OPINIóN
Desde la otra orilla

Ficción y política: relaciones peligrosas

Argentina, 1985
Argentina, 1985 | Argentina, 1985

La ficción y la política se entrecruzan en nuestro siglo en sentidos plurales. La multiplicación de formatos audiovisuales, la rapidez de la difusión a través de las redes confunden ambos ámbitos en muchas ocasiones en detrimento de su función social. La actividad política transmitida en forma instantánea por esos medios se transforma muchas veces en espectáculo, mayoritariamente de dudosa calidad, mediante herramientas creadas para otras actividades. Y a su vez los relatos se transforman en instrumentos de propaganda política, en el mejor de los casos subliminales.

La ficción en sus múltiples lenguajes ha sido siempre una forma de reflejo de la realidad política de un momento que al no estar atada a la certeza de los documentos que requiere la historia o la crónica del presente permite una representación imaginativa de un sistema de valores y relaciones en una época determinada. La literatura, el teatro, los distintos formatos audiovisuales nos brindan múltiples ejemplos de cómo puede ser también una forma de acercamiento a la verdad histórica. Muchas generaciones hemos tenido nuestro primer contacto con estos temas mediante sus modos artísticos de representación. 

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El gran suceso cinematográfico de Argentina: 1985 es el ejemplo más cercano de esta posibilidad que brinda la ficción para recrear una circunstancia histórica de nítido impacto en el presente. 

Las series transmitidas por plataformas se han convertido en la ficción de mayor repercusión masiva en el siglo XXI y las productoras de diversos países han usado este medio para narrar las alternativas políticas del pasado y del presente. 

El estreno en España de la serie Cristo y Rey por la cadena Atresplayer le otorga actualidad al tema que motiva esta nota no solo en su país de origen, sino también en Latinoamérica, porque sucede en un período del pasado reciente con indudable repercusión en la actualidad. El título alude a los apellidos de dos personajes que se encontraron en el comienzo de la transición española: Ángel Cristo, domador de circo, y Bárbara Rey, estrella de revistas y de las primeras películas eróticas de la llamada “movida”. La relación pasional entre ambos personajes adquiere magnitud histórica porque aparece como eje central de la trama el vínculo amoroso de la protagonista con el rey Juan Carlos I, en los años en que este encabezaba la transformación de su país en una monarquía constitucional e impulsaba en América las salidas de las dictaduras, función y prestigio que se diluyeron luego entre escándalos y elefantes.

El desafío para los hacedores de la serie era tan peligroso como la doma de las fieras que practican sus personajes. Transformar el relato en farsa o en juicio moral era el camino más sencillo para abordar el tratamiento de un personaje caído en desgracia, de un momento político cuestionado en el presente. Pero su creador, Daniel Écija, también coguionista de la obra, los directores David Molina y Manu Gómez eligieron formas más sutiles de contar una relación tan delicada. Las secuencias que la narran eligen la sobriedad, la contención del estilo, los pequeños gestos que describen las jerarquías sociales, los vínculos impuestos por un sistema de valores que inspiran un orden político. 

Postal democrática

Este logro no hubiera sido posible si no contaran con dos intérpretes de inusual excelencia. Belén Cuesta, destacada actriz ganadora del Goya por La trinchera infinita, contiene en sus encuentros con el rey el desborde vital que exhibe en el resto de la trama, sin dejar de transmitir todos los matices afectivos que le provoca esa relación. Cristóbal Suárez –que visitó Buenos Aires y Montevideo en la inolvidable pieza La función por hacer, de Miguel del Arco y Aitor Tejada– se arriesga a componer un personaje aún vivo y muy presente en la memoria colectiva, sin caer en la mímesis ni en la exageración, con la comprensión que su personaje es el símbolo de un sistema político aun cuando juega las escenas más íntimas. En una secuencia antológica que describe la ruptura de la relación decidida por ella, pronuncia con convicción pero sin énfasis una frase que resume los principios de un régimen: “A un rey no se le deja”.

Esta obra audiovisual es un eficaz ejemplo de que las relaciones peligrosas entre ficción, historia y política pueden convertirse en virtuosas, porque la capacidad humana de narrar permite comprender, sin la rigidez del documento ni la complejidad del abordaje teórico, las ideas que flotan en la atmósfera de un tiempo. 

*Profesor de Derecho Constitucional.