desde el fondo de nuestra Historia la certeza de nuestra neutralidad ante el crimen de la guerra y pudiendo recordar, a su vez, que como sostuviera Baruch Spinoza en el siglo XVII, la Paz no es la ausencia de guerra, sino una virtud del Alma.